Argentina es cultura

Hoy me he permitido siseear en la calle, que no silbar. Lo segundo me daría muchísima vergüenza. En Argentina la gente lo hace: sisea, silba e, incluso, canta. Vi un vídeo que debe tener un par de años donde le preguntaban al maestro Darín qué echaba de menos de Argentina —o algo por estilo—; él contestó que la gente cantando o silbando. Recuerdo haber visto ese vídeo en España y pensar: “¿Cómo? Eso no puede ser. ¡Qué extraño!” Me quedé asombrada. 

En mi primera semana en Argentina, escuché un hombre cantar mientras iba en su bicicleta. Me quedé viéndolo hasta que se marchó y me dejó atrás. Una sonrisa se dibujó en mi rostro; se hacía realidad eso que contó una vez Ricardo. De esa misma semana recuerdo un polvo que invadía la ciudad y las nubes negras que salían de las islas. La quema de las islas me ardía en lo más profundo. Sin embargo,  pensaréis que no tiene nada que ver, pero sí. Porque toda acción en la sociedad se une a la cultura.  

La cultura parte de escuchar en la calle a Fito Páez: “Caminando por Rosario” y encontrarme con carteles y pintadas en el suelo hechas con tiza de colorines que expresan un gran “Felices 15”. Un momento importante culturalmente para todo adolescente. Me imagino la alegría de Martín o Romi, entre tantos otros nombres que he visto escritos, al abrir su ventana y ver esas pintadas. 

Mientras sigo mi ruta veo a un chico y una chica que se abrazan, un abrazo sincero, grande y afectuoso. Recuerdo el Mundial con sus lágrimas de felicidad y abrazando a gente en la calle. Porque históricamente y culturalmente Argentina siempre ha recibido con los brazos más que abiertos. 

En mi lista de música suena la negra Sosa, Charly, el flaco Spinetta, Silvio, Fabi y otros tantos y tantas que le ponen voz al pueblo. Le dan un altavoz para que sepan lo que ocurre y, ojo, no me olvido de los actuales, aunque seguro me tachen de a saber Dios qué. Sin embargo, ahí están porque muestran otras realidades de la Argentina que hay que profundizar. 

Veo el cine El Cairo, un cine público, y recuerdo mi entusiasmo al conocerlo. Es algo paradigmático, jamás pensé que podría ir a uno; entraba en mis utopías y resulta que es cierto. No entiendo la vida sin películas que me hagan explorar, entender y rivalizar con mis propias opiniones. Recuerdo ir a ver Argentina, 1985 y gritar junto todas las personas de la sala: “Nunca más”. Y aplaudir. Mis ojos en ese momento se llenaron de lágrimas, era solo un ojo de huracán. ¿Qué ocurrió con toda esa gente de la sala?

La cultura se me complica para definirla, porque abarca muchos aspectos de nuestro día a día. Recuerdo esas conversaciones con las taxistas. Lorena, quien opinaba como yo, que en todos los lugares “se cuecen habas”, como expresarían mi abuela y su bisabuela Eliana. Con ella coincidí en alguna que otra ocasión y charlábamos de los prejuicios y de la cuestión de la perspectiva de la vida. También recuerdo a Camila, de la cual hemos hablado del amor y de la injusticia, una bocanada a otras realidades. 

Cruzando la calle de mi casa me encontré con una de las personas más cultas en su lavandería. Mi amigo Horacio, donde pude charlar filosofía, política, cultura e historia. Recuerdo esas conversaciones sobre poetas españoles y recitar los versos de Lorca o Hernández, una memoria prodigiosa. Siempre atento a las últimas novedades y devenires de este mundo. 

La cultura lo impregna todo. Esta última semana tuve un debate en el que no quise participar: “¿Y si quitamos de las calles los nombres de las personas?”, mi respuesta fue algo así como: “Por el aporte cultural”. Argentina no se puede entender sin su cultura, porque Argentina es melodiosa, cinematográfica, artística, reivindicativa y puramente social.

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