Me lavé los ojos con agua de mar, pretendí olvidar las polaroid que cargaba como memoria.
[Coitus interruptus]

Me lavé los ojos con agua de mar, pretendí olvidar las polaroid que cargaba como memoria.
Que cuando es necesario, no se come, pero se escribe.
En esta final puede venir lo que amo, pero desconozco. Y me asusta, me asusta tocar el cielo. Porque para irle a Cruz Azul hay que tener cojones.
Todo eso quedó en un país del que somos constantemente rehenes. Ah sí, también me acuerdo de ti.
Y me arrastran al corazón del mar, abandono todo lo conocido, me seduce la oscuridad.
Allí besé hasta el último agave, tan lejos del pueblo y tan cerca de Dios.
Antes de que la ráfaga terminara, pudo sentir piquetes de mosquito por todos lados. El pecho, las piernas, los pies, la cara. Después todo fue negro.
Si lo escrito perdura más, que sirva como registro de un tiempo, un sentimiento, un espacio y, por sobre todo, como registro de que alguien, alguna vez amó.
Ola tras ola dejo que la corriente me arrastre a la arena.
En mis sueños, el poema ya está escrito, ella aparece y lo plasma en braille.
Contados fueron los guerrilleros primaverales que pudieron cruzarlo.
Distancia entre el horizonte y el final;
salto, beso las margaritas.
Imágenes llenas de cables de luz saturan mis pupilas, impiden que esta imagen quede limpia cuando se acciona el disparador.
Llévame allí, a la ciudad donde solamente hay borra de café y edificios vacíos.
Escapar del búnker y el amor en aulas vacías.
Apareció armada con flores
y con el sol como emblema.
Un camaleón que camina despacio
a la sombra de mis pies.
No hay violín ni trompeta, hay verso.
Me entrego de lleno a esta ciudad nunca mía…
El sitio donde crecí es ahora habitado
por espíritus extraños.