En el metro leo Las muertas (1977), de la leyenda literaria irónica guanajuatense Jorge Ibargüengoitia. En un pestañeo observo que delante de mí se encuentra un señor con una sonrisa y profundo interés en su mirada leyendo —adivinen a quién… ¡exacto!— a Ibargüengoitia, mas con otra obra: Instrucciones para vivir en México (1990). Esta escena cotidiana y de casualidad habla de dos cosas: primero: que la escena es un episodio cinematográfico que puede caber en la Ley de Herodes (1967); y segundo: que Ibargüengoitia ha envejecido de la mejor manera posible y que en el México del siglo XXI necesitamos urgentemente a otra pluma de su calibre, porque nos hundimos en la tragedia y en el absurdo.
Este escritor es de mis predilectos y no porque sea “humorístico”, un calificativo que él despreciaba porque, en sus palabras, presentaba el mundo tal y como lo concebía: un mundo tragicómico: los mexicanos somos tragicómicos al ser eternos luchadores insatisfechos, como lo dijo el escritor cachanilla (mexicalense) Daniel Sada. El mejor humor es el que no se planea: solo se da: fluye como el viento en un atardecer antes de llover. La mirada de Ibargüengoitia es la más honesta posible: fresca: juguetona: irónica: eso sí: es todo menos aburrida, pues luchó siempre contra la solemnidad y guapura de sus contemporáneos.
En Las muertas tenemos a un Ibargüengoitia periodista, pero sin serlo del todo: al periodista no se le permite ficcionalizar los hechos porque debe presentarlos conforme se le aparezcan en su reportería; el escritor, partiendo de la realidad, puede reconstruir los sucesos jugando con los tiempos y el orden de estos. El escritor gato (madrileño) Javier Marías declaró en una entrevista realizada por El País que los escritores de ficción tienen mayor libertad que los de no ficción, esto lo plantea en el sentido de que la ficción, por su juego y creatividad tanto en el narrador como en el lenguaje, puede acercarse más a las diversas versiones de la verdad que la no ficción, la cual finaliza en la interpretación del autor y el lector… es por eso que Ibargüengoitia advierte al comienzo del libro:
Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios.
Así, Ibargüengoitia se divierte con el lector, haciéndole cuestionar: ¿qué es realidad?, ¿qué es ficción?, Sada escribió su famoso título: Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (1999), que escuchó en la conversación de un café, donde engloba perfectamente la historia de las hermanas Baladro, mejor conocidas como las Poquianchis, y que un servidor conoció gracias a aquella película del realizador chilango Felipe Cazals. Las hermanas Baladro responden a los estragos políticos, económicos y sociales de un México que, aunque pareciera que ya no existiera, sigue vigente, mas de diversas maneras: las necesidades económicas: el estigma y la violencia en el negocio de la prostitución: los problemas amorosos causados por los celos: la inestabilidad de las relaciones: etcétera: etcétera.
En Las muertas el narrador parte de muchas voces: el que cuenta la historia: los personajes de la historia: y quien interpreta la historia, por lo tanto existen los siguientes recursos narrativos: la primera, segunda y tercera persona. Ibargüengoitia se adentra a la psicología de los personajes al punto que el contexto de las hermanas Baladro y las personas involucradas le dejan una tarea al lector: retarlo en una tierra donde habita la mala suerte en el destino y en la burocracia, además de las cosas mencionadas en los primeros párrafos de este texto. Ibargüengoitia al lector no lo quiere conmover ni hacer reír, claro está. Como le es conocido a este autor, la ironía está más que presente en el libro:
Lo que sigue es entre triste y aburrido:
Ibargüengoitia es un escritor minucioso: detalla con ojo de cronista los rasgos superficiales de los personajes —también la descripción de las atmósferas que habitan—, que son víctimas y un ejemplo de la ignorancia que abunda en las zonas marginales debido a la ausencia de la educación, una estabilidad económica y un manejo político correcto:
Muchos no van a la feria por motivos religiosos, sino por el comercio que hay. En Ocampo durante los días de la feria se compra y se vende de todo: incienso, cirios pascuales, milagritos de plata, triduos, caballos, gallos de pelea, una yunta de bueyes, una mujer.
Las muertas tiene la estructura de un reportaje por los diferentes testimonios que contiene y que retratan el porqué las jóvenes se meten al negocio de la prostitución:
Encontré a las señoras Baladro por casualidad. Yo vivía en un rancho y necesitaba dinero porque un hijo que yo tenía estaba enfermo. Fui a Pedrones a pedir trabajo y anduve de casa en casa tocando en las puertas hasta que llegué a una que abrió la señora Arcángela. Ella me dijo:
—Sí, aquí hay trabajo, pero no de criada. Si vienes a trabajar en esta casa será de puta.
Las muertas es una historia de negligencia: abuso: deshumanidad. El México de esta novela es misógino: machista: irónico —el Casino del Danzón, uno de los principales lugares de operación de las hermanas Baladro, fue inaugurado un día antes de la INDEPENDENCIA del país—, gobernado por personas déspotas que cometen actos tan atroces como su violencia se los permite, alimentado por el sensacionalismo periodístico. En Las muertas tenemos a uno de los Ibargüengoitias más teatrales.
Si vuelvo a viajar en el metro espero encontrarme con otro sujeto leyendo a Ibargüengoitia porque, como dijo un profesor de Periodismo Político, necesitamos un poco de respiración irónica en medio de tantos muertos y políticos que se comen a sí mismos sin ningún proyecto de nación. ¡Sálvese quien pueda!