Coleccionista de historias

Me encantaban esas charlas en las que las horas no pasaban, sólo el café entre las tazas. Y ahí, en medio de los olores y sabores de mi hogar, aprendí a ver el mundo desde los ojos de alguien más.

Desde que tengo memoria soy una coleccionista de historias. Mis primeros recuerdos son de cuando mi mamá me leía cuentos. Teníamos una increíble colección de los legendarios hermanos Grimm, que mi abuelo paterno nos había regalado. Los libros tenían una cubierta azul brillante, letras grandes y dibujos que hacían volar mi imaginación. Esas narraciones fueron el motivo por el que me interesé en aprender a leer desde muy pequeña. Otra razón fue porque crecí viendo a mi papá leyendo, siempre con un periódico o un libro entre sus manos. Al principio quería imitarlo, después gracias a él descubrí la magia del suspenso, su género predilecto. 

Mi infancia estuvo llena de la creatividad de los libros de Edgar Allan Poe y las películas de Alfred Hitchcock. Crecí entre El Gato Negro, Berenice, Psicosis y Los Pájaros, y entre muchos otros cuentos de terror, ciencia ficción y novelas detectivescas. 

Gracias al don que tiene mi papá de contar relatos, leyendas y memorables hazañas que se imagina o inventa, inspirado en los grandes autores de novelas góticas que siempre ha leído, comencé a tener otra perspectiva de la realidad, despertó brutalmente mi imaginación y brotó en mí una curiosidad inexplicable por las historias ajenas.  

Además crecí en una familia donde ver películas del siglo de oro, era una entrañable tradición y donde las historias no sólo eran de ficción. En casa de mi abuelita materna la sobremesa era y sigue siendo como una religión. Después de cada comida siempre hay un huequito para hablar de la vida. 

Recuerdo que casi diario había alguna visita; tías y tíos que venían de todas partes, llegaban y contaban sus anécdotas. Hablaban de todo un poco; de amores y decepciones, de viajes y sueños, de política y economía, de enfermedades y accidentes, de sufrimientos y miedos, de la muerte y fantasmas. Me encantaban esas charlas en las que las horas no pasaban, sólo el café entre las tazas. Y ahí, en medio de los olores y sabores de mi hogar, aprendí a ver el mundo desde los ojos de alguien más. Coleccionaba sus historias, cada detalle, cada emoción, hasta que algún día tenía la posibilidad de compartirlas. 

Las historias tienen el poder de sorprendernos, de fabricar emociones y transmitir experiencias que nos conectan. Tienen el poder de ser espejo; de mostrarnos a nosotros mismos a través del reflejo de la mirada del otro.

Las historias no sólo narran el pasado, también predicen el futuro, y tarde o temprano terminamos siendo un poco los personajes que vemos, escuchamos y leemos. Todos aquellos con los que nos identificamos y admiramos. 

Yo muchas veces soy La Maga, inmersa en el caos que me provoca no seguir el guión de lo que una mujer debería de ser y hacer, cuando discuto con algún hombre que me recuerda a Horacio Oliveira y cuando definitivamente no entiendo que la vida es mucho más que una novela. Otras veces soy Peter Pan, cuando me rehúso a ser víctima de la realidad y quisiera escapar al país de nunca jamás.  Y muchas más, soy Emma Bovary, también víctima de mis propias fantasías y deseos inalcanzables. 

Y en realidad soy un poco todos los personajes de la literatura, el cine y la televisión que me han inspirado o marcado como: Scherezada, Amélie Poulain, El Principito, Sara Crewe, Pi Patel, Jullianne Potter, Dorian Gray, Miss Marple, Lolita, Ellen Ripley, Nina Sayers, Samantha Jones, Elektra Abundance, Edward Scissorhands, Mafalda, Carrie White, Hermoine Granger, Sherlock Holmes, Mildred Embrollo, Akane Tendo, Salem Saberhagen, Lisa Simpson, Storm, Rachel Berry, Matilda, Fran Fine, Newton Scamander, Clarice, Maggie Fitzgerald, Zulema Zahir, Amy Dunne, Eleanor Shellstrop, Emma y Dexter, Carl Fredricksen, o Mary Horowitz.

Y es que en el mundo de la fantasía caben todas las posibilidades, cabe todo lo que podamos imaginar; todas las palabras, todas las emociones, todos los personajes, todos los lugares y todos los sucesos. Pero también caben en la realidad, en las historias de los sobrevivientes, de los héroes, de los enfermos y de los desamparados. Caben en los milagros, porque hay historias que no sólo llegan, atraviesan. Y hoy más que nunca el mundo está lleno de historias que contar, que superan la ficción, historias que no tienen fronteras y que con tan sólo un clic llegan en segundos a millones de personas y tocan las partes más sensibles de nuestras vidas. Nos inspiran, abren las puertas de nuestra imaginación. Nos hacen conectar con nuestra niña o niño interior, aquel que creía que todo era posible.  Y ahí, en esas grandes historias, uno es capaz de volver a soñar, de volver a creer y crear. Gracias a las historias somos capaces de cambiar, y esa es su magia.  

Mi niña interior, que desde siempre ha escrito en trozos de hojas, en servilletas perdidas y en máquinas antiguas, ahora tiene la posibilidad de seguir haciéndolo; y se siente muy afortunada por poder compartir su historia a través de todas las pequeñas grandes historias que la han marcado, convencida de que su felicidad está a un clic de la realidad.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *