20 años de Soba de Alan Coton, el film noir mexicano de culto

Se puede estar más allá del tiempo.
Se puede llevar ventaja al tiempo.
Se puede ir retrasado respecto al tiempo.
Pero no se puede estar sin tiempo.
El tiempo no espera a nadie

Francis Ford Coppola

Podría afirmarse que el tiempo lo destruye todo, como en ese escalofriante epílogo que estalla en Irreversible (2002) del director Gaspar Noé. El tiempo es, también, perfección y nos entrega en el momento preciso las imágenes que han de impactarnos más. En el hoy lejano año 2005, encontré una de esas imágenes en el poster de una película llamada Soba (2004); se trataba del primer plano en blanco y negro de una jovencita totalmente desconcertada, alegoría visual de ese lapso de vida que se enmaraña conocido como adolescencia.

Imposibilitado de ver el filme en alguna sala debido a la limitada exhibición, esperé paciente la edición en DVD, la cual adquirí en una tienda de discos del centro histórico. Quedé impresionado. Su fuerza visual y agresivo argumento me conmocionaron de forma brutal, al darme cuenta de que, hasta ese instante, no había visto nada igual en el cine mexicano. La imagen como equilibrio definitivo entre la temática, la técnica y el estilo.

El argumento de Soba es inquietante. Justina (Claudia Soberón) es una adolescente de 15 años que despierta sexualmente seduciendo a su padrastro, acción que detonará tragedia y fuga hacia la oscuridad de una ciudad implacable que todo lo devora. Del otro lado está Iván (Dagoberto Gama), un judicial asesino que es castigado por sus actos violentos volviendo a patrullar las calles, como policía preventivo.

Justina es una aleación entre la sensualidad de la Lolita de Nabokov y la maldición de la Justine del Marqués de Sade; la joven desciende al infierno del abuso sexual por parte de una autoridad que debería protegerla. Desnuda, humillada y ultrajada, Justina encontrará en Iván la única posibilidad para sobrevivir, mientras el inesperado héroe podría alcanzar la redención que sin saber anhela. En un ejercicio en retrospectiva, platiqué con el director Alan Coton.

El año de producción oficial de Soba es 2004, sin embargo, tengo entendido que el proceso de postproducción fue largo y complejo, lo que refleja un esfuerzo descomunal para que la película llegara a las pantallas. Finalmente, se convirtió en un filme de culto en el cine mexicano. Alan, ¿cómo encuentras a Soba a casi 20 años de su estreno? ¿Consideras que ha envejecido positivamente?

Fue, efectivamente, largo el proceso. La filmamos en 35mm en real blanco y negro y no teníamos verdaderos recursos para semejante hazaña. En aquella época, para filmar necesitabas el beneplácito del Estado y de los sindicatos, ergo, dinero. Al día de hoy, no sé cómo conseguimos hacerla con lo que hoy en día no harías ni un cortometraje en formato HD. Fue un acto de locura, de necesidad expresiva desaforada. Pero hay que estar absolutamente fuera de control para lograr que un grupo de personas abracen el mismo sueño. La verdad, la empezamos a producir y filmar desde el 2000, pero sí, también la postproducción es cara. Yo no vi lo que filmé, los rushes, hasta un año después: cuando pude pagar el revelado. La edición, la sonorización y demás procesos los fui haciendo poco a poco, y gracias a la buena voluntad de muchos amigos. Después de 20 años, considero que la película sigue ahí, funciona, emociona y alcanza el objetivo primigenio. Más que de “culto” yo digo, en broma, que es de “oculto”, porque es difícil verla.

La sórdida historia que Justina e Iván protagonizan, lleva en sus entrañas una crítica social necesaria hacia el abuso de autoridad y la falta de comunicación con los adolescentes, temas dolorosamente vigentes. ¿Cómo detona el guion de esta historia urbana de violencia y despertar sexual?

La historia se inspiró en un hecho histórico real. Es algo que no ha cambiado, antes, al contrario, pareciera que va en aumento. El abuso de poder y falta de educación en sus diferentes formas condiciona a la sociedad en su conjunto. Yo modifiqué los acontecimientos reales, pues fueron tres las niñas violadas por los policías en Tláhuac, y no una, pero el tema era poner sobre la mesa el asunto. Cuando la filmé era muy difícil el cine de denuncia contra el Estado -aunque quizás estemos regresando a lo mismo-, básicamente porque el propio Estado tenía que darte el permiso de exhibición en salas, que ellos, eufemísticamente, llamaban “clasificación”. La violencia contra las mujeres continúa y los feminicidios han aumentado más que nunca. Vivimos en un Estado feminicida, y donde la policía es corrupta y el ejercito patrulla las calles, con todo lo que eso implica.

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Soba (2004) es el segundo largometraje del cineasta mexicano Alan Coton, un film noir poderoso, filmado en un expresionista blanco y negro que juega con la luz y las sombras de una atmósfera sórdida y opresiva. Repleta de largos silencios que generan tensión y diálogos subversivos que gritan desesperanza, fusiona la fuerza de su discurso de crítica social con la belleza estética de planos inquietos que exploran las húmedas arterias nocturnas de la Ciudad de México.

Existe una angustia desde las primeras secuencias, con comidas familiares incómodas, sesiones de tortura, amistades hipócritas y el incremento paulatino de la curiosidad sexual de Justina; la adolescente se mira frente al espejo y se sabe capaz de manipular situaciones que le lleven a explotar su deseo, luego de la rígida opresión de un colegio de monjas y una madre mojigata.

Cine independiente de denuncia cercano al experimental, Soba emplea las carencias de presupuesto como armas incisivas; la tenue iluminación crea espeluznantes rincones donde cualquier situación peligrosa puede presentarse, mientras los suaves travellings revelan la miseria del entorno urbano y los primeros planos anuncian las intenciones de los personajes principales, quienes avanzan sin saberlo a un encuentro que cimbrará sus vidas.

Filmaste en 35 mm y en un certero blanco y negro. En Soba no se padece por el reducido presupuesto, por el contrario, pareciera que lo explotas en beneficio del filme mismo. ¿Recuerdas cómo fue el rodaje? ¿Qué te dejó el trabajo junto al director de fotografía Esteban De Llaca?

Fue dramático, tuve que adquirir material de 35mm blanco y negro vencido. Me hicieron una rebaja del 70% y eso lo hizo posible, aunque no tenía para el revelado. Pero Filmolaboratorio me dio crédito, luego también me hicieron precio para las copias en positivo en Labofilms, la verdad, no sé ni cómo le hice, pero era la única manera de filmar y exhibir en salas en aquel entonces. Ahora es más fácil, mucho más fácil. No tienes que revelar ni imprimir ni preocuparte porque una basura rayó el negativo al filmar. El equipo es ligero e incluso se exhibe en digital. Son grandes diferencias. Elegí el blanco y negro no sólo por la estética, sino porque todo lo demás era más accesible: el maquillaje, utilería, vestuario y decorados. Había sets de papel, eso sería imposible a color. La fotografía la hizo Esteban, que era mi compañero del CUEC/UNAM, con quién ya había trabajado mucho. Todos éramos muy novatos.

Platícame cómo fue el proceso de distribución con Cinemark y la afortunada edición en dvd de Soba, lo que permite que hoy el filme pueda ser visto al menos, en formato casero.

Pues, como yo me metí por la puerta de atrás, por cojones, la película no fue aceptada por el establishment. Alfredo Joskowicz, que era el director del IMCINE en aquel entonces -y que había sido mi director de carrera en la UNAM- se negó a apoyarla en su distribución, argumentado que no era una película del Estado y que no le gustaba. No la aceptaron a concurso en el Festival de Guadalajara, pero sí a exhibición. Allí la vio un visor de la Quincena de Realizadores de Cannes al que le gustó y me contactó para llevársela a la consideración del festival. Tiempo después, me llamó para disculparse porque se quedó a un voto de quedar en competencia, como consolación me invitaron al Festival de los 3 Continentes, en Nantes, y él mismo, Stéphane Delorme, escribió una gran reseña de la película en la icónica Cahiers du Cinéma, de la cual era redactor en jefe. El estreno mundial, sin embargo, fue en Sofía, Bulgaria, en un hermoso festival que presidía mí ídolo personal Jerry Schatzberg. La verdad, nunca he sido muy fan de los festivales porque no creo que el arte sea propicio para una competencia, como si fuera la carrera de los 100 metros, pero bueno, dejé que la película asistiera a algunos. Ya el tema de la distribución fue otra cosa, me dijo Alfonso López que nadie querría distribuir una película en blanco y negro. Tuve que hacerlo yo mismo, haciendo contacto con Cinemark y gracias a la buena voluntad y amor al cine de Jean Pierre Leleu. Ya para el tema del DVD recibí la gran ayuda de Carlos Sánchez. Esto no te lo dicen en las escuelas de cine: filmar es una cosa, distribuir es un calvario.

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En Soba hay muchas secuencias memorables por su encanto plástico, pero sobresalen dos. Uno: en un plano fijo, mientras Justina se prepara con una bata para abordar sensualmente a su padrastro, la televisión suena y una cruz a mitad del encuadre es testigo del momento impensable; el hombre, igual que el Humbert Humbert de Nabokov, Kubrick y Lyne, besa primero los pies de la ninfa, en una clara sumisión ante el deseo prohibido.

Dos: luego de escapar de casa, una inconstante cámara subjetiva indica que Justina se interna en las tinieblas de la ciudad. Después, un plano fijo la muestra turbada hasta la médula junto a un contenedor de basura, entre las sombras. Dos policías en bicicleta se acercan e intentan hablar con ella, pero al no haber respuesta, deciden llevársela. Los personajes se alejan infantilmente sobre los biciclos, hacia una oscuridad que los consume en crueldad y miedo.

El tríptico de culto conformado por Sofía (2000), Soba (2004) y Nesio (2008) te permitió trabajar con elencos excelsos, triunfar en festivales nacionales e internacionales y establecer una carrera en constante evolución. Hoy trabajas con grandes presupuestos en cine y TV. ¿Qué consejos le darías a los jóvenes cineastas que te ven como un ejemplo a seguir?

Sólo un par de cosas. Primero, es realmente más sencillo que nunca el filmar, gracias a la tecnología y a las plataformas, así que aprovechen el momento. Segundo, nunca dejen de trabajar. Es un medio muy complicado y si se va a vivir de esto, de la comunicación audiovisual, cualquier oferta es una buena excusa para filmar. Yo lamento ver a grandes colegas pasarse 4 o 5 años entre un trabajo y otro porque no les llega lo que están buscando. La vida es dura y luego te mueres.

En Soba hay ecos a Tarkovski, Ozu y Angelopoulos, pero en un entorno film noir auténticamente chilango. ¿Qué otros directores/as internacionales admiras? ¿Cuáles son las películas que vuelves a ver con fascinación?

No puedo negar la enorme influencia de la Nueva Ola, especialmente de Claude Chabrol y Jean-Luc Godard. En general el cine francés de Louis Malle, Jean Pierre Melville o Claude Sautet. Veo una y otra vez el cine de Fassbinder, principalmente Un año con 13 lunas. Sin embargo, debo reconocer que yo no me hubiera dedicado al cine de no haber visto The Dead de John Huston.

¿Qué opinión tienes del cine mexicano que se hace actualmente? ¿Qué cineastas nacionales te parecen interesantes?

Muchos. El cine mexicano evoluciona constantemente. La lista de cineastas crece año con año, Sebastián Hoffman, Tatiana Huezo, Fernando Frías, en fin, son muchos.

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En la estela de Perfume de violetas (2001) de Maryse Sistach, Ciudades oscuras (2002) de Fernando Sariñana y De la calle (2001) de Gerardo Tort, Soba comparte el espíritu tremendamente chilango de esos ejercicios fílmicos. Se trata de un filme que sabe y huele a Ciudad de México, capturado en un momento cuando todavía podía llamársele por ese nombre corrosivo y distante: Distrito Federal.

Las mejores películas mexicanas de principios de milenio fueron, justamente, aquellas que volteaban a los rincones de la ciudad que nadie quería ver, los paraderos de microbuses, las alcantarillas, las vecindades y las familias disfuncionales, con tramas impactantes plagadas de drama y personajes al límite, como a la distancia también lo fueron filmes como Los olvidados (1950) de Luis Buñuel y El callejón de los milagros (1994) de Jorge Fons. El arte, como espejo de la sociedad en que nace.

Alan Coton presume en Soba el conjunto de una mise-en-scène natural y agresiva, junto a una dirección de actores precisa con un cast que incluye a Dagoberto Gama, Claudia Soberón, Miguel Loaíza, Jorge Zárate y Silverio Palacios, todos ellos, hoy, histriones consagrados. Más adelante, Coton dirigiría a Tenoch Huerta en Nesio (2008), en una de sus mejores actuaciones, que le conseguirá una nominación al Premio Ariel, mucho antes de la vorágine de Marvel.

El cine experimento que representa Soba es un golpe brutal a los sentidos del espectador; castigada en su estreno con la clasificación C, esa restricción solo provocó que el público interesado se volcara a buscar copias de la película cuando el formato dvd emergía, convirtiendo el filme en objeto de culto.

En Soba, la desesperanza de cada uno de los encuadres en los 84 minutos de metraje guarda para la última secuencia un atisbo de confianza, cuando descubrimos a Justina entregándole a Iván unas historietas de Kalimán en el reclusorio norte, con ese inolvidable plano cenital de sus manos unidas. Es un héroe, su valiente aunque inesperado salvador. El amor puede surgir en los lugares más insospechados, como en la inmundicia de una ciudad que agrede y no exonera. Imagen y tiempo se revuelven en Soba; lo general se vuelve particular, lo abstracto se hace conciso y la idea se encarna en un drama humano indeleble.

Por último: ¿qué proyectos tienes en puerta?

Hoy por hoy ando trabajando con un par de compas en una película y una serie para plataformas. Es un mal momento para la exhibición en salas porque la pandemia del covid-19 alejó a la gente del cine. Hacer una película trae mucho trabajo y esfuerzo y, si no va a salir a salas, la verdad me desanima.

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