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Historias

Lunes negro

Hemos cerrado este capítulo de forma circular, jamás había conseguido cerrar así una historia y tú como siempre me enseñas hasta en tu último aliento. Nos volveremos a ver.

8:40 a.m. 1 de junio de 2020. Me levanto de la cama, noto como si hubiese dormido diez horas, como si de una resaca dominguera se tratase. Miro al reloj. No doy crédito de la hora. Nunca madrugo.

Bajo a la cocina. Mi madre empieza a explicarme que lleva desde las 7 a.m. limpiando porque a Legolas (mi gato), el cual veía tumbado en mitad de la cocina, sufría un problema de incontinencia. Jamás había padecido este problema pero hoy era día un día diferente.

Me preparo un café y una tostada, nada excepcional, un día más. Saco la banqueta como cada mañana para que Legolas suba, era nuestro momento del día, yo desayunaba y el me pedía. Pero ese día no, se quedó tumbado en mitad de la cocina. Le enseño un trozo de fiambre. Me mira con sus ojos verdes y aparta la cara. Apoya su cabeza sobre sus patas delanteras. La barriga empieza a dolerme mucho, presagiaba algo.

Camino hacia la terraza. Abro la mosquitera y lo escuchó, un maullido suave. Llevaba un par de días en el que había agudizado su voz. Lo espero en la puerta. Me mira y ronronea. Él se tumba al sol y yo me siento a su lado. Los dos nos miramos y entendemos que este era el día. Estábamos en el punto donde comenzó nuestra historia.  

Junio de 2004. Hace 16 años. Una gata da a luz a una camada de gatitos en el garaje de mi urbanización.  De un día para otro, solo queda uno. Pequeño, solo e indefenso. Los niños y las niñas de la urba, como nos gustaba llamarla, lo encontramos. Empezamos a darle jamón york o lo que nuestros padres nos pusieron en la merienda. A las pocas horas nos ganamos su confianza. Vamos todos y todas corriendo a nuestras casas a informar de lo sucedido. Mientras le comento a mi madre lo sucedido observo cómo tiene todo preparado para hacerme el moño de Hogueras, tenía que ir a desfilar en la ofrenda floral de las Hogueras de Alicante. Mi madre con el corazón en un puño me dice que lo traiga a casa. En la urba todos y todas están de acuerdo con la situación pues en ninguna casa querían al pequeño gato.  Lo que no sabría Legolas, aquel gatito, que ese hogar se convertiría en su reino.

A día de hoy no entiendo por qué nadie quiso quedarse con el animal, pero en el fondo me alegra porque se convirtió en mi leal compañero hasta este lunes. Mi gato, Legolas, era negro. Escuché mil veces habladurías sobre que daba “mala suerte”, el único argumento, el color de su pelaje. Estupideces. La única mala suerte es que hoy 1 de junio de 2020*, después de 16 años, en esta terraza sabíamos, tanto él como yo, que este era el final. Hemos cerrado este capítulo de forma circular, jamás había conseguido cerrar así una historia y tú como siempre me enseñas hasta en tu último aliento. Nos volveremos a ver.

*Esta historia se escribió hace un año y, a día de hoy, no concibo cómo la vida puede cambiar tanto en 365 días.

Por Alba Otero

Periodista. Observar, escuchar y reflexionar, mi mantra periodístico.

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