No me apetece pertenecer a un mundo donde no terminemos juntos.
Por: Miguel Balderas
Soy ferviente creyente de que las palabras no bastan, nunca he intentado que sea así, pero escribir pensando en ti resulta casi sintomático. Como si de un guion se tratara. Uno que me sé de memoria y no me canso de repetir constantemente: me quito la almohada, prendo la luz y estiro el brazo para alcanzar la libreta y la pluma del buró. Las palabras se dan con facilidad… normalmente. Plasmar versos por ti en la madrugada resulta tan sencillo como lo fue el meterte a mi vida.
Pero tengo que admitir que siempre me invade otra sensación. Aunque la tinta se transforme fácilmente en palabras algo no parece real. La melancolía juega su parte; no pertenezco, lindo cliché de cualquier joven en algún momento de su vida. Se siente como si todo llevara ya la inercia de una fuerza mayor, esa a la que algunos llaman destino. Esa fuerza va acomodando las cosas en la forma en que, entre comillas, tendrían que ser.
Entonces me doy cuenta que estoy ahí, sin ti, pero esto no tiene sentido, ¿no? ¿Cómo fue que llegamos a coincidir de esta manera?
La soledad también se une a la orgía de sentimientos. Una soledad imperceptible desde fuera, pero que ahí está, aunque no haya motivo para tenerla. Está lista para atacar en los momentos mas vulnerables, en esas noches que no vas armado más que con una pluma y una hoja en blanco. Esa soledad siempre resultas ser tú. Curioso es que te he tenido tan cerca, pero siempre estuve viéndote a lo lejos. La distancia, pensándolo bien, resulta abismal.
Tal vez por eso tiene sentido que nada de esto se sienta real. No me apetece pertenecer a un mundo donde no terminemos juntos.
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