Con su partida no solo perdemos a uno de los grandes genios del cine, sino también a una voz que supo transformar el caos en arte, la oscuridad en belleza.
David Lynch en Arrakis: La voz de Dios

Con su partida no solo perdemos a uno de los grandes genios del cine, sino también a una voz que supo transformar el caos en arte, la oscuridad en belleza.
En este filme, Guadagnino nos recuerda que las pasiones contenidas siempre encuentran una forma de explotar, arrasando con todo a su paso. Es un himno a la libertad sexual, al deseo y a la tragedia inherente de ser humano. Una obra maestra ostensible y amanerada, tan devastadora como sublime.
Jacques Audiard, con esta atrocidad, ha demostrado que el peor crimen en el cine no es la ignorancia, sino la ignorancia disfrazada de valentía.
La obra de Eggers es la confirmación de que, en manos de un auteur comprometido, las historias clásicas pueden renacer con una vitalidad renovada, recordándonos que hay narrativas que, como los vampiros de pura cepa, jamás perecen del todo.
Esta es una obra cinematográfica que combina actuaciones brillantes, una dirección audaz y una narrativa profundamente humana y la dirección del rebelde y ácido Richard Brooks elevan la película a un estatus casi mítico.
Este es un Almodóvar que se ve más preocupado por agradar que por inquietar, más interesado en la corrección política que en la subversión, y mucho más preocupado por la imagen y el estilo que por la profundidad y la sustancia.
La adaptación de la novela homónima de Burroughs es un ejercicio de estilo que, aunque visualmente deslumbrante, carece de la chispa emocional necesaria para conectar con su audiencia.
Marisa Paredes nos dejó con un legado inmenso, y Leo Macías es uno de sus regalos más preciosos. Una mujer rota y resiliente, una escritora que se salva a sí misma a través de la ficción. Y así todo, La flor de mi secreto es, para muchos, la feel-good movie más extravagante del mundo.
Civil War no es solo una película de guerra, sino un ensayo visual sobre la erosión de la esperanza y la conexión humana. Al entrelazar los arquetipos de El Mago de Oz con su narración moderna, Garland demuestra cómo incluso las historias más familiares pueden reinterpretarse como advertencias.
The Driver’s Seat es una exquisita y perturbadora exploración de la acción humana y la mortalidad que resuena con estruendo todavía cinco décadas después de su estreno.
Lo que hace que Minnie Castevet también sea un ícono del camp es su extraordinaria mezcla de lo absurdo y lo sublime. Susan Sontag, en su famoso ensayo sobre el camp, afirma que “esta es una manera de ver las cosas en sus aspectos más grotescos, cómicos y fascinantes”.
A través de su tratamiento desapasionado, la película no juzga ni demoniza, sino que expone con crueldad la forma en que el poder puede corromper a alguien que, al principio, no tenía la mínima idea de lo que estaba haciendo.
Birth no es una película de terror sobrenatural, aunque juega con los tropos del género. Es un melodrama sofisticado que explora los misterios del amor, el duelo y la obsesión.
Cuando mi abuelo murió yo tenía siete años. Esa fotografía de Miss de Havilland con sombrero pirata, es un símbolo de la pasión que compartimos por el cine. Fue su afición lo que despertó mi propia vocación como crítico, y hoy puedo decir que mi amor por las películas, por esa magia que se crea en la pantalla, nació gracias a él.
Dylan y Brenda, Luke y Shannen, habían sido parte de nuestra adolescencia, símbolos de una era de la televisión que ya no existe y ellos representaron a una generación que vio en ellos la personificación de sus sueños, amores y dolores, y que, al verlos desaparecer, se dio cuenta de que el tiempo, como el amor, también es algo finito.
Su mezcla de fantasía, humor y comentario social la ha convertido en un clásico intemporal, y su legado sigue vivo en cada repetición, en cada homenaje, y en cada espectador que, como muchos, sigue maravillándose con la magia irresistible de Samantha Stephens.
Demi Moore demuestra por qué fue una de las actrices más icónicas de su generación: hace con valentía y sin pudor alguno, una exploración profunda de la desesperación y la vulnerabilidad, y su capacidad para navegar las complejidades emocionales del personaje es digna de elogio.
Mientras la cinta de 1968 lograba crear una atmósfera de paranoia y terror latente en cada escena, aquí la tensión, pese a la plétora de alusiones visuales y sonoras a la cinta original, nunca alcanza un punto álgido.
Phillips se autodenomina anti-woke y pretende desafiar las convenciones de Hollywood con una película “irreverente”. Sin embargo, esa irreverencia se siente más como un disfraz barato para una visión profundamente conservadora y misógina del mundo.
Dimensión Desconocida sigue siendo una obra maestra inmortal en la televisión, no solo por sus guiones brillantes y sus giros inesperados, sino por el impacto duradero que ha tenido en la cultura popular.