Categorías
Editorial

Al César lo que es del César

Lo que no logró la colección de libros para niños El Barco de Vapor lo logró César Luis Menotti: volverme lector. Su libro Fútbol sin trampa fue el que a mis doce años me enganchó a la lectura, el que me dejó para siempre el hábito de leer.

Honrando el lugar común, aquel libro que reproduce las conversaciones de Menotti con su amigo y colaborador Ángel Cappa fue para mí una auténtica revelación: descubrí en sus páginas que Menotti había versificado el futbol, que lo había dotado de conceptos, de nociones explicativas que ayudan a comprender los fundamentos del juego y sus recovecos al tiempo que permiten dimensionar sus aristas humanas y sociales. Ahí vierte su teoría general de este deporte, y lo hace con buen decir, “no desde el búnker de un glosario inentendible, no como un ejercicio de vanidad, no desde púlpito alguno”, como bien dice su paisano periodista Walter Vargas.

Para mayor asombro del adolescente que era yo, a la capacidad dialéctica de su contenido Fútbol sin trampa sumaba la autoridad moral de su autor. Lo firmaba nada menos que un entrenador campeón mundial, el que dio a la Argentina su primera estrella en 1978 y también su primera conquista de una Copa del Mundo juvenil el año siguiente, un personaje que había dirigido al Barcelona, al Atlético de Madrid y a los dos grandes de Argentina, Boca Juniors y River Plate. Pero además había otra razón que multiplicaba el influjo que surtía sobre mí aquella obra: que Menotti no me quedaba lejano ni remoto, pues apenas el año anterior al de mi primera lectura había sido director técnico de la selección mexicana, cargo que ocupó entre noviembre de 1991 y diciembre de 1992, periodo particularmente convulso en el futbol mexicano en el plano institucional que habría de impactar irremediablemente en el aspecto deportivo.

Un poco de contexto. En 1988 México fue suspendido de toda competencia internacional durante dos años. El motivo: la inscripción de al menos cuatro jugadores de edades superiores a la permitida durante el premundial juvenil disputado aquel año en Guatemala. Ese castigo impidió la participación de representativos futbolísticos del país en la Olimpiada de Seúl 88 y en el Mundial de Italia 90. A ese vergonzoso affaire se le bautizó como el escándalo de los cachirules por un personaje de televisión, Cachirulo, caracterizado por un actor adulto, Enrique Alonso, que se disfrazaba de niño.

En virtud de que en el tiempo en que tuvo lugar el caso de los cachirules el presidente de la Federación Mexicana de Futbol (FMF), Rafael del Castillo, era un emisario de Televisa —corporativo que controlaba, y controla, el futbol nacional— la imagen pública del gigante mediático predominante se encontraba seriamente erosionada como para seguir imponiendo a los directivos de la entidad rectora del futbol en el país. De ahí que un sector de la oposición a Televisa en el seno de la FMF, encabezado por Francisco Ibarra, del club Atlas, y Emilio Maurer, del Puebla, aprovechó el desgaste por el que atravesaba el sempiterno mandamás para hacerse de los puestos de máximo poder de decisión.

Ibarra investido presidente de la FMF y Maurer como titular de Selecciones Nacionales, emprendieron la reconstrucción de la selección tras el largo impasse de la suspensión. En un primer intento depositaron el timón en Manuel Lapuente, quien había dirigido con éxito al Puebla, el club de Maurer, al que sacó campeón en 1983 y 1990. Pero aquella primera gestión de Lapuente como DT nacional —tendría después otra, durante la cual dirigió en el Mundial Francia 98 y ganó la Copa Confederaciones en 1999— fue breve porque no pudo lograr una buena actuación en la primera Copa de Oro de Concacaf en 1991. En reemplazo del hombre de la boina se llegó a barajar —al menos en la rumorología de la prensa, tal como consta en una portada del diario Esto de aquellos días— la posibilidad de designar nuevamente a un histórico del banquillo nacional: Nacho Trelles, quien muy poco de vanguardia, ya no digamos de innovación, podía ofrecer.

Fue entonces que Ibarra y Maurer, puestos a buscar fuera del gremio mexicano de entrenadores, fueron tras Menotti.

Además de la Argentina, la mexicana fue la otra selección nacional que Menotti dirigió. Quizá por las afinidades culturales, por la comunidad de idioma, por la numerosa colonia argentina radicada en México, “El Flaco” decidió venir.

Menotti como seleccionador mexicano en 1992.

Pero a modo de aliciente adicional, pienso que el reto que le representaba a Menotti conducir al Tri guardaba algunas similitudes con el que encaró en 1974 cuando tomó la rienda de la selección albiceleste con miras al Mundial que habría de albergar Argentina cuatro años después.

No hay que olvidar que en 1974 la selección argentina no era el sinónimo de triunfo deportivo que es hoy gracias a que en los años posteriores y hasta la fecha por sus filas han pasado nombres del calibre de Kempes, Maradona o Messi. En aquel entonces la camiseta barrada con los colores que el general Manuel Belgrano puso en la bandera compendiaba fracasos a nivel selección que contrastaban con el prestigio de sus clubes y de sus futbolistas. Un par de ejemplos: en 1958 Omar Sívori era ídolo de los tifosi de la Juventus de Turín, pero con el combinado nacional decepcionaba en el Mundial de Suecia, mientras que en 1970 Estudiantes de La Plata era lo que hoy equivaldría a ser campeón mundial de clubes, pero la selección en cambio no conseguía siquiera calificar al primer Mundial celebrado en suelo mexicano.

Si no de manera exactamente análoga, México en 1991, como Argentina en 1974, padecía también una discordancia entre la manera como se le percibía en el mundo y la realidad de su futbol. México era famoso por ser el primer país en organizar dos Copas del Mundo. Lamentablemente se distinguía también por dilapidar las posibilidades de desarrollo y mejora de su competitividad que prometía su condición de único anfitrión de dos ediciones. Después de México 70 la selección mexicana no consiguió calificar a Alemania Federal 74 y quedó en último lugar en Argentina 78, mientras que después de México 86 fue descalificada sin poder siquiera intentar acudir a Italia 90 como consecuencia del bochornoso episodio ya apuntado de los cachirules.

Gracias a Menotti Argentina por fin dio un golpe de mano en 1978 al llevarse el título mundial. Semejante éxito se consiguió, en buena medida, porque tuvo el acierto de impulsar la internacionalización de futbolistas del interior del país —es decir, provenientes de provincias distintas de la capital Buenos Aires— provistos de gran pulcritud técnica pero que solían quedar fuera del radar de los seleccionadores que le antecedieron en el puesto, quienes circunscribían sus convocatorias a los integrantes de los equipos porteños. Esos jugadores que Menotti incorporó —entre otros, Osvaldo Ardiles, Mario Alberto Kempes, Américo Gallego— en tanto portadores de lo que él denominó “La Nuestra” —una forma de jugar que reclaman como seña de identidad los oriundos de Rosario, su ciudad natal, caracterizada por el buen trato al balón como una cuestión de principio— terminaron por imprimirle al conjunto nacional argentino algo muy difícil de lograr en el futbol: un estilo propio, uno que —el tiempo se ha encargado de probarlo— amén de espectacular ha resultado muy eficaz: los ha llevado a cinco finales mundialistas desde 1978, de las cuales han ganado tres y de éstas en dos Menotti tuvo parte del mérito: en 1978 como entrenador y en 2022 como jefe de selecciones nacionales.

Bien lo expresa el antropólogo social, periodista y escritor argentino avecindado en México Carlos Prigollini, en diálogo con futboleo.net: “Menotti le dio una trascendencia al futbol argentino a través de la selección nacional. Él fue el primero que firmó por cuatro años [para dirigir a la albiceleste], el primero que le dio valor a la camiseta nacional y a la importancia de vestirla. Cuando estuvo en México hizo algo similar”.

Porque si había sido capaz de forjar un estilo en Argentina ¿por qué no hacerlo en México?  Ayudarles a los futbolistas vernáculos a encontrar el estilo mexicano de jugar se convirtió en un objetivo que Menotti se trazó al aterrizar en el aeropuerto Benito Juárez.

Francisco “Paco” Uribe, campeón de la Liga mexicana en la temporada 1991-92 con el León, fue de los primeros jugadores mexicanos que Menotti detectó como potenciales abanderados de su proyecto renovador. Entrevistado en exclusiva por futboleo.net a pocas horas de la muerte de Menotti antier domingo 5 de mayo de 2024, el atacante surgido de los Pumas de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam) tiene a Menotti por “la persona que vino a revolucionar, a hacer un cambio, una metamorfosis en el futbol mexicano. Fue el que vino a inculcar una mentalidad diferente en el futbolista”.

De la misma opinión de Uribe es la periodista deportiva Graciela Reséndiz, actual reportera de ESPN que durante la estancia mexicana de Menotti colaboraba en el diario Esto. En declaraciones a futboleo.net la egresada de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García recuerda que plumas muy leídas de la prensa deportiva de la época —Ignacio Matus, Carlos Trápaga, Gustavo Ramos Galán, Teodoro Cano— coincidieron en reconocerle a Menotti su contribución al cambio de mentalidad del futbolista mexicano a pesar del poco tiempo de que dispuso: su gestión al frente de la selección terminó abruptamente antes de cumplir sus primeros trece meses por la salida de Ibarra y Maurer de la dirigencia de la FMF. México, país en el que los funcionarios gubernamentales que cuentan con experiencia y probadas credenciales rara vez permanecen al frente de sus carteras por más de un periodo constitucional, extendió al futbol esa costumbre de cercenar con espíritu de cofradía proyectos de trabajo que descansan en la planificación racional. Nadie tuvo la visión de posibilitar que Menotti continuara su ciclo, no obstante que superó la ronda eliminatoria que le tocó afrontar en primer lugar de su grupo.

Menotti atiende a la prensa mexicana. A su espalda, la reportera Graciela Reséndiz.

Sabido es que Menotti era afecto a llenar sus sobremesas con anécdotas y cigarrillos. En México su gusto por fumar algo iba a tener que ver con uno de sus principales descubrimientos: Ramón Ramírez, el futbolista que más le entusiasmó nada más llegar, su pichón de Maradona —como él mismo lo calificó— había dado sus primeros pasos en el futbol organizado en un equipo auspiciado por una tabacalera de Tepic: la empresa pública Tabacos Mexicanos (Tabamex), creada en 1972 luego de la nacionalización de la agroindustria productora de tabacos rubios. El niño que a la edad de seis fue llevado por su padre al representativo infantil de la cigarrera dieciséis años después recibía de Menotti su primera convocatoria a la selección mayor: el rosarino lo hizo debutar con la camiseta verde absoluta el 4 de diciembre de 1991 ingresándolo de cambio en la victoria mexicana 3-0 sobre Hungría en el estadio de León. De no haberse cruzado Menotti en su camino muy probablemente a Ramón esa zurda privilegiada que afinó desde muy temprano le habría deparado la destacada trayectoria que finalmente tuvo y todos conocemos. Pero la seguridad en sí mismo que le habrá hecho sentir el primer entrenador que vio en él un futuro de nivel internacional seguramente abonó a ese resultado.  

De no haber sufrido la lesión que lo apartó de las canchas prácticamente todo el año 1992 Ramón Ramírez habría sido sin lugar a dudas el jugador en torno al cual se habría articulado el funcionamiento colectivo del representativo olímpico que se clasificó a los Juegos de Barcelona. Silviano Delgado, defensor veracruzano que integró la selección que viajó a la Ciudad Condal, recordó a petición de futboleo.net el papel que jugó Menotti en el armado de aquella selección que no perdió ninguno de sus tres partidos de la justa barcelonesa —todos empates— en la que finalmente fungió formalmente como entrenador un miembro del cuerpo técnico menottista, Cayetano Rodríguez. “[Menotti] fue un factor clave para poder tener ese crecimiento que necesitábamos. La mentalidad que este hombre, que este maestro traía, hacía cambiar de plano a uno para poder lograr sus objetivos. Cómo no lo voy a llevar en el corazón a este hombre que fue parte de los inicios de mi carrera”, dice en un testimonio grabado en video el nativo de Coatzacoalcos, que vistiera los uniformes de Puebla, Toluca, Morelia y Albinegros de Orizaba, entre otros clubes, y que fuera llevado por Menotti a la selección mayor en su primera convocatoria posterior al regreso de la Olimpiada.

Claudio Suárez también fue llevado al Tri por primera vez por Menotti. En su libro biográfico el Emperador se remite a ese llamado que marcó el inicio de una saga de 178 partidos con la camiseta nacional, sólo superada por Andrés Guardado. “Menotti se fijó en mí por un poco de recomendación. […] Jorge Campos y [Miguel] Mejía Barón me recomendaron”. Vaya que la recomendación resultó acertada. Al paso de los años Menotti dijo: “Si tengo algún mérito es en haber insistido en sus cualidades y en su valor. Siento por Claudio un cariño y respeto profundo”.

De ese talante protector del jugador, desde el cual inyectaba confianza a sus dirigidos, da cuenta Paco Uribe: “Tuve el orgullo y el placer de ser parte de esa cadena, de ese gran número de jugadores que tuvimos la fortuna de poder estar con él, cerca de él, de aprenderle. Puedo presumir que fui uno de los jugadores consentidos por el trato que me daba en esa selección, fue como un padre deportivo para mí”.

Coincido con el antropólogo Carlos Prigollini, quien a solicitud de futboleo.net ofrece su personal retrato de quien fuera compañero de Pelé en el Santos de Brasil: “Menotti no sólo es reconocido como técnico campeón del mundo y campeón mundial juvenil con Maradona, también es reconocido por su análisis, por su capacidad crítica, por su pensamiento, por su involucramiento no solamente en el fútbol sino también en la sociedad. Menotti era un tipo diferente, que tenía muchos detractores, pero la gente pensante, que tiene un pensamiento progresista y de izquierda lo va a reivindicar toda la vida”. Seguramente Prigollini tiene en mente un pasaje de Fútbol sin trampa en el que se lee: “El fútbol no pertenece al presidente de Boca [Juniors] ni al presidente de la afa [Asociación del Fútbol Argentino] ni al de River [Plate]. Tampoco a los medios de comunicación ni al dirigente que quiere escalar socialmente. El fútbol es propiedad exclusiva del pueblo que le dio nacimiento y lo alimenta constantemente”. Para Menotti el futbol ejerce una atracción masiva, como ningún otro deporte, gracias a que permite “una participación sin exclusiones”.

Lector como lo era de José Ingenieros —en cuya obra hay quien encuentra la semilla de las ideas sobre el hombre masa que José Ortega y Gasset y Elías Canetti llevarían a desarrollos ulteriores— Menotti acabó por encarnar el enunciado con el que ese autor al que tanto admiraba e incluso citaba en ruedas de prensa abre su ensayo más conocido, El hombre mediocre, publicado en 1913: “Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un ideal”. Menotti llevaba en sí el resorte de un ideal, el ideal de generosidad y belleza del futbol que practicó, enseñó y pregonó, y que cristaliza en frases suyas como la siguiente: “Se quiera interpretar el fútbol como juego, deporte, espectáculo o negocio, no hay nada que justifique traicionar el sentimiento que provoca”.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *