Para Emily Dickinson

Un día como hoy, en 1830, abría los ojos por primera vez Emily Elizabeth Dickinson, en una seguramente nevada Amherst (E.E.U.U.). Esa chica que odiaba las matemáticas, pero encontraba un lugar confortable en los idiomas, la música y la literatura, un momento comenzó a escribir y ya no dejó de hacerlo. Conforme he ido leyendo su obra y los pasajes de su vida que han sobrevivido al paso de los años, he ido aprendiendo sobre ella, hasta el punto de poder considerarla como una amiga atemporal. Me la imagino sentada en su alcoba, silenciosa y alicaída, preguntándose por qué le era tan difícil relacionarse con los demás, por qué le resultaba más sencillo hablar por correspondencia que mirando a los ojos. Era su naturaleza introvertida y hermética lo que posiblemente la llevaron a encerrar su composición bajo llave. Por eso durante su vida, a penas se publicaron algunos de sus poemas. Su hermana pequeña, Lavinia, fue quien encontró la obra de Emily (casi 2.000 composiciones que habían permanecido secretas hasta entonces) y tras enamorarse de esa parte oculta de su hermana, decidió compartirla con el mundo.

Para conmemorar el aniversario de su nacimiento, he decidido, como ya lo hizo Lavinia en honor de su hermana, compartir un escrito que yo misma guardé bajo llave: la primera vez que leí a Emily Dickinson.

“Nunca había leído un libro de Emily Dickinson. Conocía algunos poemas, partes de su historia, su relevancia artística y poética, pero esta ha sido la primera vez que he topado con un conjunto de páginas escritas por ella.

He tenido sentimientos encontrados, un sabor agridulce; supongo que acrecentado por las expectativas y por el momento actual en el que estoy viviendo (…). Con Emily me he visto y no. En algunos poemas me acariciaba su dulzura, la naturaleza que la envuelve y acompaña, su voz cantando a los pájaros diciéndoles que ella también quiere volar. Pero en otros poemas no he sentido nada, era como leer palabras sin significado para mí. Al fin y al cabo, la poesía hace eso: o nos remueve o nos deja indiferentes, es la magia del subjetivismo.

En su defensa diré que los versos donde me he sentido más alejada, eran cantos a un Dios en el que cree, a una fe por la que lucha y a un lugar divino al que aspira. Al no sentirme identificada con su espiritualidad, me he encontrado ajena al sentimiento. Pero, he tenido la necesidad de escribir, ella me ha dado la necesidad de escribir lo que he sentido gracias a sus letras, porque algunos de sus poemas han evocado mis lágrimas. Ha gritado a la muerte, bien alto, bien fuerte, sin odiarla, más bien describiendo cómo es y qué aspecto tiene. La muerte como parte de la vida. Las despedidas como parte de las relaciones. El dolor como parte del latido.

Ha pintado con colores de bosques, el vuelo de las aves que luchan por escapar. Y yo me he sentido refugiada entre sus manos, como si fuera ese pequeño y asustadizo petirrojo que no sabe cómo empezar a batir las alas. 

“y el silencio y yo fuimos solamente estos mundos deshechos, solitarios”

Feliz cumpleaños, Emily.
Con amor,
silvia mago.

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