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Códigos de café

Leer como acto revolucionario de pensar. Y por tanto de ser. Y yo añado de estar.

29 de noviembre de 2020, Madrid.

Vuelvo a escribir desde una cafetería, aunque no tengo la sensación de que lo sea. Ya empieza esa época del año donde acudo a ellas para refugiarme del frío: ya está el invierno asomándose, pese a que sienta que nunca se fue. Este año tan raro podría resumirse en enero, febrero, marzo, pandemia (o vacío temporal) y el presente.

Digo que no tengo la sensación de estar en una cafetería porque realmente estoy fuera. Bueno, estoy fuera, pero tampoco en la calle. Un cristal me protege la espalda y un calefactor demasiado alejado trata de hacerme entrar en calor de una forma un tanto ineficaz. Aun así, me he quitado el abrigo y la bufanda para sentir que de verdad estoy parando en esta vida caótica, para hacer consciente el acto de tomarme mi tiempo, para estar presente en el ahora.

He vuelto a la cafetería donde estuve el jueves, aunque hoy me ha gustado un poco menos. Será porque no estoy dentro, porque hay más ruido, porque tengo resquicios de un sabor metálico en la boca que no sé de dónde viene.

A pesar de ello, he podido empezar un poemario que de momento me tiene desconcertada. No digo que no me guste. Simplemente creo que tengo que aprender a leerlo. Y este es un concepto que me llama la atención. Hasta ahora daba por hecho que una vez aprendes a leer (¿con 6 ó 7 años?) ya está, fin del proceso. Ahora me doy cuenta de que no, que a veces leer implica mucho más.

Hay letras que para entenderlas tienes que emitir una intención; tienes que desautomatizar el proceso lector; tienes que formar parte del texto de alguna forma añadiendo pausas, palabras que no están, recuerdos propios, abstracciones necesarias. Creo que escribir algo que requiera todo esto para el que lee, es incluso más complicado. Tendemos a hacer cosas cerradas. Intentar no ser ambiguos. Facilitar. Ser claros y concisos. Y, sin embargo, a veces para que algo tenga realmente sentido no hay otra forma que hacer todo lo contrario.

Amalgama de palabras que toman su sentido únicamente cuando son leídas por el lector (o lectora) que tiene que entenderlas. Desuniversalizar lo genérico. Llegar de una manera más cercana al texto, al escritor (o escritora), sentir una mano amiga que no sabías que necesitabas.

Leer como acto revolucionario de pensar. Y por tanto de ser. Y yo añado de estar.

Los pies ya están demasiados fríos para permanecer más tiempo en esta mesa helada de mármol donde escribo junto a una taza vacía de café. Toca volver a casa.

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