Foto: Melanie Siow.

La fragmentación de los Balcanes ha sido analizada desde una óptica eurocéntrica: Miguel Roán

Renunciar a las cicatrices de guerra multiétnicas para abordar los Balcanes desde una perspectiva más global, exigía la presencia de alguien como Miguel Roán (Vigo, 1981), balcanista consumado, traductor del antiguo serbo-croata, escritor y cofundador de la plataforma de divulgación Balcanismos.

Luego de haberme radicalizado con su Maratón balcánico, me propuse a hablar con él sobre la despoblación en la península, las figuras amenazantes de líderes políticos autoritarios y las narrativas parciales en torno a la fragmentación de la región.

Hay motivos para pensar que la pandemia, paradójicamente, propició que se frenara el éxodo y la despoblación en los Balcanes. ¿Es un fenómeno tangible o todavía es pronto para sacar conclusiones? 

Es pronto para sacar conclusiones de un proceso inacabado, pero la despoblación y los movimientos migratorios son dinámicas que existen desde hace décadas; es consustancial a la historia de los Balcanes. No tiene que ver necesariamente con las crisis de los noventa. Incluso durante la época de Tito, antes de la crisis del petróleo de los setenta, las divisas eran una fuente de ingresos fundamental en la zona, y lo siguen siendo todavía hoy. En realidad, los Balcanes sufren el impacto económico de las crisis seguidamente a que lo sufre el corazón de Europa, porque la UE es el socio comercial más importante de la región. Alemania, Austria o Italia supieron y siguen sabiendo aprovechar la mano de obra joven y cualificada proveniente de la región, mientras que Bosnia y Herzegovina, Montenegro o Macedonia del Norte se han visto gravemente afectados por la pandemia. A nivel local la población suele tener una estrecha red de amistades y familiares que les permite especular con su futuro en los países miembros de la UE. Lo lógico es pensar que la despoblación aumentará, como lo llevan los expertos advirtiendo desde hace años, y la pandemia solo agravará o acelerará este proceso. Por otro lado, a veces la motivación no es solo los indicadores económicos, sino un estado de incertidumbre socio-política que no se termina de aclarar. La frase habitual en la región de los que deciden emigrar es: «quiero vivir en un país normal», sea lo que sea que esto signifique para cada uno.

Tomando como referencia la indiferencia de la Unión Europea y el creciente interés de China y Rusia por imponer un discurso económico, ¿cuál es el papel que ha jugado la región en la geopolítica de vacunación?

Hay que distinguir entre países miembros de la UE y lo que es la UE, porque sus intereses a veces no van de la mano, como tampoco sus estrategias respecto a la región. Para Bruselas la ampliación es fundamental, como también existe un compromiso hacia los Balcanes occidentales en base a la deuda contraída por la fragmentación yugoslava y la turbulenta transición post-socialista, y el apoyo local a la integración europea. No obstante, hoy la ampliación está fuera de la agenda, porque a las potencias europeas no les interesa integrar nuevos miembros, como tampoco les interesa a sus propios votantes, ni tampoco afrontar otros desafíos cuando países como Polonia o Hungría optan por vías euroescépticas o amenazan consensos que perjudican a la cohesión europeísta. Además de que aumentar el peso geopolítico de la UE en la zona oriental se ve con recelo por los que están en el otro extremo, sobre todo si no ven clara cuál es la contraprestación. Desde 2014, se ha producido la parálisis de la ampliación, motivada fundamentalmente por las secuelas de las crisis de la Eurozona, la Primavera Árabe, el Brexit, la crisis de gestión de los refugiados, la crisis ucraniana o el auge de la extrema derecha, sin olvidar que la llegada de Trump fue un terremoto que estaba y está todavía por sedimentar. Ese impasse fue aprovechado por Rusia o China, pero también por países del Golfo o Turquía para entablar relaciones más cercanas con los países de la zona, o más bien con los líderes locales a través de mecanismos de financiación carentes de control o apoyo diplomático. La vacunación ha puesto en evidencia que la unidad europea puede saltar por los aires, cuando no hay un eje europeísta convencido, porque precisamente la política sanitaria corresponde a cada estado y se convierte fácilmente en objeto de los populismos locales, aunque sepamos que estamos ante problemas globales que exigen soluciones complejas. Los Balcanes occidentales han quedado a la cola de la vacunación por su falta de músculo internacional, con la excepción de Serbia que, con una fuerte autonomía geopolítica, se ha acercado a Rusia o China según una coyuntura donde la UE no puede prometerle la integración y ha ejercido de potencia regional haciendo acopio de vacunas y donando en el vecindario. La ampliación no ilusiona en las cancillerías europeas, y la sola promesa de alcanzarse ya no es un incentivo como lo era hace unos años. Los líderes locales de la región simplemente persiguen sus propios intereses y a veces esos intereses no solo no coinciden con los de Bruselas, sino que perjudican a la propia UE. 

Cicatrices aparte, seguimos hablando del letargo, las tasas de desempleo y los bloqueos políticos en países como Montenegro y Bosnia o el nulo avance de las negociaciones entre Pristina y Belgrado.

Tradicionalmente las autoridades de la región han buscado alianzas exteriores para poder imponer sus intereses. Dentro de Europa, es en los países balcánicos donde la presencia de las embajadas es más relevante, no solo por la influencia externa, sino porque los líderes también utilizan a las potencias para obtener réditos políticos. Así que un cambio del escenario local, dependerá del capital político que se invierta desde Washington, Berlín o Bruselas en resolver los litigios pendientes y, como decía en la anterior pregunta, este capital ahora es muy poco o insuficiente. Hasta el momento la prioridad ha sido la seguridad, pero esta misma seguridad ha fortalecido a los líderes de Serbia y de Bosnia y Herzegovina (bosníaco, serbio y croata), porque han sabido garantizarla, mientras acumulaban cada vez más poder. Sin embargo, hay que matizar. Montenegro y Kosovo han mostrado una alternancia en el poder con el nuevo gobierno respectivamente de Zdravko Krivokapić y de Albin Kurti, que no ha habido en Bosnia y Herzegovina o Serbia, donde las élites se reproducen en el poder sin una oposición con capacidad de alterar el status quo, ni tampoco ningún incentivo para cambiar un escenario que puede perjudicar al interés general, pero que les conviene para mantenerse en el poder. En el caso de las negociaciones Belgrado-Pristina los problemas son varios: las sociedades respectivas no lo consideran un asunto prioritario, me temo que tampoco las potencias más importantes, y aunque los equipos de negociación se entienden en los aspectos cruciales, exceptuando cuestiones como la institucionalización de las municipalidades serbo-kosovares, los líderes ven más costes políticos que beneficios sobre un eventual acuerdo donde necesariamente algo tendrían que ceder al rival político.

¿Qué tan amenazantes y genuinas son las ínfulas autoritarias de líderes políticos como Janez Jansa en Eslovenia y Aleksandar Vucic en Serbia? 

No creo que sean solo amenazantes en sentido estricto, sino que son una realidad. Vučić desde 2014 y Jansa desde 2020 han fortalecido la oficina de la jefatura para sortear al Parlamento, tal como hizo Orban en su momento en Hungría, liberalizando los medios para lograr su control, victimizando su figura para centrar la atención mediática, acaparando el voto nacionalista fuera de la capital, extendiendo sus redes de influencia a partir de interceder a favor de las grandes fortunas económicas, y en general buscando aquellas alianzas que fortalecen su posición a base incluso de defender discursos contradictorios. Los indicadores demuestran su iliberalismo creciente; por no hablar de las manifestaciones de los grupos de protesta o las denuncias de los observadores internacionales. De todos modos, Jansa está todavía bastante lejos de llegar a los niveles de poder político de Vučić. En cualquier caso, me preocupa la línea conservadora que recorre el continente desde Turquía a Polonia, sostenida a partir de liderazgos fuertes que se protegen entre sí, con formas de gobierno muy similares, y que han sabido detectar las resistencias a la globalización, y canalizar esas frustraciones locales, como puede ser la desigualdad o la crisis económica, hacia el nacionalismo identitario, las cuitas históricas o el miedo a las incertidumbres, con mensajes simplones y promesas de regeneración que son básicamente alegatos ilusorios. El mundo se ha desordenado al mismo tiempo que se complejizaba, y estos nuevos leviatanes ofrecen recetas mágicas en contextos de dificultades sociales, al tiempo que van comprando voluntades con los recursos del estado para consolidarse en el poder. Al final, la celebración de elecciones les sirve para adornar de voluntad popular un gobierno que no es democrático porque básicamente su espíritu no lo es. 

Croacia suele verse más reflejada en el Adriático que en el espejo de sus vecinos, pero ¿cuál el estado actual de la democracia croata? Grabar-Kitarovic coqueteó en su momento con la extrema derecha y Milanovic, aunque bajo el paraguas de la socialdemocracia, no es precisamente el arquetipo de líder progresista. 

Desde el año 2000 Croacia ha demostrado equilibrios democráticos que no existen de la misma manera en sus vecinos del sur, con la excepción reciente tal vez de Macedonia del Norte, Montenegro y Kosovo que veremos que continuidad tienen. Grabar-Kitarović jugó a planteamientos similares a los defendidos ahora por Orban o Jansa, pero con dos diferencias importantes. La primera es que Croacia no termina de despegar económicamente desde la entrada en la UE en 2013 y eso ha tenido costes para la derecha, y la segunda es que la oposición democrática croata se curtió en las movilizaciones contra Franjo Tuđman y el HDZ y mantiene esa capacidad de movilización. Y, efectivamente, Zoran Milanović como otros líderes de la familia socialdemócrata europea apostó por un voto centrista que básicamente ha venido desnaturalizando su propuesta política de izquierdas, aunque sea ahora presidente. La alternativa de Tomislav Tomašević, como alcalde de Zagreb, es interesante de analizar, porque ya es el líder mejor valorado, y si su recorrido municipal sale bien, podrá atraer al voto de izquierdas croata que se ha decepcionado con la trayectoria del SDP, exigiendo de Milanović definir más claramente cuál es su verdadera oferta política. 

Has sido uno de los grandes impulsores de la idea en torno a que abordar la fragmentación de Yugoslavia a partir de la guerra no ofrece las pistas que necesitamos para entender la región. 

Aquí hay dos problemas de base. El primero es que la fragmentación yugoslava es un proceso con unas causalidades diferentes a las de la guerra, que tiene otras motivaciones, aunque estén obviamente relacionadas. Y el segundo es que tanto la fragmentación como la guerra han sido tradicionalmente analizadas desde una óptica eurocéntrica, con lo que ha sido imposible realizar un proceso de identificación con la crisis que permitiera situar el conflicto en un plano racional. Lo seguimos viendo como una rareza o un desarreglo autóctono, aparentemente propio del subdesarrollo y de una supuesta inadaptación balcánica a los códigos ilustrados del resto de europeos. Eso es una calamidad porque nos impide entender ambos procesos, aprender de ellos y prevenirlos para que no vuelvan a ocurrir en, al menos, el territorio europeo. Entender el contexto de las crisis yugoslavas es fundamental, porque aspectos como el impacto de las medidas de austeridad, las desigualdades regionales, la omisión del interés general, la manipulación de los medios de comunicación y de las sensibilidades nacionalistas o las transiciones a gran escala sin un plan consensuado son procesos que condicionan la convivencia, perjudican el funcionamiento de las instituciones y pueden devenir en fenómenos trágicos que escapan incluso al control de los que lo impulsaron en un inicio. Por no hablar ahora de lo que implica fundar nuevos estados salidos de una transición ideológica, económica, identitaria e, incluso, posbélica. Hay mucho que sonsacar de aquel capítulo trascendental de la historia europea.

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