Oda a José Emilio Pacheco

Ahora usted descansa en la sangre de su propia Medusa.

Me senté en el sillón en una mañana sombría,
todo parecía ser más que normal,
pues la ambivalencia de una obra no sufre 
de carencia.

En medio de una brisa literaria, 
un libro resaltaba de entre todas las líneas
del librero, y es que su rojizo me recordó
a la tragedia de la muerte de un niño.

Las palabras se iban concentrando en un
solo lugar: en mi cabeza; agarré aquel libro 
y en medio tenía una mujer como ilustración, 
muy hermosa para ser admirada.

Pero la certeza me hizo ignorarla y leer 
un poco más arriba de aquel rostro, que
ocasiona un libido en el vasto
frenesí.

Pacheco…. Pacheco… Pacheco…. ese 
apellido se repetía y no paraba de hacerlo,
mi universo no sabía quién era, algo
desconocido, pero a la vez conocido.

Como si algo ya nos hubiera juntado, como
si nos hubiéramos conocido en una vida
pasada, como si estuviera viviendo su
amor en un caleidoscopio de sentimientos.

Abrí un México que ya no existe, un México
que habita en el universo onírico de las 
personas, una colonia Roma despojada de
sus raíces.

Mariana… Mariana… Mariana… ¿dónde 
he escuchado eso? Por hondo que sea el
mar profundo, no habrá una barrera en el mundo
que mi amor profundo no rompa por ti…

¡Mi cabeza no paraba de recordar aquella
canción de la televisión! Un Daniel Santos,
o unos tales tacubos… una periodista…
¿Cristina Pacheco?

Todo iba cobrando sentido, todo salía a 
la luz, aquella conexión que estaba 
experimentando, estaba siendo una 
transformación de lo Barroco con lo contemporáneo.

¡Jim! ¡Jim! ¡Jim! ¡Tu mamá! ¡Mariana! 
¡Juguemos a “las batallas en el desierto”! 
¡Jim, vamos a tu casa! ¡Perdóneme, señora!
No te preocupes, Carlitos…

¿Carlitos? A Carlitos Mariana le dio un beso y
tuvieron que llevarlo al hospital, su padre decía
que no era normal y que de pequeño se les 
había caído.

La psicóloga seguía con sus pruebas banales 
y Carlitos solo pensaba en Mariana, pensaba
en la propuesta que le hizo, pero Mariana
en ese momento no existía.

Carlitos se fue y no recuerda el por qué
todo lo sucedido, como yo… constantemente 
me repetía estos párrafos, todo era muy
onírico.

Pacheco me aventura y mi mente lo disfruta,
simplemente su prosa me hizo entrar en un
mundo especial, Carlitos fue el reflejo
de un espejo que ya no existe.

En la memoria de José Estrada,
Alberto Isaac, Juan Manuel Torres
y a Eduardo Mejía cita ese tal José
Emilio Pacheco.

Su obra inspiró a ese tal Estrada,
pero Estrada sabe muy bien el camino,
y la muerte vino y se lo llevó, pero
un tal Alberto Isaac lo recuerda.

Y como si de un futuro se tratase, allá
a lo lejos se dirigía Estrada, y el amor de 
la novela de Pacheco lo traía en su cara, 
pues qué mejor.

La novela lo conquistó con la mirada,
y Alberto Isaac prendió su cámara
y filmó aquello que estaba escondido
en el fantasma de una vida pasada.

José Emilio Pacheco, ahora usted descansa
en la sangre de su propia Medusa,
ayer le recordé recitando uno de sus primeros 
artículos periodísticos.

Ha sido admirado por mi más grande sueño, 
porque me acerqué a la hermosura de las 
arquitecturas y las vivencias mexicanas en 
aquella cafetería de sus reuniones con los demás
escritores.

Gracias por acercarme al periodismo,
pero no cualquier periodismo,
aquel que lucha constantemente
contra la literatura; de igual manera,
le agradezco por ser
la figura paterna durante mis soledades.

Botellas de vino se entreabren, el sillón queda
perplejo para ser cargado por el poeta/periodista, 
ahora, agarro las letras de sus angustias y dejo
maravillarme con sus días.

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