Pensamiento aciago

Vi un colibrí en las flores que me regalaste; le costaba trabajo volar.

No me arrepiento de extrañar
la suavidad de tus labios y el durazno de tu piel;
se convirtieron en mi refugio cálido. 

Ahora que ya no me pertenece, 
deseo que siga brillando más que nunca. 

Que las ventanas dejen ver lo extenso del universo, 
que las cortinas dejen entrar la luz de las estrellas, 
que nuestro armario haga nuevas vías lácteas. 

Andrómeda existe gracias al invierno de tu visión. 

Otoño es y otoño será siempre; pero el verano 
de lo que vivimos perdurará
en los momentos más hostiles. 

Cada llamada tuya era el desahogo de la verdad, 
lo portentoso de la voz, lo maravilloso de tu ser. 

Cada abrazo eran los brazos de una madre. 
Cada mirada fue la suavidad de la pureza juvenil. 

Tus labios, sabor vida. Tu voz, sonidos de pajaritos
en la mañana. 
Tu pelo, sábanas para tapar el frío. 

No culpo tu estrechez de frenesí
—no culpo nada—, 
de hecho, sólo tu existencia completa la razón de 
mis pensamientos; la agradezco. 

Yo sí quiero verte brillar en la galaxia. 
Yo sí quiero ser espectador
de la creación de tu universo. 

Ahora estoy aquí: en el polvo estelar;
llorando la extinción del universo conocido,
y festejando la nueva creación, 
una donde tú serás la diosa de los signos párvulos. 

Te extraño y no lo niego. 

Te amo, pero decirte que te amo es crear
una ambivalencia, 
porque no sé si amo tu café de las mañanas
o tus sorpresas 
cuando me pedías bailar contigo «sin música»; 
el sonido de nuestros labios
eran la melodía del baile; 
ahora están bifurcados,
mas el olvido no podrá traicionarnos. 

El espejo rayado por los dedos de la pasión 
me hace recordar la primavera de nuestras citas.

Vi un colibrí en las flores que me regalaste;
le costaba trabajo volar. 
Lo agarré y lo solté. ¿Qué crees que pasó? 
Voló sin mirar atrás,
porque sabe que hubo alguien 
en el universo que lo vio, lo ayudó
y lo apreció por momentos;
de eso se trata el cariño verdadero:
admirar algo que no poseemos 
y desearle que sea una montaña, que cada día 
crezca hasta llegar al cielo de las almas luceras.

Prendí un cigarro. Me senté en el sofá de nuestras 
vivencias y te recordé con el mordisco del pasado, 
el presente y el futuro. 

Deseo que sanes aquello
que incendiaba tu corazón; 
seré testigo de tu nuevo Sol.

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