Alexitimia

Entonces se dio cuenta: había perdido la piel.

Llevaba meses sin ser.
Observaba su reflejo en el espejo y no era capaz de emitir una simple mueca. 
La vida le llovía encima con sus gotas de alquitrán, el mundo trataba de sacarle una emoción, alguna reacción, un cosquilleo.
Nada.
Ahí estaba ella, con esa sonrisa rota y los ojos más oscuros que de costumbre.

La situación era insostenible.
No estaba viva, sólo sobreviviendo.
Los golpes le dejaban marcas, pero no se inmutaba, las caricias no eran más que impulsos nerviosos con principio y fin.
Entonces se dio cuenta: había perdido la piel. 
Aquella capa que la conectaba con el exterior de su extraña y abandonada persona.
Asustada trató de huir, como muchos antes que ella, de sí misma.
Corrió y corrió, comenzando una carrera sin destino, recorriendo líneas oblicuas que se volvían secantes. 
Siguió corriendo aun cuando las piernas empezaron a flaquear.
No dejó de avanzar siquiera cuando los pulmones decidieron no hacerse cargo de su respiración.
Corrió hasta darse de bruces contra el suelo. 
Y ahí estaba. Había vuelto, por fin:
estaba sintiendo.

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