En días donde el encierro dejó de ser voluntario para convertirse en obligatorio, los libros -para algunos- han representado ese escape necesario para evitar declararse en quiebra emocional.
Algunos tienen la necesidad de viajar por el mundo, otros exigen por salud mental ir a reencontrarse en la playa, mientras que el autor de estas líneas es feliz yendo a perderse en la jungla de asfalto que es la Ciudad de México.
Desde mi regreso a la Angelópolis -después de vivir casi cuatro años en la CDMX- procuraba irme una vez al mes a la región más transparente a recibir mi dosis de teatro, librerías, museos, cineteca, tacos al pastor, vida nocturna de hipster y todo debidamente realizado en compañía de las amistades radicadas allá. La pandemia me obligo a parar y resguardarme en casa.
Empero, un libro -que alargue su lectura por meses- me acompañó y podría decirse que me salvó del quiebre mental/emocional: El vértigo horizontal, de Juan Villoro, una obra que retrata a una ciudad que no da lugar a medias tintas: la amas o la odias.
Juan Villoro lleva tiempo inscrito en un extraño género literario: la literatura de viaje. Años atrás, en Puebla existía una Casa del Escritor; allí tomé -en 2004- un taller con el escritor argentino Mempo Giardinelli, quien vino a hablar de la presencia del viaje en la literatura y como éste se comenzaba a posicionar como un nuevo género, donde escritores como Sergio Pitol habían incursionado magistralmente y que seguramente se inauguró con La Odisea de Homero.
El libro nos da la bienvenida con un índice que señala las seis líneas que el lector puede abordar: vivir en la ciudad, personajes de la ciudad, sobresaltos, travesías, lugares y ceremonias. Luego nos nuestra la ruta de cada viaje, en una clara alusión al mapa del metro, sólo que sin terminales de trasbordo; éstas me imagino las puede decidir el lector acorde al mapa ofrecido. Cada relato-crónica/estación tiene un símbolo que nos remite a los existentes en las líneas del metro de la CDMX.
Villoro decide dejar la figura de escritor para convertirse en el Virgilio que el lector necesita, llevándolo a conocer a fondo todos y cada uno de los círculos que conforman la ciudad.
Los mitos fundacionales, los héroes inmaculados de bronce, los héroes de carne y hueso que salen cada que la capital enfrenta una desgracia, su extraña gastronomía, el caos vial, la inmensa e inevitable conglomeración humana están perfectamente descritas, al extremo de parecer una fotografía y no un texto. Los poetas, el merolico, Paquita la del barrio, los topos (personajes que emergen para sumergirse en los escombros de los temblores en busca de seres vivos), los luchadores, los vendedores de Tepito y los insoportables burócratas acompañan a Juan Villoro en este singular recorrido. Y también hay espacio para eventos que definen lo trágico, monstruoso y bello que puede ser la Ciudad de México: La Pasión de Iztapalapa, el Metro, la basura, la lluvia y sí, los sismos.
Quien haya vivido o sufrido la CMDX se sentirá protagonista del libro. También, quizá, argumentará que faltan lugares y personajes; empero, pienso, es un libro que ayuda a reconciliar los sentimientos encontrados. Juan Villoro ha escrito, sin duda, uno de los libros que ayudarán a tener una amplia radiografía de todo aquello que define y conforma la capital mexicana.
El vértigo horizontal, además, me sirvió para confirmar mi extraño amor por la Ciudad de México, pero también para recordar los momentos y las personas que me hicieron y hacen feliz cada vez que retorno a dicha ciudad: mis sábados o domingos por la mañana en los museos, mis tardes o noches de teatro viendo desenvolverse a mis amistades, mis noches de baile y desenfreno en lugares como la Purísima, el Marrakech; mis idas a Fil-Minería o FILIJ, los levantamiento de tarro en el Cuatroveinte, la Bipolar o las diversas cantinas de por el centro histórico. Mi asistencia los estadios Azteca, CU y Azul para apoyar al Puebla o mis tardes de lectura en el Péndulo. Mis caminatas por Reforma o Chapultepec.
También tuve viajes paralelos o los narrados por Villoro; por ejemplo, nunca fui a dar al grito, pero mientras leía su relato, me acordé del caos que se genera días antes y cómo nos sacaban de los edificios para que Estado Mayor los tomará bajo su resguardo.
Y con él reviví mis pequeñas visitas a Tepito o sufrí y volví a renacer cuando recordé el temblor del 2017 y cómo juré que iba quedar debajo de los escombros. Y también recordé lo mucho que extraño vivir y caminar por Santa María la Ribera.
Esto, querido lector, no es una reseña sobre El vértigo horizontal. Es, más bien, una invitación a adquirirlo y así obtener su propia experiencia de viaje; pues como todo, las experiencias son subjetivas y cada quien habla de cómo le va según sus atrevimientos o limitaciones.