El calor de la noche subía, estaba rodeada de gente alcoholizada, drogada y sedienta de atención. Imaginen cualquier antro de la ciudad de México. Yo traía un vestido corto color negro, ajustado en mi pecho, suelto en mis caderas con un escote largo en la espalda donde lucía el tatuaje que recién me había hecho; un ave con la cola y el tronco de raíz y con las alas abiertas, casi sentía que podía volar.
Estaba con algunos amigos, en su mayoría extranjeros, todos bebían como desesperados como si pudieran beberse la noche en un solo trago. Yo había dejado de beber después de un par de resacas terribles tras haber caído en las redes de las barras libres. Además en mi historial familiar estaba el alcoholismo recorriendo mis venas, no podía darme el lujo de ceder a tan ordinaria adicción.
El ambiente no estaba mal, pero necesitaba algo más. Alguien me ofreció coca, tachas, poppers. Nada que se me antojara, estaba ahí por otro tipo de droga, quería sentir, sentirme viva, pero no gracias a una dosis extra de sustancias psicotrópicas. La música resonaba en mi pecho, una y otra vez, bailoteaba con una limonada natural entre mis manos, mirando a la nada, perdida entre las risas y los susurros de mis amigos. Aunque el lugar estaba a reventar, yo sentía me sentía sola. De pronto alguien me dijo al oído: ¿quieres bailar? Ni siquiera pude voltear, un tono grave y al mismo tiempo suave y sutil, había erizado mi cuello, piernas y brazos en un instante. Me quedé inmóvil, su voz me había resultado bastante erótica. Sabía que se había dado cuenta del efecto que causó en mí, no se movió ni un milímetro, volvió a repetir: ¿quieres bailar?, pero esta vez más pausado y con un tono mucho más bajo, casi susurrando. Volteé de golpe, impulsiva como siempre, mis rulos rozaron su rostro, así que cerró los ojos mientras yo lo veía fijamente, lo escaneé en realidad, parecía ser él, la razón por la que esa noche había llegado a ese lugar. Abrió los ojos y me sonrió con una de esas malditas sonrisas que quieres guardar en tu bolsa para que te acompañe toda la vida. Le puse los ojos en blanco y me volteé. Necesitaba tener el control de la situación.
Uno de mis amigos se dio cuenta y creyó que me estaba molestando. Me jaló hacia él, con ese lenguaje absurdo que algunos hombres utilizan para marcar algo como de su propiedad, como si yo fuera un vil objeto. Molesta, me solté de él y caminé hacia el baño. Había fila, necesitaba orinar urgentemente, mi cuerpo estaba mandándome una señal de emergencia. Tan pronto pude, entré a un cubículo y oriné una cascada de confusión y deseo. Salí, me recargué en el lavabo y me mojé la cara. Me quedé unos minutos ahí. Una chica se me acercó preguntándome si estaba bien, le respondí, sí, gracias. Me incorporé y caminé de vuelta hacia a mis amigos, pero en el pasillo me estaba esperando el hombre de la voz sexy. Estiró su mano, insistiendo bailar conmigo. Sonaba Sex on fire de Kings of leon y mi pecho ya no podía sostener mi excitación. Predecible, le dije yo no bailo. Volvió a extender su mano, esta vez tocando la mía y volvió a sonreír, el maldito infeliz ya me tenía. Me preguntó mi nombre, le dije Sofía sin dudar, con los extraños siempre cambio mi nombre. Le pregunté el suyo, primero dijo Alfonso, luego hizo una mueca casi riendo y dijo otro nombre, entendí Daniel, ¿Daniel? pregunté, no, no, respondió, me llamo David. Comenzamos a bailar distantes, sin siquiera tocarnos, pero cada canción nos acercábamos más. Hacía mucho calor, para ese momento ya podía sentir mi sudor recorriendo todo mi cuerpo. Sus manos eran grandes, de vez en cuando deslizaba rápidamente sus dedos hasta mi espalda baja y luego los subía lentamente hasta acariciar mi cuello, de ahí jugueteaba con mi cabello, metía sus dedos entre mis rulos y luego los estiraba hasta sacar sus dedos. Yo jugueteaba con su camisa, cada tanto las luces se colaban y me dejaban ver algunos lunares bastante sexys entre los vellos de su pecho, mis dedos también jugueteaban con ellos.
Cada canción nos acercábamos más y nos susurrabamos fragmentos que podían ser nuestros o trozos de la historia de alguien más. Entre las eses que hacíamos con nuestras caderas, sentía su aliento soplando en mi cabeza, se agachaba a la altura de mi cuello e intentaba besarme, pero yo lo evitaba, quería alargar el momento, esto era lo más cercano a sentirme viva después de tantos duelos y tantas muertes. Esa era la razón por la que estaba ahí. Intenté alargar lo más que pude el beso, pero después de un rato sucumbí a nuestro deseo. Su boca era grande, labios gruesos y buen aliento. Su barba y bigote encuadraban perfecto el cuadro para mis labios. Nuestras lenguas se conectaron, sin exagerar, esa noche sentí que inventamos un lenguaje, algo que sólo podíamos crear él y yo ¡Por Dios, dónde había estado su boca antes! Nuestros cuerpos se fundieron a un ritmo que ya sólo existía en nuestras mentes. Esa noche nuestros labios no se despegaron más que para decir, vámonos a otro lado. Cada vez que iba a ese lugar era víctima de los placeres mundanos, pero esto era algo más que un placer, él se sentía como un lugar donde me podría quedar a vivir.