Con el imprescindible No somos refugiados (Círculo de tiza, 2017) como reclamo social y periodístico, Agus Morales (Barcelona, 1983) se ha erigido como una de las voces emergentes del nuevo periodismo narrativo en España.
El fundador y director de la Revista 5W, la reivindicación de las crónicas de largo aliento, advierte que el periodismo no está en los despachos y enarbola la idea de encontrar nuevas formas de contar el mundo.
¿Por qué periodista?
Desde que tenía ocho años ya tenía claro que quería escribir, aunque cuando eres pequeño no tienes tan claro si escribir pertenece al dominio de la ficción o el de la realidad. Pero luego, cuando fui creciendo, la idea que tenía, casi infantil, era: ¿Quién escribe? El periodista. Bueno, pues voy a estudiar periodismo. Y ya en la universidad siempre tuve claro que quería trabajar fuera de España. Siempre he tenido esa voluntad extraterritorial.
Martín Caparrós, a quien conoces bien, tiene una teoría sobre el periodismo.
Sí, que el periodismo es cada vez más decirle a la gente lo que no quiere saber. De alguna forma es verdad, porque hay grandes temas de nuestro tiempo de los que la gente no quiere saber nada. Por ejemplo, el hambre, del que Martín ha escrito incluso un libro, o las personas refugiadas. Son temas que hay mucha gente que prefiere mirar a otro lado. El periodismo no es lo que te dictan las audiencias de internet o el clickbait. El criterio editorial debe permanecer, sea cual sea, y no el de la tiranía de las masas. Lo cual tampoco quiere decir que no se escuche a los lectores. Además Caparrós es el maestro, y al maestro no se le puede llevar la contraria.
2007 como punto de inflexión.
Estaba con Efe en Barcelona con una beca que era de dos años, el segundo de ellos era para trabajar con la agencia en el extranjero, donde me tocó estar en la India. Luego me quedé como corresponsal cuatro años. Es el principio de todo, para mí es un año muy importante. Además, a finales de 2007 y principios de 2008, el asesinato de Benazir Bhutto, a mis veintitrés años, significó mi primera gran cobertura.
¿La India sepultó cualquier indicio de eurocentrismo?
Eso siempre se tiene, pero es verdad que yo siempre pensaba que quería irme y que cuanto más lejos mejor. Supongo que desde mi cultura europea, siempre tuve claro que quería salir, ya no sólo culturalmente sino periodísticamente. Me apetecía Asia o África. Evidentemente, una vez llegas a un lugar así, que es tan absorbente, debes tener cuidado, porque si no te traga y entras a otra realidad, en el sentido de que puedes perder la perspectiva. Para mí son años de formación periodística; muchas de mis formas de pensar vienen de ese tiempo. En muchos sentidos, quizá conozco mejor la historia de la India que la de varios países europeos.
A propósito de relaciones absorbentes, Octavio Paz y la India.
Haciendo mi tesis sobre Rabindranath Tagore, llego primero a Juan Ramón Jiménez y el lado oriental de su poesía. Luego también me intereso por los poetas, artistas y escritores, hablando del mundo de habla hispana, que han estado en la India, y uno de los más importantes, si no el que más, es Octavio Paz. Yo ya lo había leído, pero mi interés por él crece a partir de esos años. Hay libros sobre su etapa en la India que son maravillosos: El mono gramático, Ladera Este, su libro de poemas. Y luego leyendo toda su obra en perspectiva, asumiendo que yo tengo una relación más emocional con el subcontinente, me parece que son los años más interesantes de su obra. Es una época que impregna para mí toda una nostalgia, aunque yo no la haya vivido.
¿Cómo surge Pakistán?
Al principio quería ir a Afganistán, pero al final no salieron bien las negociaciones con Efe y me surgió la oportunidad de ir a Pakistán. De alguna forma es un espacio cultural común a la India, aunque políticamente tengan esta rivalidad. Era un paso natural, ya hablaba un poco de hindi, que se parece mucho al urdu, y conocía la situación política. Tenía ganas de cambiar después de tanto tiempo en la India, aunque de alguna manera era como no irse. Y luego, periodísticamente, era un reto superior.
Pakistán antes y después de la muerte de Bin Laden.
La muerte de Bin Laden es un punto de inflexión en el país. Lo que pasa es que se produce en 2011, el año de las primaveras árabes. Todo el foco de atención que podía haber se trasladó, de alguna forma, a Oriente Medio. Es un cambio de paradigma, hasta el punto de que ahora, aunque sigue habiendo números de guerra a nivel de víctimas, incluso superior al de hace diez años, en Pakistán no se sabe que está ocurriendo. Había mucha gente interesada, empezando por Estados Unidos, en que ese capítulo de la historia se cerrara, aunque fuera falso. Y la forma de cerrarlo era con la muerte de Bin Laden. Fue así desde el punto de vista político, simbólico y geoestratégico. Ahora, mirando con perspectiva, sí que cambiaron cosas. No necesariamente para mejor o peor, pero cambiaron cosas. Sobre todo con la aparición del Estado Islámico, un grupo terrorista que se ha mostrado incluso más nihilista en su ideología que Al Qaeda.
¿Cómo se escapa de la llamada pornografía de la guerra en un sitio tan caótico?
Es un reto que afecta a los periodistas y a los lectores. También existe la pornografía de la pobreza. Hay que buscar nuevas formas de contar el mundo. Nunca hay que conformarse con la manera en que estamos contando las cosas. En el caso de Pakistán, que es un país culturalmente muy interesante, pude haber hecho un esfuerzo superior por hacer otras crónicas. Fruto de ese remordimiento, en la Revista 5W empezaremos con un proyecto sobre la comunidad pakistaní de Barcelona y la relación con su país de origen. Ese tipo de cosas quizá no son tan llamativas, pero construyen.
¿Qué tan profunda fue la huella de Médicos sin fronteras?
Siempre he dicho que en la Agencia Efe aprendí a ser periodista y que en Médicos sin fronteras aprendí a ser persona. Te da, primero, esa sensibilidad, y te da también muchísimo conocimiento. Aprendes cosas que van más allá del ámbito humanitario y que tienen que ver, por ejemplo, con el pensamiento estratégico. Está también la constante autocrítica, la continua revisión de tus convicciones. Y luego está, más a nivel personal, que tienes tiempo y la calma para convivir y hablar con personas en lugares como África u Oriente Medio; tiempo que luego he intentado trasladar a mi labor como periodista.
¿La Revista 5W es la reivindicación de las crónicas de larga distancia?
Sí, es una revista de periodista narrativo, de crónica, de no ficción, como le queramos llamar. Y está la fotografía, que es lo que la diferencia de otros proyectos, no solo acompañando al texto, sino también contando historias. Nace de muchos profesionales de la información internacional, de periodistas que están por todo el mundo, que tienen un espíritu compartido, que se han formado profesionalmente entre una época dorada que ya se esfumó y otra muy dura, o bien sin el apoyo de grandes medios, con varias generaciones que ya son freelance. Y sin embargo, lo que ves en todos ellos es la pasión por contar todo el mundo. Cuando te vas a Bangladesh y te encuentras un periodista de Bilbao, de Madrid o de Barcelona, ves que están publicando libros, formando proyectos. Estén escribiendo con nosotros o no, forman parte de toda esa gran energía. Hay una especie de osmosis, de proceso natural, que te hace entrar en contacto con grandes periodistas que tienen historias por contar.
Han huido a toda costa de la opinión.
Es una decisión difícil, porque al final la opinión te da más clics y más audiencia. En todo lo que publicamos en papel y la web no publicamos ningún artículo de opinión. Nosotros creemos en la crónica como el género total: el género ornitorrinco, como dice Juan Villoro. Hemos decidido ser un poco más radicales y hacer cosas que se adaptan mucho más a nuestra identidad, que no es tanto la de opinar como la de contar. Nuestra apuesta es por la crónica y la fotografía.
¿Y de la enfermedad del SEO?
Depende con quién hables de la redacción (risas). Muchas veces huimos del SEO, buscamos más la connotación poética que los clics a partir de eso. Luego también escuchamos consejos para optimizar y que una pieza pueda llegar a más gente, pero no es algo que tengamos como prioridad a la hora de titular. Lo más importante del título es que diga la verdad y que se relacione de forma natural con el texto, ya sea a nivel informativo o simbólico. A mí me gustan los títulos que hagan justicia a los textos, y, al revés: espero que el texto le haga justicia al título. Hay gente que nos pide usar títulos más agresivos o quizá más extremos, pero no buscamos el impacto.
¿El periodista es endogámico?
En general diría que sí, que tiende a ser endogámico. A mí lo que me sorprende es que, si bien hay muchos compañeros que sí que leen mucho, me he dado cuenta que hay algunos que no, o que no les interesa el arte, la literatura o la poesía, cosas que de forma natural el periodista debería tender hacía ello. También tendemos a confundir lo que piensa la gente en la calle con lo que se dice en Twitter, lo que demuestra lo importante que es mancharse las botas, pisar la calle, hablar con la gente. En los despachos no hay periodismo, el periodismo está afuera. Y ser conscientes de que la realidad se puede capturar mucho mejor desde fuera de la oficina que desde dentro es fundamental para buscar salir de esa endogamia de la que luego sufrimos.
Volviendo a Caparrós, los libros como refugio del mejor periodismo.
Los libros y, espero, que algunas revistas. El libro pide lo mejor de ti y exige un esfuerzo extraordinario, desde el punto de vista periodístico, del puro reporteo, hasta el punto de vista intelectual, de la reflexión sobre los grandes temas de nuestro tiempo. Eso es una gran suerte para el lector, porque ahí va a encontrar las tripas sobre el oficio y también las tripas del mundo en que vivimos. Hay personas que tienen una gran obra y otros que tienen una obra incipiente, pero cada vez están apareciendo más libros de no ficción. Es verdad que Lationoamérica tiene una mayor tradición de periodismo narrativo, aunque desde España están apareciendo nuevas voces interesantes.
¿No somos refugiados plantea una contradicción?
El título no es mío, se lo robé a uno de los personajes del libro. Akram, un empresario sirio que huyó de Alepo y que conocí en la isla griega de Lesbos, me explicaba que de alguna forma él no era parte de esa masa desheredada y empobrecida que iba hacia Europa, y me decía: nosotros no somos refugiados. Entonces me hizo reflexionar sobre el significado de esa palabra hoy y como hay personas que la rechazaban. Luego eso, llevado a la tesis del libro, tiene que ver también con que la mayoría de las personas del mundo desplazadas por la violencia no son refugiadas porque no les dan el asilo, porque están dentro de su propio país o porque se les llama migrantes, como a los centroamericanos que buscan llegar a Estados Unidos. Y de alguna forma tenía la voluntad de ser una especie de manifiesto: no somos refugiados, somos personas. Por eso nace con la idea de no sólo detenerse en el momento traumático de sus vidas, sino contar algo que vaya más allá. A partir de eso escribo sobre la historia de un hombre con un estudio fotográfico en Sudán del Sur, que cobraba por hacer fotos a la gente y luego las editaba en Photoshop para que detrás salieran edificios de París o de Dubai. En el fondo una historia así, que a priori puede parecer divertida, te revela una verdad muy profunda.
Sudán del Sur, con menos de diez años como nación independiente, tiene un historial dramático.
La de Sudán del Sur es una de las peores crisis humanitarias de la última década, sin duda. Yo soy muy pesimista a corto plazo, aunque más optimista a largo plazo. 2011 fue su primavera, un momento de esperanza que pronto quedó arrasado por la guerra civil. Lo más duro de países como ese, o como República Centroafricana, es que sólo aparecen en noticieros a causa de la guerra o a causa de la pobreza, y contar otras cosas de esos países exige un ejercicio periodístico superior.
¿La indiferencia es violencia?
Me lo planteo en la primera parte del libro, y yo creo que de, alguna forma, sí. Puede ser peor que el odio, de hecho. Hay muchos temas fundamentales de nuestro tiempo, ante los cuales nos mostramos indiferentes, que exigen nuestra atención. Hay gente que me dice: ¿Otro libro sobre refugiados? Qué aburrimiento, otra vez lo mismo. En realidad cuando discutimos sobre el tema, no hablamos de ellos, sino sobre nosotros mismos. Por eso creo que hace falta cambiar la perspectiva, en las migraciones los protagonistas son ellos. Hay mucho que reflexionar sobre cómo se está abordando el tema.
México y la crisis migratoria desde Centroamérica.
México actúa de alguna forma como Turquía para la Unión Europea: es el primer peón en la estrategia de externalización de fronteras de Estados Unidos. En el caso de los centroamericanos, con el añadido de que en ningún caso entran en el discurso sobre protección internacional; es decir, en ningún momento pensamos en esas personas como refugiados, cuando muchos de ellos están huyendo de guerras no declaradas en El Salvador o en Honduras. En Europa, por ejemplo, sí que hay más conciencia de que sirios y afganos son desplazados de guerra. Es una zona a la que hace tiempo no voy y que me gustaría volver para ver todo lo que ha pasado con la caravana migrante.
David Jiménez decía que hay que viajar, escribir sobre el lugar y luego volver.
Sí, sí, siempre hay que volver. Hay que volver a los lugares que te han marcado, y hay que volver, además, porque así el relato es más completo. A veces no hacemos narraciones, a veces sólo hacemos fotos estáticas. Volver te permite hilvanar una narrativa, ver cómo esa persona incluso cambia con el tiempo; eso es maravilloso. Por eso yo siempre digo que mi libro no termina nunca, porque esas historias siguen. Me gusta esa idea de saber que el libro está abierto y no cerrado.
A tus treinta y cinco años fuiste condecorado con el Ortega y Gasset.
Sinceramente, una agradable sorpresa. Valoro mucho las palabras del jurado sobre mi trabajo, pero tengo la sensación de que ese premio también es para una forma de hacer periodismo, para toda una generación, para un medio como la Revista 5W que con pocos recursos está intentando abordar temas internacionales; aunque Los muertos que me habitan formaba parte del proyecto de The Backway, del colectivo Ruido Photo con Edu Ponces. Me llegó a una edad temprana y me tomó por sorpresa, pero por supuesto que soy consciente de su peso histórico.
Hablando de premios, ¿un Nobel para Chamseddine Marzoug?
Sí, claro, sobre todo por el valor simbólico de una persona que está enterrando los cadáveres que escupe el mar. En un contexto en el que los vivos están naufragando en el Mediterráneo totalmente ignorados por Europa, él se fija en los muertos para darles sepultura y darles dignidad. Cuerpos escupidos por el mar, como si fueran deshechos.
Hace algún tiempo Javier Reverte, Alfonso Armada y Rosa María Calaf debatían sobre si existe o no el reportaje perfecto.
¿El reportaje perfecto? Eso no existe. No sé qué quiere decir perfecto, en realidad. La crónica o el reportaje no debe de tener la aspiración de ser perfecta, debe tener la aspiración de ser real, de que se pueda tocar, de que se pueda oler, de que te permita saber cosas. Evidentemente hay un trabajo literario que lo que intenta hacer es que el relato llegue al lector, a partir de ahí puedes buscar, si se quiere o no, la perfección formal, pero no creo que esa deba ser la voluntad de la crónica. Lo que más aprecio de una crónica es que te pueda plantear un conflicto y te pueda cambiar la cabeza. Al final, lo que tienen en común las grandes crónicas es que a partir de una historia particular puedas ir a un tema universal.
¿Cuándo sí y cuándo no la primera persona en una crónica?
Todo lo que sea trasladar un conflicto al lector desde la primera persona me parece interesante. Depende mucho de la naturalidad, habrá veces que no puedas pretender que tú no existes y hay otras en las que no tienes ningún papel ahí. La tercera persona puede llegar a ser tan ficticia o real como la primera. Lo que pasa es que a veces los periodistas caemos en el egocentrismo y el ombliguismo, que me parece lamentable, pero el uso de la primera persona no debe tener nada que ver con eso.
¿Qué sigue?
Estoy ahora obsesionado con la idea de que tenemos que cambiar la forma de contar las cosas. Ya hemos hecho esfuerzos en ese sentido, pero tenemos que ir un paso más allá. Tenemos que buscar nuevas narrativas, especialmente con el tema de los refugiados. Tenemos que empeñarnos en que el periodismo se convierta, de aquí a diez o veinte años, en lo que la gente sí quiera saber.
Larga vida a Revista 5W…
Gracias, inshallah (si Dios quiere, en urdu). Ha ido mejor de lo que pensábamos, pero aún nos queda mucho, sobre todo para hacer coberturas de forma frecuente, enviar equipos y contratar a más personas en el día a día. Aunque a mí no sólo me gusta reflexionar sobre si la revista va bien o mal, sino por lo que pueda transmitir a lectores, a periodistas y a otros medios. Cómo la revista puede influir en otros sectores. Eso es interesante y creo que esa influencia es positiva. Somos un modelo centrado en periodismo internacional y suscripciones: cosas que espero, desde nuestra humilde posición, inspiren a más personas.