Aquella niña de ojos grandes

Era feliz porque no me importaba lo que dijeran los demás, hacía lo que me gustaba todo el tiempo sin esperar la aprobación de nadie.

Estuve muerta un año. Me convertí en ese cliché de juventud adulta, donde la depresión me vestía, hablaba por mí… me comía como una sanguijuela y lo único que pensaba es si el resto de mi vida sería igual de patética.

Está de más contarles que alejé a todas las personas que me rodeaban, nadie sabía lo que tenía, ojalá yo lo hubiera descubierto antes. Mis kilos perdidos preocupaban a mi familia, a mí me daba igual. Confieso que cambié a partir de ese momento, aún tengo residuos de esa penosa situación, tengo en ruinas algunas relaciones con mis seres queridos.

Había tenido otras depresiones, pero esta fue única, fue la última.

En ese período, apareció en la televisión una de mis películas favoritas de Bruce Willis: Mi encuentro conmigo. Me quedé en shock. ¿Qué le contaría a la Zianya de ocho años? Apenas tenía 27 y ya estaba hecha mierda.

Entonces reproduje mi Playlist llamado Childhood, donde tengo una serie de canciones que me remiten a la infancia. Cerré los ojos mientras las lágrimas bañaban mi rostro y viajé a 1999, con un par de audífonos, esperando buscar una respuesta…

Era un domingo y me despertaba con la música a todo volumen, abría la puerta y veía mi papá girar sus cassettes, limpiar sus discos y acomodarlos religiosamente mientras sonaba The Doors con Break on Trough. La casa tenía un delicioso aroma a huevos rancheros con jugo de naranja que había hecho mi mamá. Ahora sonaban los Beatles con Love me do. Mi hermano salía de nuestra recámara aún adormilado, y le pedía a mi papá poner canciones de Tatiana, pero mi canción solicitada estaba en cola…

Entonces empezaba a bailar y cantar al ritmo de Símbolo sexual de Roberto Carlos. ¡Dios, amaba esa canción! Pero lo que más amaba es que no entendía el significado de la letra, siempre llevaba mi micrófono a cada fiesta y montaba un espectáculo.

Era feliz porque no me importaba lo que dijeran los demás, hacía lo que me gustaba todo el tiempo sin esperar la aprobación de nadie.

Entonces abrí los ojos y encontré la respuesta. Supe qué le diría a esa pequeña niña de ocho años:

Zianya,

Eres una niña muy afortunada. Tienes una familia increíble, que estará contigo en los momentos más dolorosos, pero también en los mejores. Te caerás mil veces, mucho peor que en nuestra bicicleta rosa, pero siempre te vas a levantar. Jamás dudes de tus capacidades, ríete, sigue bailando. Cuando llegues a mi edad, seguirás teniendo colores, plumones, pinturas, ¡todo lo que te gusta! Continúa con tu corazón aventurero, con el pelo despeinado. Realiza todas las actividades nuevas que puedas, te traerán inolvidables sorpresas. Pero cuando sientas que pierdes el rumbo, recuerda que el superpoder más bonito que nos heredaron es sonreír, actuar con el corazón y con muchísima pasión.

Y ustedes, ¿cómo se divierten siendo adultos? Pregunta difícil, ¿cierto?

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