El hecho de que la reputación que cimentó como guionista en el Nuevo Hollywood haya eclipsado su faceta de director nos obliga a explorar la filmografía de Paul Schrader como realizador en el especial del mes.
The Comfort of Strangers (1990)
Paul Schrader, conocido por su habilidad para explorar los rincones oscuros de la psicología humana, llevó su talento a otro nivel con The Comfort of Strangers, una inquietante adaptación de la novela homónima de Ian McEwan. Ambientada en una opresiva y laberíntica Venecia, la película sigue a una joven pareja británica, interpretada por Rupert Everett y Natasha Richardson, cuya relación es empujada a territorios inquietantes tras conocer a un misterioso matrimonio encarnado por Christopher Walken y Helen Mirren. Uno de los aspectos más destacados de la película es la actuación de Natasha Richardson como Mary, quien aporta una vulnerabilidad y una contención emocional que contrastan con la sofisticación inquietante de Walken y Mirren. Richardson logra transmitir, con sutileza y elegancia, una mezcla de inseguridad y deseo, atrapada en un juego que no comprende completamente hasta que es demasiado tarde. Su interpretación es tanto inocente como intrépida, lo que permite que su descenso a una situación peligrosa y muy violenta, sea profundamente conmovedor y aterrador. Schrader ha señalado, en su comentario para el Blu-Ray editado por el BFI, que esta es su “mejor dirección de actores”, un testimonio de cómo manejó el delicado balance entre el deseo, la manipulación y la perversidad en este filme, sin estar involucrado en el guión, que fue adaptado por el legendario Harold Pinter. Cada interpretación está cargada de ambigüedad y subtexto, lo que añade una capa de profundidad a una historia ya de por sí perturbadora. Walken y Mirren son brillantes en sus roles de depredadores refinados, pero es la dinámica entre Everett y Richardson la que proporciona el alma emocional de la película. La estética visual, también fundamental en el trabajo de Schrader, resalta el tono sofocante y amenazante de Venecia, casi convirtiendo la ciudad en un personaje más. A medida que la pareja se adentra en este mundo oscuro, la película (que cuenta con una exótica e irresistible partitura musical del gran Angelo Badalamenti) se convierte en una reflexión sobre la vulnerabilidad y el peligro de ceder el control de nuestros deseos a otros. The Comfort of Strangers es una de las películas más sutiles e intrigantes de Schrader, donde su maestría en la dirección brilla, y Natasha Richardson ofrece una de las interpretaciones más complejas y emotivas de su carrera.
Mishima: Una vida en cuatro capítulos (1985)
Película biográfica poco convencional (si la asemejamos a los cánones tradicionales del género) que retrata, a través de tres planos, la vida del escritor japonés Yukio Mishima, y a su vez toma tres de sus novelas para desplegar un impresionante e íntimo mosaico que trata de desnudar el alma del escritor: La casa de Kyoko (1959), que fue traducida expresamente para Paul Schrader con fines de la creación del guion de la película; El pabellón de oro (1956), que supone uno de los escenarios principales del film y del que se desprende el plano que profundiza la obra literaria de Mishima dentro de la película y; Caballos desbocados (1969), la única novela de la tetralogía El mar de la fertilidad utilizada como referencia del largometraje, y de la que se sirve para el plano más personal en el retrato del personaje. Confirmando así que la tetralogía significa la obra cumbre y final de un autor que, en ella, vertió todo su pensamiento ideológico y personal sobre la vida. La cinematografía de Schrader es hipnótica y pictórica a la vez, siendo, dicho por el propio director, su obra más significativa: “Mishima: Una vida en cuatro capítulos es a la película que más me atengo como director, así como a Taxi Driver como guionista”. Punto clave para la obra es la participación de Philip Glass en la creación de la banda sonora, uno de sus trabajos más representativos y que acompañan en forma de caleidoscopio musical a la película en una conjunción perfecta. Prohibida en Japón, Mishima: Una vida en cuatro capítulos logra un poderoso retrato de uno de los escritores más fascinantes y controvertidos de la historia de la literatura. La pluma y cámara de Schrader no dejan escapar ni un solo detalle de la leyenda del escritor: desde su homosexualidad reprimida, la figura de ese caudillo cuasi fascista anacrónico, sus obsesiones con el entrenamiento del cuerpo, hasta su profunda relación por la cultura japonesa y sus tradiciones ancestrales.
First Reformed (2017)
El hombre solitario es toda una tradición cinematográfica estadounidense. Durante mucho tiempo entendido como el ideal de la masculinidad. Rudo, fuerte, formal, callado: lidia con sus problemas sin lágrimas y con apenas unas risas irónicas. Los hombres, buenos, eran detectives o vaqueros. Hoy, en una sociedad que confronta esta idea, el retorno al modelo masculino clásico para muchos no sólo parece algo bueno sino necesario. No es casualidad que el disparo de salida de The Sopranos, una de las grandes series de la historia cuyo centro gravitacional es un “hombre”, sea Whatever Happened to Gary Cooper? Entre esa idealización y la nueva configuración de la masculinidad, existe el contrapunto oscuro de ese hombre solitario. El paria. Por obvias razones, estos personajes son los mejores críticos a la sociedad en la que viven, de la cual lo único que pueden sentir es el mismo rechazo y asco con los que son tratados. Dentro de este subgénero, el campeón indiscutible de las historias del “hombre en crisis existencial” es Paul Schrader. Desde sus míticas colaboraciones con Martin Scorsese: Taxi Driver, Raging Bull, -nomás-; hasta uno de sus mejores y más recientes trabajos individuales: First Reformed. En ella, a diferencia de las grandes obras ya mencionadas, el conflicto no surge desde el ostracismo o la ansiedad en la persecución del éxito. El vacío al que se enfrenta el reverendo Ernst Toller, interpretado magistralmente por Ethan Hawke, es de fe. La incapacidad de su religión, de su dios, para brindar la mínima respuesta la crisis multifacética en la que vive, lo hacen descender por un camino de desesperación. En lo personal (el alcohol y la salud); en lo profesional (viendo como la religión organizada se descara como un medio más de entretenimiento con fines de lucro); cuando es incapaz de dar consuelo al arma atormentada de un activista que acaba por volverlo, a él, en un fanático ambientalista. Con la estética fría del paisaje del noreste de estados unidos, cuando surgen colores tienen un contraste tonal que nos lleva a movimientos más pictóricos que cinematográficos. A través de un viaje astral, sangre sobre nieve, un río contaminado o la mezcla de pepto con whiskey, el color conecta a la realidad con la esperanza y la desilusión que habitan nuestros sueños. Si Taxi Driver y Raging Bull pueden ser consideradas mejores películas por muchos factores -la maestría de Scorsese uno de ellos-, First Reformed alcanza un nivel de madurez capaz de abordar los matices de la soledad masculina (la desilusión profesional, la paternidad, la pérdida de un hijo, la edad, el miedo -real- a la muerte) al que solo se llega con la edad y la experiencia. El hombre solitario sigue, y seguirá, entre nosotros de forma necesaria y natural. Nuestro deber como espectadores es entendernos desde su reflejo, para que su soledad sea un sacrificio y no un lamento.
El maestro jardinero (2022)
Narvel Roth (Joel Edgerton) es un tranquilo horticultor perfeccionista con su trabajo que, además, se ve obligado a complacer los deseos de su patrona, la viuda millonaria Norma Haverhill (Sigourney Weaver). En un momento determinado ella le ordena que se haga cargo de instruir a su sobrina Maya (Quintessa Swindell) en las labores de jardinería. La aparición de la chica cambiará por completo la vida de Narvel, quien se verá colocado contra la pared para revelar su violento pasado al espectador. Paul Schrader deposita en su protagonista rasgos que anteriormente vimos en tipos de su filmografía reciente como Toller (Ethan Hawke) en El reverendo (2017) y William (Oscar Isaac) en El contador de cartas (2021), es decir, sujetos atormentados que buscan redimirse o intentan asomarse al umbral de la expiación luego de transitar un camino tortuoso que los pone en esa posición. Con El maestro jardinero (2022), Schrader entrega un thriller, pero no uno cualquiera, he ahí uno de sus principales aportes. Vivimos tiempos en los cuales un amplio sector de la audiencia clasifica a las películas con base en su ritmo: son “lentas” o “dinámicas”, que no rápidas. Esto parte de una apreciación impuesta y moldeada por producciones industriales que sobreestimulan al público con colores, canciones, sonidos y cortes rápidos en la edición. No otorgan respiro ni pausa a la comprensión de lo que se ve, claro, siempre y cuando se esté contando algo. Entonces se asume que todo aquel título que carece de “dinamismo” y sobreestimulación es lento y, por si fuera poco, aburrido. Schrader va a la inversa del consumismo audiovisual que corre a velocidad. Por el contrario, no lleva prisa en contar su historia, como tampoco en llevarnos al límite de la tensión. Artesano como guionista y director, sabedor de que existen espectadores voluntariosos para contemplar las obras, Schrader confecciona un thriller en sintonía con el oficio de su protagonista. Primero estudia la tierra, después siembra, luego riega y cuida la planta, y concluye ofreciendo una pieza que da sentido a todo el proceso. En las semillas que arroja desde el principio hasta la mitad, previo a que todo se salga de control con la verdadera identidad de Narvel, el realizador tensa las situaciones para dirigirse hacia el suspenso, aliado infalible del thriller. Lo hace con sutileza, casi de manera imperceptible. Su equilibrio de tensión lo deposita en Norma, una mujer que aparentemente es amable pero asimismo es una señora con el poder de tomar un arma y perder los estribos bajo los influjos del alcohol. Más adelante, Schrader recurre a otros personajes inesperados que provocan el caos, unos que terminan siendo relevantes en una ruta donde no se vislumbraba su presencia. Para llegar a ellos hay que aguardar, tener paciencia. Se debe digerir la calma de un thriller sin prisas, olvidarse de que es una película “lenta”. Es, simplemente, una película que va a su ritmo.
Light Sleeper (1992)
El antihéroe urbano y solitario con ínfulas de escritor, el insomnio que se manifiesta siempre al acecho para provocar dudas, la capa plomiza que envuelve a Nueva York, el arma que aparece en forma de herramienta redentora. Es imposible no encontrar paralelismos entre John LeTour y Travis Bickle, sobre todo pensando en la curiosidad que despertó en tanta gente fantasear con lo que hubiese sido Taxi Driver con Paul Schrader en la dirección de su propio guion. Ahora bien, el hecho de que estén emparentadas no les resta originalidad y personalidad propia al personaje interpretado por un gran Willem Dafoe, un camello de lujo con dilemas morales y existenciales que intenta darle un vuelco a su vida tras desengancharse de las drogas. Para distanciarlas y entenderlas como unidades aisladas hay tres aspectos fundamentales: esa atmósfera opresiva que delata la devoción de Schrader por Bresson; la melancolía psicodélica de su banda sonora, gracias a la sensibilidad de Michael Been, el líder de la banda de rock The Call; y la fotografía evanescente y obsesivamente estilizada de Edward Lachman, muy en sintonía con Vírgenes Suicidas, uno de sus posteriores trabajos de la mano de Sofia Coppola. Si eludir el fantasma de Taxi Driver y esa Nueva York humeante se insinuaba como una misión casi imposible, Schrader ha vuelto a demostrar su oficio como realizador con una propuesta más experimental —y puede que humana— que la que lo mitificó como guionista en las grandes ligas.
The Canyons (2013)
En una sombría ciudad de Los Ángeles, Tara (Lindsay Lohan) es la sensual novia de Christian (James Deen), el adinerado productor de cine que prepara un nuevo proyecto. Esta pareja de veinteañeros hedonistas, viven entre el desahogo y las mentiras, con incapacidad de superar el pasado y una excéntrica lucha por tener el control. Serán esos embustes los que los llevarán a tropezarse una y otra vez, hasta que la tragedia toque a la puerta y con ella, la soledad. En la secuencia de créditos iniciales desfilan imágenes de cines abandonados que funcionan como alegoría de una ciudad (y junto con ella, una sociedad) carcomida por la desgracia y las falsas apariencias; ya David Lynch había advertido que debajo de las cercas blancas y el césped perfecto se encuentra todo podrido. The Canyons (2013), del director Paul Schrader, es un extraño híbrido entre thriller y drama erótico, ambientado en medio de la atmósfera literaria de Bret Easton Ellis, guionista del filme; los recovecos oscuros de Los Ángeles, cargados de sexo, drogas, dudas y violencia, recuerdan al universo de las novelas Less Than Zero (1985) y The Shards (2023), laberintos norteamericanos que el escritor conoce y disfruta exhibir. The Canyons aspira a demasiado y consigue poco, quedándose en un ejercicio mediocre de uno de los grandes guionistas de Hollywood. Paul Schrader hace lo que puede con una trama inverosímil que se va desgastando, mal condimentada con la actuación de una Lindsay Lohan confundida entre ser femme fatale o damisela atrapada. Ante el caos de una película que parece (mal) editada por varias manos, los mejores momentos son los que suceden al centro del universo Easton Ellis, como la luminosa secuencia del foursome, la aparición de un Gus Van Sant en calidad de psiquiatra y el arrebato de provocar tensión por medio de la cámara al hombro y el plano secuencia. El debate si Schrader es mejor guionista que director da para un libro completo; pareciera que los míticos guiones de Raging Bull (1980) y Taxi Driver (1976) no fueron firmados por la misma persona que rodó algo como The Canyons, una cinta por debajo del nivel que se esperaría de su director. Aquellas líneas rezadas en una serie de HBO, sobre las mentiras como una deuda que se acumula y que al final, siempre deberá pagarse completa, encajan perfectamente con el espíritu del filme, que además, tendrá el mérito innegable de “pervertir” la imagen de la que en algún momento fue una chica Disney.