Escribo de lo que no entiendo, de lo que no conozco: Danush Montaño Beckmann

Pasajes del libro sagrado de la Biblia que resuenan en la realidad cotidiana actual, llena de absurdos y pequeños y grandes horrores que a veces ya nos pasan desapercibidos, es la propuesta literaria que presenta Danush Montaño Beckmann en los 25 cuentos breves que reúne en su libro La Biblia encarnada (Tierra Adentro, Fondo de Cultura Económica, 2022).

Sobre ese libro conversamos con el autor, nacido en Durango y quien es licenciado en Filosofía y Ciencias Sociales. Ha colaborado en publicaciones como Tierra Adentro, Revista de la Universidad, Pliego 16 y Este País. Ha obtenido varias becas, como las de la Fundación para las Letras Mexicanas, del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico Durango. Con La Biblia encarnada obtuvo el Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri 2020.

¿Por qué un libro como el tuyo, esta reunión de 25 cuentos cortos que son, como escribiste en Twitter, sobre “la humanidad absurda”?

Escribo de lo que no entiendo, de lo que no conozco. Eso se lo robo a Rosario Castellanos, quien lo dijo en una entrevista que a ella le gustaba eso: escribir de lo que no entendía. Creo que yo me adecuo a esa manera de escribir y de leer, porque también me gusta.

Este libro es una exploración de muchas cosas: de perspectivas, de ideas que no son necesariamente las que yo comparto o he experimentado. Y es absurdo porque eso es lo que he descubierto: pensar en muchas cosas, facetas de la humanidad desde diferentes ángulos y, sin duda, hay algo allí de juego con la Biblia. Esta, al menos como se le interpreta religiosamente de manera tradicional, es una perspectiva rígida, definitoria de lo que es el ser humano, la creación, la vida y la humanidad. Este libro es lo contrario: es traerla al lodo, a la tierra, desacralizarla y llenarla de muchas perspectivas, incluso contrastantes y contradictorias, que es eso lo que yo estoy entendiendo como la existencia y la humanidad.

En los 25 cuentos hay de todo: ciencia ficción, fantasía, realismo. Hay sabores para todos los gustos.

Claro, ese libro encarna en una realidad horrible que va desde el Metro hasta un donador de semen. Cada cuento inicia con la referencia a un versículo bíblico, que vinculas con el relato. ¿Cómo los relacionaste: tomaste como inspiración el versículo para hacer el cuento, o a partir de este escogiste aquel?

De las dos formas. Veinte de ellos los escribí a partir de pasajes bíblicos, los que conozco porque tuve una crianza evangélica muy religiosa. El primer libro literario y de reglas que tuve fue la Biblia, pero me dejó un poco trastocado y me alejé de eso. Pero con la literatura me gusta regresar a ella desde otra perspectiva.

Yo conocía estos pasajes, me interesaban por alguna u otra razón y volvía a ellos, los leía y los reflexionaba. A partir de eso salía la ideal del cuento.

Con los otros cinco cuentos fue al revés: ya los tenía escritos, pero los reescribí y fue más bien ir a la Biblia a buscar pasajes que se relacionaran con lo que ya había escrito.

Me gustó mucho el cuento “El vagón y el combustible”, que es sobre dos amigos, y plantea qué es la duda para el ateo y para el religioso. ¿Cómo te ayudó en tu trabajo literario justamente dudar, que creo está en muchas partes del libro?

Estudié Filosofía y tuve la fortuna de cursar la carrera con seminaristas, con sacerdotes en formación. Uno de ellos es el fraile que está allí citado, al único que le dedico un cuento porque es mi mejor amigo. Llevamos una amistad muy curiosa porque él es creyente, sacerdote, y yo soy agnóstico, no soy creyente para nada. Muchas veces, cuando nos juntamos para echar caguama, salen temas pesados, teológicos, filosóficos, y ambos vivimos nuestra vida y nuestra perspectiva filosófica y teológica desde la duda, incluso él siendo creyente. Él la usa como combustible y yo como vagón.

Entonces ese cuento fue inspirado completamente en nuestras reflexiones y borracheras que nos echamos de vez en cuando.

El libro es un muestrario de los minúsculos horrores que vivimos a diario, especialmente en la ciudad. En ese sentido, hablas de las debilidades de las personas virtuosas que a veces hallan una muerte horrible; señalas también traumas de la infancia y del abuso. ¿Qué nos dices de esta parte pesadillesca?

Tanto por experiencias propias como por lo que me ha tocado que vivan personas cercanas a mí, o lo que se ve en los encabezados de los periódicos, hay que decir que vivimos en una sociedad muy violenta, muy machista, con muchas debilidades y grietas. Entonces, al menos desde mi postura, al escribir es imposible ignorarlas; de alguna manera tenemos que escribir de ellas, y yo elijo esta manera, a veces con un tono muy serio, realista, como es el caso de “El juicio de la liebre”, que habla de la violencia machista, de un abuso sexual. Allí no hay nada de humor sino de realismo duro y certero, pero en otros cuentos no abordo los temas de la misma manera, sino los trato con cierto humor, como el cuento del viaje a Chiapas, en el que una chica va, según ella, a inmiscuirse en una sociedad que está alejada de las conductas machistas de la ciudad, pero se topa con que eso está en todas partes.

En el libro hay mucho de la actualidad de lo que nos afecta, el tema de la Covid-19 inclusive. Escribí el libro en el 2020, en los primeros meses de la cuarentena, y por eso lo tiene.

Al respecto, ¿cómo trastocó esa enfermedad tu trabajo literario? Veo, por una parte, que fue beneficiosa en cuanto te dio tiempo para escribir y, por otra, le dedicas dos cuentos: “El pozole de murciélago” y “Unos por otros”.

Como dices, me dio la oportunidad de separarme, literalmente, de estar en casa, terminar el manuscrito y enviarlo al Premio Nacional de Cuento Julio Torri (por fortuna quedó ganador). En ese sentido me benefició la pandemia.

En otro sentido, me di cuenta de lo vulnerables que somos los seres humanos, al grado de que, si no fue un pozole de murciélago, sí de que algo pueda afectar y terminar tantas vidas y es capaz de encerrar a todo el planeta.

Lo que me impactó mucho y me afectó en la manera de concebir realidades y personajes dentro de la ficción fue darme cuenta de lo vulnerables y enclenques que somos como sociedad.

Además de Filosofía, de tus antecedentes religiosos, también tienes estudios en ciencias sociales. ¿Cómo relacionas tu trabajo literario con el de científico social?

Se complementan. En las ciencias sociales te enseñan a observar, a poner rigor en el análisis de las sociedades, de los ritos, de muchos componentes económicos, políticos, religiosos y culturales de una comunidad, y esas son herramientas para escribir: describir atmósferas, escenarios y personajes de manera justa.

Creo que es una obligación del escritor ser respetuoso con lo que escribe, con su personaje. Puedes escribir de lo que sea, siempre y cuando lo hagas con respeto; quiero decir: con dimensión. Muchos de los escritores hombres caen en describir personajes femeninos meramente sexualizados o bobos, y allí no están siendo justos con la persona, no la están tratando como un humano completo, y eso refleja su machismo pero también su deficiencia como escritores. Por eso digo que es casi una obligación, una habilidad del orfebre, dimensionar un personaje o una sociedad. Sin duda, las ciencias sociales funcionan para eso.

Uno de los textos que más me llamó la atención, no exento de humor ni tampoco de realidad, es el de “Estrategias para la difusión de la literatura”, en el que hablas de la deshumanización en ese ámbito, que va desde los bajos niveles educativos hasta la tecnología. No está tan alejado de la realidad.

Fue uno de los cuentos en lo que puse más de mi parte, ya que allí coloque muchas frustraciones que he tenido en mi carrera y las reflexiones que han surgido a partir de escribir y de leer, así como de que muchas veces en el medio de escritores se cae en un cierto canibalismo: nada más se leen entre ellos, a las presentaciones de libros siempre van las mismas personas y no se hace la comunicación con el resto de la sociedad. Entonces el personaje cae en la desesperación de que realmente no está llegando al público que quiere alcanzar, sino a las mismas poquitas personas que ya leen y escriben. Él quiere llegar al taxista, a la persona de la fonda, pero ¿cómo se hace eso?

Eso es muy frustrante porque uno quisiera que diversas personas lo leyeran. He tenido la fortuna de que he presentado el libro por invitación del FCE en el Librobús, en Bachilleres y en secundarias de Iztapalapa y de Ciudad Neza, y han sido experiencias muy gratas porque llegas a lugares donde normalmente no tienen cercanía con el medio literario contemporáneo. Los alumnos, las maestras y los profesores se emocionan muchísimo y son muy entusiastas con esas visitas. Eso es refrescante, como una salida de la frustración que se postula en ese cuento.

La otra parte son los colegas escritores, que están todo el tiempo con su teléfono y sus propias obras.

Es un medio a veces muy despiadado, muy desconectado, enajenado en sí mismo, absorto. Entonces ayuda mucho salir, irnos un poco de la burbujita intelectual o escritoril y ver con otras perspectivas o llevar tu libro a otros lugares que no son los acostumbrados.

Hay otro cuento sobre unas chicas, titulado “Te adoro porque haces caca”, una muestra amor entre dos mujeres en la que una está desanimada porque sus textos no son apreciados por las revistas.

Es otro cuento que tiene mis frustraciones de carrera. Yo tarde mucho en sacar un libro publicado con mi nombre. He aparecido en antologías y en revistas literarias impresas y digitales, y hasta me ha ido bien con las becas, pero publicar un libro con mi nombre me costó mucho trabajo, prácticamente siete años de estar intentando.

El personaje de ese cuento experimenta que ya está en un trabajo que no tiene nada que ver con lo que sus sueños le dictaban y no publican sus textos, pero su pareja sí la valora. Por fortuna yo siempre he tenido amigos, parejas y familiares que me han apoyado en ese trayecto y son fundamentales, sobre todo cuando las cosas no marchan como uno quiere.

Otro cuento es “De lo postrero de los cielos”, en el que hablas del supuesto mensaje que envió Carl Sagan en un disco de oro a los extraterrestres que lo encuentren. Él diría que aquí no hay nada qué hacer y les advertía que ni vinieran a la Tierra. Pero uno de los seres que encuentran el disco opina que somos seres capaces de crear ideas sonoras como “Johnny B. Goode”. ¿De qué parte estás tú?

Depende del día de la semana porque hay unos en que soy muy optimista y digo que vale mucho la pena, con piezas musicales hermosas o esculturas bellísimas, y otros en que soy pesimista y digo que ya se acabe la humanidad porque no servimos para nada.

Doy bandazos, pero allí están expresadas mis dos posturas.

En los últimos años no veo muchos libros de cuento corto; muchas editoriales prefieren, por mucho, la novela. ¿Cómo observas la situación del cuento corto en el país?

La veo deplorable. Es un hecho que las editoriales se decantan completamente por la novela, y los agentes literarios no te pelan si no escribes en ese género, y el cuento se queda fuera. Uno diría que también la poesía cae en eso, pero no creo porque hay editoriales que nada más publican poesía y le dan su espacio. En cambio, el cuento tiene que arreglárselas de alguna manera.

También se han cerrado muchos concursos de cuento, que antes eran como el espacio que teníamos para poder sacar un libro de cuentos, y desgraciadamente han desaparecido por una u otra razón. Es una situación que me parece trágica porque es fundamental: el cuento es la semilla de la narrativa. Sin el cuento no existiría la novela: así de sencillo.

Que se le desprecie así me parece muy gratuito e insensato porque, además, estamos viviendo en tiempos muy ajetreados, convulsos, que nos exigen estar en el celular, o yendo y viniendo para todos lados. En ese sentido el cuento es perfecto, porque tiene una extensión pequeña que permite leerlo en un trayecto en el Metro o en una ida al baño. En cambio, la novela exige que estés regresando a ella. Entonces no entiendo por qué no se adaptó el mercado a darle prioridad al cuento.

Pero espero que se abran más espacios y que haya más consumo de cuento porque es fundamental.

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