Por: Aliena Díaz
Escribo esta carta para pedir auxilio.
Quizás nadie la lea nunca, pero psicológicamente me ayuda a mantener la cordura en un lugar donde todo el mundo la está perdiendo.
La situación es insostenible, no puedo más, no me puedo mover desde hace días. No tengo ni fuerzas ni espacio para hacerlo. Tengo hambre, sed y casi no puedo dormir.
Tengo frío a ratos y calor la mayor parte del tiempo. La sensación de mareo ya no existe; ahora la sustituye el olor constante de sus consecuencias.
No estoy sola. Somos más de un centenar. El ambiente ya es insoportable, no nos podemos asear y algunos ya hacen sus necesidades encima.
¿Qué ocurre? ¿Cuándo será mi turno?
Unos pocos salen, otros intentan dejar de sufrir por su cuenta, otros convierten su sufrimiento en agresividad. Los niños lloran, sus madres también, aquí ya nadie es fuerte; la fortaleza se perdió hace días.
Ya perdimos la esperanza que una vez tuvimos, aquí sólo hay desesperación.
En su día, elegí huir, elegí arriesgarme, elegí morir a quedarme como estaba, pero no elegí esto; prefiero morir, pero ahora ya no puedo elegir.
¿Es racismo?, ¿es política?, ¿qué es?
¿Por qué no me quieren ayudar?
No entiendo de política, sólo de humanidad. Tampoco entiendo de Derechos Humanos; de donde huí, no existen; pero como humana, estoy en una situación desesperada, estoy mental y físicamente al límite.
¡Sáquenme de aquí! ¡Devuélvanme a mi país si es necesario, pero sáquenme de aquí, por favor!
Escribo esta carta desesperada, desde la cubierta del barco ‘Open Arms‘, representando a cualquiera de las 134 personas que me acompañan. La meteré en una botella y la lanzaré al mar, sin saber qué ocurrirá mañana.