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Editorial Libros

Ataque de pánico #4

No saber qué hacer, 
ni a dónde ir,
ni quién ser,
no ser de aquí.

La vida no me ha escogido,
pero sí este pozo infinito
donde todo es oscuridad,
todo es miedo,
enfermedad,
todo es frío.

La gente ya no me reconoce.
Apenas y me reconozco yo.

Los ataques de pánico son el punto álgido de la ansiedad, un episodio repentino donde el miedo se vuelve extremo y provoca reacciones físicas tan agudas que, más de uno, hemos acabado en el hospital. Lo sé por experiencia propia. El poema anterior es uno de los muchos ataques de pánico que sufrí durante un periodo de mi vida en que la ansiedad se había instalado. Ésta y otras experiencias las vertí en el poemario Poética de la ansiedad (2021). 

Todos los que hemos sufrido ansiedad nos podemos relacionar con los síntomas físicos: las palpitaciones y la asfixia, las náuseas, las manos que tiemblan y/o transpiran. Pero, ¿qué hay de lo que sucede exclusivamente en el terreno de la mente? Personalmente, pienso que uno de los aspectos menos explorados de la ansiedad son las imágenes mentales que crea. 

En Occidente, la ansiedad es tratada con medicamentos que solamente alivian los síntomas físicos, el resultado lo conocemos: miles de personas adictas a los psiquiátricos sin que hayan tenido acceso a un método de sanación de raíz. Si la medicina occidental se ha interesado poco por las emociones y sus causas, menos aún lo ha hecho por las imágenes que la ansiedad crea en la mente: la oscuridad, los abismos, los agujeros negros, la noche, bosques lúgubres, mares agitados, sombras que nos acechan; esas imágenes “donde todo es oscuridad, todo es miedo, enfermedad, todo es frío…” Lo cierto es que estas imágenes sí que están exploradas en la literatura: las y los escritores que hemos experimentado estados ansiosos, vertimos en nuestra obra síntomas físicos que podemos reconocer, pero también imágenes poéticas que, aunque son personalísimas, son compartidas por todos. Es lo que Jung llama “inconsciente colectivo”.  

Hölderlin sabía de los mareos y las taquicardias: “Me siento ahora como atacado de vértigo y mi corazón se agita tan febrilmente en mi pecho como el de un enfermo impaciente en su lecho”; pero también escribió sobre la oscuridad: “Hay un olvido de toda existencia, un silencio de todo nuestro ser, en el que parece que hubiéramos perdido todo, una noche en nuestra alma, no alumbrada por el resplandor de ningún astro, ni siquiera por el de un tizón de leña seca.” (2004). 

Virginia Woolf también escribió sobre los síntomas físicos, esa sensación de no poder respirar: “Me sofoco. Soy lanzada de un lado a otro por la violencia de mi emoción.” (2004); lo mismo que Alejandra Pizarnik: “De repente poseída por un funesto presentimiento de un viento negro que impide respirar, busqué el recuerdo de alguna alegría que me sirviera de escudo, o de arma de defensa, o aun de ataque.” (2016). Luego entonces, ambas también describieron las imágenes mentales propias de los estados ansiosos: “Cuando estoy sola, caigo a menudo en el vacío. Debo plantar firmemente mi pie sobre el borde del mundo, a fin de no caer en la nada. Debo golpearme la cabeza contra alguna puerta dura para obligarme a entrar de nuevo en mi propio cuerpo”, dice Virginia Woolf en Las Olas (2002), dejando cuenta, además, de esa sensación de despersonalización que surge con los estados agudos de ansiedad, ese “Apenas y me reconozco yo”. En Pizarnik encontramos el bosque: “Hablo como en mí se habla. No mi voz obstinada en parecer una voz humana sino la otra que atestigua que no he cesado de morar en el bosque.”; pero también las sombras: “¿Tendré tiempo para hacerme una máscara cuando emerja de la sombra?”; y también el vacío oscuro: “y luego está el espacio negro –déjate caer, déjate caer–, umbral de la más alta inocencia o tal vez tan sólo de la locura.” (2016). Este vacío también lo describe Rimbaud, al igual que muchos autores, como un “abismo”: “¿Tal vez debería dirigirme a Dios? Estoy en lo más hondo del abismo, y no sé ya rezar.” (2006). 

Otro de los síntomas de la ansiedad que podemos reconocer en Pizarnik, son los temblores: “Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.” (2016). Tema que explora profundamente la escritora Siri Hustvedt en su libro La mujer temblorosa o la historia de mi nervios (2010).

La buena noticia es que la ansiedad es una gran maestra, si prestamos atención a lo que nos quiere comunicar, puede ser el preludio de nuestro despertar espiritual. Esto es algo a lo que la medicina occidental no ha prestado atención y por ello los pacientes nos sentimos condenados a una enfermedad que llaman “crónica”, enganchados a medicamentos que no solucionan el problema, pero la literatura nos muestra un camino. Lacan afirma que la angustia siempre está asociada a una pérdida, es decir, a una transformación del ego, una muerte y un renacimiento hacia algo distinto, algo que el paciente no puede afrontar sin vértigo –otra vez un síntoma físico–. Siglos antes, San Juan de la Cruz, en su Noche oscura del alma (1578), creó una de las imágenes más bellas sobre el tránsito que hacemos por la oscuridad para llegar a la luz. Incluso en los autores citados, aun cuando tuvieron finales como el suicidio o la reclusión, se puede reconocer esta anagnórisis, el re-conocimiento.

Por mi parte, me acompañé del budismo y del yoga para sanar –tema que, por cierto, aborda Emmanuel Carrère en su libro Yoga (2020)–, y puedo dar cuenta de que la ansiedad no solo me impulsó a publicar mi primer poemario gracias a todas las imágenes mentales que estaba viendo y que sentí necesidad de describir, sino que me empujó al camino espiritual que tanto y durante mucho tiempo había buscado. Hoy agradezco todos y cada uno de mis ataques de pánico. Gracias a la oscuridad, sí que reconocí la luz. 

Poética de la Ansiedad está disponible en ebook.

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