México ofrece una posibilidad de liberación en los viajeros: Veka Duncan

La historiadora del arte también reflexiona sobre los claroscuros, las formas y los discursos del colonialismo intelectual tras la independencia del dominio español.

Crecer rodeada de objetos y antigüedades durante su infancia en Coyoacán propició que Veka Duncan (Ciudad de México, 1988) forjara una conciencia global sobre la cultura y las artes.

Su labor como investigadora, divulgadora y guardiana de la memoria histórica ha sido fundamental para sensibilizar miradas, tender puentes con el pasado y visibilizar el legado de los artistas viajeros y aventureros que encontraron en el México independiente una fuente creativa para desarrollar su obra.

Eres alguien muy vinculada con la comunidad británica en México, pero en tu linaje también hay sangre finlandesa.

Ha sido una parte muy importante de quién soy yo, ha formado mucho de mis intereses, de mi mirada sobre las cosas. Por el lado materno, mi abuelo era inglés, de Yorkshire, de una zona que se dedica principalmente a la lana. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, donde fue paracaidista y después estuvo en inteligencia, se decepcionó de Europa. Él, textilero, viajaba mucho desde antes de la guerra. Luego se vino para acá, y curiosamente aquí en México conoció a mi abuela, finlandesa, a quien yo ya no conocí. Esa parte finlandesa ha estado presente en mi vida, a través de las memorias de mi mamá. Mi abuela nació en Helsinski. Su historia familiar es un poco novelesca: su papá muere y su mamá, desesperada, siendo madre soltera, intenta buscar fortuna en Estados Unidos, en el cine mudo. Se va a Suecia, a Gotemburgo, de donde salían los barcos a América desde Escandinavia. Llega a Nueva York, y ahí se le pierde el rastro. Por eso mi abuela fue adoptada por la hermana de su papá y su esposo. Después le dio tuberculosis, fue enfermera voluntaria en la Guerra de Invierno, cuando Finlandia luchó contra Rusia por la parte de la Karelia. En la guerra, con la nieve, volvió a tener problemas pulmonares y se casó con un empresario petrolero, que llegó a México como diplomático. Juntos se instalaron en el país. Conoció a mi abuelo en un barco; él viudo y ella casada se enamoraron.

Yo crecí en el límite, en la frontera entre esas dos culturas. Crecí rodeada de muchos objetivos que habían llegado de todos estos lugares, que me abuelo había traído de sus viajes. Antigüedades europeas, piezas de sus viajes a África, Australia, al Pacífico. Y también con muchas cosas que mi abuela traía de Finlandia. Ella escribía en unas revistas en Helsinki. A través de su trabajo y sus relaciones con una editorial tenía mucho contacto con el mundo intelectual y artístico de Finlandia. Traía lo que en los años cincuenta era lo más revolucionario y vanguardista del diseño finlandés, que todavía hoy muchos de los nombres de ese momento siguen resonando: Alvar Aalto, Tapio Wirkkala o Nanny Still. Eso fue formando mucho de mi interés por el arte, el diseño y la arquitectura. Crecer rodeada de todo esto me hizo una conciencia de toda la riqueza cultura y artística que había allá afuera en el mundo. 

De ahí emerge un tema que te obsesiona: los viajeros que llegan a México y encuentran una fuente creativa y artística.

Desde que encontré unos diarios de mi abuela hablando sobre México, me pareció interesante cómo ella, una mujer que venía de un mundo gélido, veía este mundo tan cálido, tan soleado. Esta mirada que, ahora, un poco en retrospectiva, podría decir que cae en esta mirada europea que observa lo mexicano como algo exótico, casi como si estuvieran viendo al noble salvaje. Ya estudiando descubrí lo que para mí es todo un género de la historia del arte en México: los artistas viajeros. Artistas que a partir del siglo XIX comenzaron a venir a México, en un momento en el que México era una nación que apenas estaba surgiendo. Era un mundo que estaban viendo por primera vez. Un mundo que había estado muy protegido por los españoles. Entonces en el XIX se vuelve muy interesante para los europeos conocer no sólo México, sino América, conforme se van dando los procesos de independencia. Y luego, con el vinculo familiar, surgió el interés por los británicos, con este grupo de exploradores, aventureros. 

Humbolt, barón alemán, es el punto de inflexión hablando de exploradores y aventureros en México con fines más divulgativos.

Sí, Humbolt es un parteaguas, en general hay un consenso en eso. En el siglo XVIII se populariza un concepto denominado El Grand Tour, un viaje que hacían los jóvenes de la elite que estaban estudiando y querían ver de primera mano el Mundo Antiguo: Grecia, Roma. Establecer contactos con instituciones en otros lugares, ver qué se estaba estudiando en otras universidades de Europa, ver qué se está exhibiendo en los gabinetes de curiosidades. Con Humbolt El Grand Tour se va extendiendo a América. Él es uno de los primeros europeos que no formaba parte de las colonias españolas a quien se le permite la entrada a la Nueva España (había estado antes Thomas Gage, un monje británico). Humbolt, siendo barón y un hombre con una mente privilegiada, consigue el permiso del rey para venir a hacer un estudio sobre la Nueva España, de ahí sale Ensayo Político sobre el Reino de la Nueva España, que era un estudio principalmente geográfico. Hay que dejar claro que esto no deja de ser un colonialismo. Es un colonialismo quizá más intelectual. Humbolt cree que los españoles no están explotando del todo la riqueza que hay, y para explotarlo mejor tienen que conocer mejor sus recursos. Llega con esa intención, aunque en el camino se da cuenta de otras cosas. Tiene la sensibilidad para darse cuenta de que hay muchas injusticias sociales, pero el punto es la explotación de los recursos. Con esa mirada van a llegar muchos de los otros viajeros. Algunos siguen literalmente la ruta de Humbolt, como el pintor alemán Rugendas. Sí va a ser un punto de inflexión, pero se integra a esto otro que ya estaba sucediendo en Europa, particularmente con los británicos.

Humbolt tuvo una relación ambivalente con México.

En sus diarios encontramos una perspectiva más subjetiva. Ahí podemos darnos una idea realmente de qué estaba pensando mientras recorría la Nueva España. Sabemos que le impresionó mucho la ciudad, la compara con las ciudades más hermosas de Europa y los Estados Unidos. Le parece una ciudad muy limpia (risas), arbolada. Se interesa por la orografía que rodea la ciudad. El valle, las montañas. Recordemos que él es, ante todo, un geógrafo. Pero sigue siendo un momento en el que las culturas indígenas son consideradas como primitivas. Está inmerso en ese contexto y hay que entender parte su mirada de esa manera. Por otro lado tiene una sensibilidad muy interesante hacia la situación en que se encuentran esas poblaciones y por qué están tan marginadas. Incluso llega a escribir en algún momento que le causa cierto dolor pensar en los pueblos a los que les quitaron todo los españoles y los mantienen subyugados. Él empieza, no sé si consciente o no, a advertir las señales que años después van a llevar a la independencia.

¿Qué papel juega el México independiente en la esfera del colonialismo intelectual? 

Sigue habiendo un colonialismo duro: la intervención militar, la conquista. Lo vimos en el siglo XIX de una forma muy tangible con las dos intervenciones francesas y la invasión estadounidense. En esas intervenciones llegan artistas, artistas que también son militares, como Conrad Wise Chapman. Hay otros que se interesan porque descubren que en México también hay una riqueza cultural. Empieza a haber una curiosidad por el México precolonial. Ahí es donde estos viajeros van a tener una aportación importante, aunque también podemos poner en duda si esto surge de una visión racista. No hay que perder de vista esa parte. Pero van a venir a hacer descubrimientos y hallazgos arqueológicos, registros de esos sitios. Y eso, más que un interés expansionista, tiene que ver con un interés cultural. Aunque nunca deje de tener visos colonialistas, porque recordemos que hacen saqueo de piezas y se las llevan a los museos europeos.

Siempre están en el límite. En las imágenes que nosotros vemos muy inocentemente como paisajes, que era un género que comenzaba a ponerse de moda en esa época en México precisamente a raíz de la llegada de todos estos viajeros —quien abre la escuela de paisajismo en México es Eugenio Landesio, de origen italiano—, puede haber una perversidad detrás. Ese paisaje que está haciendo un artista viajero puede terminar en manos de un minero, de un ferrocarrilero, y no siempre tan inadvertidamente. Algunos de estos artistas que viajan y hacen estos paisajes son diplomáticos que están viendo dónde hay minas y petróleo, maderas, o donde se puede poner unos rieles. O muchas veces son militares. O trabajan directamente para una empresa. No siempre hay en el interés cultural algo tan desvinculado del expansionismo y de la explotación de recursos. Al menos en el siglo XIX es algo que ocurre en simultáneo. 

¿Es posible trazar una línea tangible en la que el colonialismo intelectual deje de tener esos dobles discursos?

Hay casos realmente excepcionales. En la presencia británica en México, hay figuras como Frederick Catherwood, por ejemplo. Sus ilustraciones de las ruinas mayas puede que estén muy romantizadas pero son registros importantes de los sitios arqueológicos. O las fotografías de Désiré Charnay. O de otro británico muy interesante que fue Alfred Maudslay, de los pocos que dicen: yo no puedo llevarme nada de aquí, tengo que registrarlo de la mejor manera posible en caso de que esto desaparezca. Se trae yeso de Italia, cámaras, placas, para hacer un registro minucioso de la escultura maya sin llevarse una sola pieza. Al final, esos registros sí son un material indispensable para entender las condiciones en las que se encontraban esos sitio en ese momento en el tiempo. El paisajismo, como te decía, llega con los artistas viajeros. Aunque muchos de ellos llegaran trabajando para mineros o llegaran con intereses menos loables, todos ellos aportaron un género artístico que va a cobrar enorme fuerza en México y que va a tener exponentes como José María Velasco. Velasco no hubiera sido el pintor de paisajes que fue sin la influencia de los europeos. Hay cosas buenas, sin duda. Pero no hay que perder de vista esta otra parte. Incluso con los textos. Hay mucha crónica de viaje muy interesante, que también son documentos históricos importantes, pero no hay que perder de vista quién lo está escribiendo y con qué propósitos.

Así como surge el estímulo de viajar, de conocer y llegar, también comienza a surgir la necesidad de quedarse, de mezclare y de mimetizarse.

A lo largo del siglo XIX hubo muchos casos de gente que se quedó, incluso gente que había llegado con Maximiliano, pero El Porfiriato va a ser un momento muy importante en esa historia. Yo te diría que ese va a ser el gran momento en el que la comunidad británica cobra fuerza aquí, como también la francesa, la estadounidense, la alemana. En este interés de Porfirio Díaz de querer impulsar la inversión extranjera, genera las condiciones para que muchos de estos viajeros aventureros que venían a hacer negocios ocasionales residan largas temporadas aquí. Un momento fundamental es algo que sucede con la revolución: el proyecto cultural impulsado por José Vasconcelos. En 1921, con su proyecto educativo de misiones culturales, con su impulso al arte, particularmente al muralismo, sí puso a México en el mapa de una forma importante. De cierta forma esto venía arrastrando algunas cosas, porque no hay que olvidar muchos de los artistas mexicanos van a París a estudiar con becas que se les dan durante El Porfiriato. Ya había una presencia mexicana en el mundo, que a su vez comienza a generar interés por México, particularmente desde el arte, las letras, la cultura. Es un momento fundamental en el que vamos a ver migraciones importantes de intelectuales a lo largo de los años veinte y treinta. Muchos sí se quedan, otros van y vienen.

Sin duda, el otro gran momento va a ser durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, particularmente con el exilio español y la migración de otros grupos que vienen huyendo del fascismo europeo en general. Aunque hay que decir también que Cárdenas no fue tan benevolente con los judíos como lo fue con los españoles. Ahí hay otras olas de migrantes que ven en México las condiciones para llevar a cabo la labor intelectual que se le estaba negando en sus países de origen.

¿El siglo XX es el punto más álgido de confluencia y donde empieza a borbotear una idea de diversidad cultural en México?

Lo que sucede con el cardenismo va a ser fundamental. Por un lado tenemos un grupo de intelectuales y artistas que están siendo censurados y perseguidos en sus países de origen y por otro la inteligencia estratégica del presidente Cárdenas de darse cuenta que México se puede beneficiar de esa fuga de cerebros. Lo que creo que va a ser fundamental de ese periodo, sobre todo con el exilio español, es que no sólo se les deja escribir y pintar libremente, se les integra a las instituciones educativas. Eso va a generar en México que lleguen ideas nuevas, en un momento en que podríamos decir que el muralismo mexicano se empezaba a sentirse un poco anquilosado. En los años cuarenta, y con mayor fuerza en los años cincuenta, vamos a ver transformaciones culturales importantísimas que no se hubieran dado sin la llegada de esos exiliados. Llegan para las artes plásticas figuras como Mathias Goeritz, surrealistas como Remedios Varo, Leonora Carrington, Alice Rahon, Wolgang Paalen. Ellos traen la abstracción, el surrealismo, y otras referencias que quizá comenzaban a explorarse en México, pero en realidad, a través de estos artistas y escritores que están dando clases y fundando sus propios escuelas, vamos a ver cosas que van a llevar a movimientos como la ruptura o el arte conceptual.

¿Qué despierta México como fuente creativa? 

Lo que ven aquí es una posibilidad de liberación. Muchos vienen en un contexto de persecución política, religiosa, étnica muy violenta: el arquitecto Hannes Meyer, la pintora Fanny Rabel. Y otros que quizá no vengan de gobiernos represivos ni regímenes totalitarios, buscan otros contextos sociales. Pienso en William Burroughs, DH Lawrence o Langston Hughes con esa homosexualidad velada pero muy presente, que están lidiando con una dificultad de que su mundo los acepten como lo que son. 

¿Existe una conciencia colectiva en México respecto a lo que supuso el crisol cultural del siglo XX? 

México, precisamente las épocas del muralismo y el cardenismo, sí lo supo capitalizar bien culturalmente. Sí hay una conciencia de que eso sucedió en algún momento y que tuvo oleadas, como la del exilio español. Lo que tendríamos que preguntarnos es si impulsarlo de la misma manera en que lo hicimos entonces sigue siendo viable. Porque yo todavía veo esa misma romantización de la miseria, de la pobreza, de las culturas indígenas, que a veces siento que puede ser contraproducente. Es querer ver a esas culturas detenidas en el tiempo, congeladas, y no necesariamente creo que se la mejor manera de abordarlo. A veces hay que ser un poco más críticos con los discursos con los que capitalizamos eso.

Alguna vez dijiste que el mexicano está acostumbrado a que lo vean, no a ver. 

Es algo que me he estado preguntando mucho sobre esos viajeros que dejaron alguna impresión sobre México: una carta, una obra de arte, un diario, una obra literaria. Podemos hablar de Fanny Calderón de la Barca, por ejemplo. Muchos dejan una huella de lo que vieron aquí. Por otro lado, los mexicanos lo han hecho menos o es menos conocido. Tiene que ver con dinámicas que son muy coloniales. Hay una relación de poder siempre en esto. Y en esa relación de poder, el europeo, el gringo es el que tiene dinero para viajar y hacer lo que quiera aquí. 

Pero también hay un rasgo que tiene que ver más con un espíritu viajero, que tampoco tenemos desarrollado.

Tiene que ver con los propios procesos históricos. ¿Quiénes son los que hacen literatura de viaje? Los que viven en naciones expansionistas colonizadoras. El viajar a otro lugar, aunque no sea con esa con esta idea de hacer una conquista dura, militar, de explotación, va acompañado de los aventureros que quieren conocer otros mundos. Son los que tienen la posibilidad económica,  que pueden viajar por placer y los que crecieron con esta cultura de embarcarse hacia el mundo y tratar de conquistarlo ya sea con la espada o con la pluma. Lo interesante es que tampoco es que no haya mexicanos que no hayan volteado su mirada hacia esas potencias. A mí, por ejemplo, me encanta lo que hizo José Juan Tablada con Nueva York. Su columna en El Universal «Nueva York de día y de noche» es una maravilla. Es un mexicano que revierte la mirada hacia esa potencia que años atrás había tratado de invadirnos. O Diego Gómez Pickering, con sus diarios, y otros diplomáticos. Sí hay quienes han crecido con esa cultura del viaje, lamentablemente en México son los menos.

¿Cómo sensibilizar la mirada viajera de un pueblo abocado a sobrevivir? ¿Por qué, por ejemplo, no nos gusta voltear hacia el sur?

Ha habido momentos en los que México, a mediados del siglo XX, lo ha hecho más. Estaba el concepto de panamericanismo, aunque era una agenda impuesta por Estados Unidos para evitar que llegara el comunismo a su esfera de influencia. Existía un sentido de colaboración con Latinoamérica importante, empezó a ver un rescate de figuras como Simón Bolívar. Pero sí, llevamos un rato que solo volteamos al norte, y tiene que ver con la supervivencia. La cercanía con Estados Unidos ha marcado a México para bien y para mal. El tener como vecino una potencia de ese tamaño tienen un impacto importante no sólo en en nuestra relación con ellos, sino con el mundo. Eso es algo que históricamente ha sido parte de quiénes somos.

El viaje tiene mucho que ver con la memoria, ¿cómo te sienta ese papel de guardiana de la memoria histórica de la Ciudad de México? 

A mí lo que me interesa sobre el patrimonio es que no se pierdan esas ventanas que tenemos hacia otro momento histórico, cómo se entendía nuestra realidad. Ahí hay claves para entendernos a nosotros mismos. También me interesan los niveles tan exagerados a los que podemos llegar con ese afán de conservación: no mover una sola piedra, no tocar nada. Esto es algo que escribía Rubén Gallo, sobre que el problema con la visión de que el resguardo del patrimonio se vuelva algo fundamental es que pareciera que estamos construyendo ciudades para los muertos, más que para los vivos. Pensamos más en una ciudad de monumentos que en una ciudad de habitantes. Es un tema que debemos seguir debatiendo. Estoy segura que hay un punto medio entre ser una ciudad que se adapte a las necesidades actuales y que no atente contra la memoria histórica.

¿Qué tan espontáneo es tu romance con Coyoacán? 

Cuando mi abuelo llega a México en 1946, compra un terreno en La Conchita y construye su casa. Yo crecí en ese casa, mi mamá creció en esa casa. Era una casa rara, en una zona colonial, muy mexicana, pero como mi abuela era finlandesa había un sauna en el jardín, con perros de razas inglesas. Había esta mescolanza de cosas inmersa en un enclave que parecía conservar un aire de ese México que ya no existía. Me nace el amor a Coyoacán porque aquí crecí y porque aquí ha vivido mi familia por tres generaciones. Aquí nací y aquí me moriré. Me marcó y por eso me he dedicado mucho en los últimos años a defender su historia y su patrimonio. Me formó una conciencia histórica el haber crecido en un ambiente así. A mi abuelo siempre le decían que sus terrenos habían sido las caballerizas de Cortés. Pensar que en mi jardín estaban los caballos de Cortés provocaba está simultaneidad de tiempos tan extraña que te deja pensando en muchas cosas cuando eres niño. O para ir a la tienda cruzar La Conchita y ver ahí la iglesia tan vieja, o que te digan: esa es la casa de La Malinche. Te hace muy consciente de que estás pasando por un lugar que tiene una carga histórica. De ahí le debo mucho a Coyoacán. Y de ahí mi amor por Coyoacán.

3 thoughts on “México ofrece una posibilidad de liberación en los viajeros: Veka Duncan

  1. Hola Veka !
    Que gustazo enorme encontrarte aquí. Casi sin darme cuenta estoy siguiendo tu evolución. También soy un enamorado de Coyoacán ( y también de San Angel y el Centro Histórico ). Te felicito muchísimo y te puedo asegurar que te envidio pues me hubiera gustado hacer algo parecido. Ojalá algún día coincidamos, por el momento te envío un cordial saludo y todo mi apoyo para tu interesantísimo trabajo.

  2. Hola veka duncan
    Mucho gusto
    Siemore veo el goco los fomingos y admiro mucho su gran cultura oreoaracion sencillez y sompatia
    Felicitaciones

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