Aquiles

Existe una calle en Ciudad de México. Claro que las calles sólo existen en Ciudad de México. Existe una calle en Ciudad de México que se llama Heródoto; suficiente recuerdo. Allí, en una esquina, acaso Michelet, recuerdo de recuerdos, un boxeador de cuatro patas. Boxer alto. Bello. La mujer del perrito. El ambulante de los días asevera: ¡Qué lindo!, libreta de la memoria.

—¿Y cómo se llama?
—Aquiles, responde la mujer de blanca piel y dulce semblante.

El transeúnte, ligero de equipaje, se contiene ante el nombre de sueño perdido. Hubo un perro, como aquel de Borges, que se llamó Aquiles, poeta de pies livianos que movió el relato de un sentimiento: la tragedia —perrito que no olvidan la lágrima ni el llanto— es un corazón que llora a un héroe ido y presentido, cuatro patas de un compañero que se adora entre las aguas del relato; perrito hermoso, de guantes de oro.

El paseante tuvo un recuerdo de los días de Priamo y de Héctor. Aquiles, ausencia y herida entre los talones del pasajero —triste, por ti— de las calles de los días… Te extraño para siempre, Aquiles, patas ligeras….

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