Foto: Believe club

Barcelona is burning

Se contonea a través de las luces estroboscópicas con movimientos epilépticos pero a la vez sensuales, mirando a su público con una provocación digna de Ava Gardner.

En el Believe Club el olor a ginebra es muy fuerte, aunque no lo suficiente como para decir que es desagradable. Como un perfume del súper. Los neones se acompasan al ritmo de los altavoces para conseguir una luz tenue, pero a la vez extravagante. En una hora va a empezar el espectáculo. Hay unos pocos hombres sentados en la barra, volviendo locos a los camareros: gintonics, roncolas y otros líquidos con nombres extraños van y vienen por la barra. Soy el único que bebe cerveza. 

A mi lado hay dos americanos impacientes. Quieren ver a las artistas, que aún no llegan porque han salido a quemar la zona con sus aires de persuasión. El local aún está muy vacío y hay que conseguir más clientes. O al menos es lo que me cuenta el camarero tras servir un par de copas más a los americanos y guiñarme el ojo. Debe de haber unas diez personas, todas completamente desinhibidas por las cantidades ingentes de alcohol que introducen en sus gargantas. 

En Barcelona, la acción queer está en auge. A lo largo de los años, locales como Bim Bam Bum, Topxi, o el Hotel Axel (primera cadena hotelera gay del mundo) han ayudado a promover el cambio. Actualmente, la mayoría de estos locales se hallan cerrados de modo permanente. Sólo por eso, por su simple presencia en el tiempo, ha sido posible la apertura de nuevos locales que persiguen los mismos valores que se intentan transmitir a través de la teoría queer. Plataformas como por ejemplo Drag Is Burning ayudan a dar visibilidad a las artistas emergentes y a consolidar a las más veteranas. Los locales como Átame o el mismo Believe Club, situado en medio de L’Eixample y con espectáculos diarios desde hace dos años, son los lugares más indicados para que las artistas puedan darse a conocer en esta competitiva industria. Ser drag queen no es sencillo, pero a mí lo sencillo me aburre. 

Es la primera vez que entro en una discoteca gay y la verdad es que me siento como en casa. No me importa hacer algunas concesiones a cambio de información, aunque los tocamientos que algunos de los chicos ofrecen a mi paquete me resultan excesivamente prematuros. Falta de costumbre, supongo. Otros, por otro lado, son más sutiles. Preparan el terreno y luego me invitan a algunas copas. Antes de correr hay que aprender a atarse las zapatillas, y por lo visto aquí la mayoría las lleva con velcro. Mi cuerpo es vuestro cuerpo.

Estoy distraído hablando con los americanos cuando de repente entra una mujer rubia, muy alta, pegando unos gritos que superan con creces los decibelios permitidos a estas horas de la noche. Su cara maquillada desprende una seguridad fuera de lo común. Se contonea a través de las luces estroboscópicas con movimientos epilépticos pero a la vez sensuales, mirando a su público con una provocación digna de Ava Gardner. A primera vista nadie diría que entre esas piernas tan largas se halle escondido un rabo de dimensiones descomunales. Entre los cachetes del culo, como si nada, en la zona del perineo. Eso, en el mundillo, es lo que se conoce como el tuck

La drag queen en cuestión se llama Luna Diva y es ya una veterana. Tras diez años en el oficio hay pocas cosas que se le escapen. De día trabaja como dependienta en Bershka, pero por noche se transforma en una extravagante máquina de seducción que rompe el ya desfasado molde patriarcal. Colaboraciones con el Hotel Axel y el grupo de fiestas Matinée le permiten una calidad de vida que dista mucho de la de un reportero precario como yo. Aún así, admite que la competencia es dura. Hace unos años, según cuenta, el mundo del drag estaba muy parado, pero con la llegada de programas como RuPaul Drag Race a España, las drag queens salen de debajo las baldosas de la ciudad. Como lagartos al sol. La apertura de este bar representa una oportunidad única para las drag queens más jóvenes, como es el caso de Giselle, la hija de Luna Diva. Empezó hace tan solo tres semanas y ya se ha consolidado como una de las jóvenes promesas de la escena. 

El drag no es una pose. El drag no es una moda. El drag es una identidad que se perfila a través de amistades y enemistades, pero sobre todo amistades. La comunidad drag se muestra increíblemente abierta a nuevos talentos, ya que les permite crecer a nivel artístico y personal. De hecho, Giselle Diva define la comunidad como una gran familia en la que todos muestran apoyo incondicional a las nuevas llegadas. En el mundo del espectáculo se mezclan todo tipo de personalidades y aunque a veces hay roces, al final todo queda en la aceptación del individuo. Las peleas entre hermanos ocurren en las mejores casas. Incluso en las de color verde. Pero no quiero hablar de este tipo de morbo. El drag no sólo es morbo. El drag es amor. El drag es extravagancia. El drag es arte. Y por encima de todo, el drag es liarla parda cada noche.

No importa el cuándo ni el dónde. Aquí solo importa el cómo

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