Así las raíces emprenden el vuelo…

Ahí estábamos una vez más los dos, era como un reencuentro a distancia. Él estaba ensoberbecido con las alas puestas al sol, en medio de los árboles, justo como lo había imaginado. Parecía estar esperando o quizás asechando. Retando al tiempo y provocando al viento; dejándolos jugar con las niñas de sus ojos, mientras sus pestañas aleteaban sutilmente y comenzaban a revolotear al ritmo de sus alas…
Yo también estaba entre los árboles, protegida por sus sombras, acechándolo, retándolo… Él sabía que lo observaba, así que permaneció un rato impávido, posaba sólo para mí como el sol posaba sólo para él. Y yo sólo horadaba con mi lente sus alas chuecas hasta el otro lado del atardecer.
Las hojas de sus alas me seducían, me susurraban historias, historias que él inventó y escribió, y que me incitaban a volar… Pero esta vez yo no estaba ahí para dar otro paso sin pies, tampoco para volver a seguirlo, sólo quería contemplarlo. Me quedé quieta e imperturbable, o al menos lo intenté. Sólo quería volver a verlo volar como lo había soñado. Así que grite la palabra nido y entonces sucedió lo que tanto estaba esperando, emprendió el vuelo y echo a volar las raíces…
Bastó su imperceptible aleteo, quizás parecido al de una mosca, para saber que en otro lugar estaba desencadenando la teoría del caos y verlo partir a ese lugar fue sublime y perfecto…
Por: Diana Lerendidi

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *