Con motivo del cumpleaños 97 de Truman Capote, la redacción de purgante rescató algunas obras de uno de los estandartes de la narrativa universal, donde no pueden faltar la atmósfera neoyorkina, glamour, sensualidad, fatalismo, placeres y culpas; pero por encima de todo eso —muy por encima—, literatura y periodismo.
Summer Crossing (Modern Library, 2006)
Josefina Zícaro
Summer Crossing —o en español, Crucero de verano— es una de las obras más extrañas, ambiguas e inconclusas de Truman Capote. Lo que empieza siendo la narración de una vida tan burguesa como anodina en un verano en Nueva York, da un giro cada vez más turbio y trepidante. La historia se centra en Grady, una adolescente de clase alta que se niega a viajar con sus padres en un crucero a Francia, pues prefiere quedarse en Nueva York y disfrutar allí del verano y del frenético ritmo de la ciudad. La novela empieza con tintes de puro romanticismo ideal, pues además del ambiente y los diálogos, la protestante Grady está profundamente enamorada del judío Clyde Manzer, un trabajador de un estacionamiento próximo al apartamento de Grady.
Grady llena de expectativas y características imaginadas a la personalidad de Clyde, quien la adentra en una Nueva York tan divertida como oscura que ella, por supuesto, no conoce. Iniciada esta aventura y con los padres ausentes y la hermana de Grady emocionalmente alejada, no pasa mucho tiempo hasta que Clyde y Grady contraen matrimonio. Grady conoce a la familia de Clyde, momento en el cual se produce un choque cultural y de clase enorme, casi incompatible con las ensoñaciones de Grady. Y será ella propiamente la avisada por parte de su entorno del viraje de su vida, como por ejemplo su previo candidato, el rico y neoyorquino Peter Bell, tan pedante como amigo de la familia. El clímax de la novela se da cuando Grady se descubre embarazada de seis semanas. El final no deja de ser tan emocionante como ambiguo.
En mi opinión, será el lector quien deba hallarle un sentido más allá del choque entre ensoñaciones y realidad; entre la clase alta y duras vidas de drogas, otras adicciones y pobreza. Es importante destacar que el manuscrito fue descartado por Random House y no fue redescubierto y publicado hasta el 2005. Capote tenía cierta vergüenza de él y no sabía cómo mejorarlo, ni en su extensión ni en su balance entre crudeza y claridad.
A sangre fría (Anagrama, 2006)
David Muñoz
Cada vez que pienso en Truman Capote se me hiela la sangre. Recuerdo haber leído algo sobre su juventud en Oona y Salinger, de Frédéric Beigbeder. En la novela del francés se le describe como un autor ambicioso, un verdadero portento intelectual, un chico con ganas de triunfar. Pero nadie le dijo a aquel muchacho lo que supondría ser el mejor. De hecho, resulta curioso, ya que la obra de Beigbeder no existiría sin el primer paso en firme de Capote: inventó algo llamado no ficción, un género que entremezcla de manera tremendamente audaz el periodismo con las técnicas y recursos literarios de un clásico ruso —Dostoyevsky, por ejemplo.
Lo que supuso A sangre fría fue un puñetazo al hígado la literatura universal. Capote no solo innovó en el formato sino que consiguió captar la esencia de aquella noticia fatídica. Un asesinato, dos sospechosos condenados a muerte. Durante su investigación se enamoró de uno de los asesinos. La historia es digna de culto. Nadie podía imaginar lo que supondría aquella curiosidad por los bajos fondos de la moral. El panorama cambió por completo.
Un autor conocido por codearse con la flor y nata de la sociedad que decidió bajar hasta los tuétanos del Infierno para conseguir lo que podríamos llamar la obra perfecta. Un pacto con el diablo que acabó con toda esperanza creativa, pero que llevó al autor de Nueva Orleans a las puertas de la inmortalidad. El glamour de Nueva York, las fiestas de alta sociedad y los trajes de lino blanco quedaron de lado para meterse en el fango de Kansas.
Música para camaleones (Anagrama, 1980)
Ricardo López Si
Música para camaleones podría ser mitificado por el sólo hecho de contener el famoso perfil sobre Marilyn Monroe, idealizada por el célebre germen de la non-fiction —no sin cierto margen de perversidad— como «una adorable criatura», o el descarnado autorretrato del autor y su gemelo imaginario en la última parte: «Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio. Claro que podría ser todas esas cosas dudosas y, no obstante, ser un santo. Pero aún no soy un santo; no, señor.» Lo cierto es que el gran hallazgo del libro póstumo de Capote es el prefacio, donde alude al látigo inherente con el que fue bendecido por Dios: la escritura. Se trata de un látigo que, dicho sea de paso, sólo sirve para autoflagelarse. Aquella reflexión incluso fue retomada por Pedro Almodóvar en Todo sobre mi madre, con Eloy Azorín profesándole la devoción absoluta del escritor en ciernes. Como si todo esto no fuera suficiente, Fito Páez compuso una canción que deviene en arenga hacía el epílogo: Música para camaleones / Algo inteligente / Música, música / (cuando dios te da un don, también te da un látigo / Y ese látigo es solamente para autoflagelarse) / Música, música para camaleones.
Desayuno en Tiffany’s (Random House, 2013)
Miguel Caballero
De serla única obra de su carrera, Desayuno en Tiffany’s sería motivo suficiente para encumbrar a Truman Capote en el pedestal literario al que pertenece.
No hay que entregarle el corazón a los seres salvajes: cuanto más se lo entregas, más fuertes se hacen. Hasta que se sienten lo suficientemente fuertes para huir al bosque. O subirse volando a un árbol. Y luego a otro árbol más alto. Y luego al cielo…
Desde la voz de un narrador oculto y nostálgico, Capote relata la historia de Holly Golightly, una chica de poco menos de veinte años de edad, quien, tras negarse a ser estrella de Hollywood por lo que ello representa —«un suficiente grado de complejo de inferioridad»— y en espera de encontrar el lugar al que realmente pertenece, se lanza a la conquista de Nueva York mediante un estilo de vida fancy, repleto de fervientes enamorados y amistades peligrosas, así como visitas a clubes y tiendas de moda, incluyendo el deseo constante de desayunar en Tiffany’s, la emblemática joyería de la Quinta Avenida.
Desde las primeras líneas y mientras avanza la historia, Capote nos provoca una complicidad peculiar con Holly, quien, página a página, nos confirma que no ha dejado de ser esa niña inocente, de origen humilde y solitaria que lo único que hace es pedir un poco de cariño y protección.
Es mejor quedarse mirando al cielo que vivir allí arriba. Es un sitio tremendamente vacío. No es más que el país por donde corre el trueno y todo desaparece.