La redacción purgante reconoce al iconoclasta Sean Baker, al danés Magnus von Horn, a la francesa Coralie Fargeat y al brasileño Walter Salles como cuatro posibles protagonistas para la ceremonia de los Premios Oscar 2025.
Anora; Sean Baker
Qué difícil resulta ubicar a Anora en la filmografía de Sean Baker. Si bien el cineasta norteamericano ha construido en cada una de sus películas un ambiente marginal, desolador, ajeno (o directamente opuesto) al concepto del sueño americano, en su última película hay, cuando menos, volantazos tanto en la forma como en el fondo. En Red Rocket (2021), por ejemplo, Baker ubica a sus personajes en una ciudad texana que bien podría ubicarse al pie de cualquier carretera o fungir como pueblo satelital a urbes adineradas y gigantescas como Houston o Dallas: los personajes viven fuera de la lógica estadounidense que se articula a partir de la metrópoli. Lo mismo ocurre en The Florida Project (2017), que transcurre en uno de esos moteles desvencijados que se asoman alrededor de los balnearios de poca monta a las afueras de Miami. Los personajes son outsiders porque están olvidados; están fuera de la sociedad que la misma cinematografía hollywoodense suele retratar: no cuentan. Con Anora esto se modifica, pues la protagonista es una prostituta que sí vive y respira las calles de Las Vegas; pronto comienza a contratarla un chico ruso heredero de un imperio petrolífero nada acostumbrado a que le digan que no. Se casan (¿por qué no?) y la familia (matones, guardaespaldas y sicarios armenios mediante), tras enterarse, busca hacer todo por anular el matrimonio. Anora es, por momentos, una comedia de pastelazo: algo impensable en prácticamente cualquier obra previa de Sean Baker. Él, en una entrevista con El País, ya había deslizado que el sistema lo había ubicado en una posición de autor de culto desde donde, quizá, comenzaría a ser difícil que continuara realizando las películas que él quiere hacer. Baker fue más allá aclarando que aún no le han pedido hacerse cargo de una titántica producción de Marvel, pero se entiende la idea. Anora resulta más asequible, por paródica, que sus antecesoras, sin que esto implique necesariamente que resulte más ligera, sencilla ni, mucho menos, mala. Es, digamos, un drama que colinda por momentos con la screw-ball comedy y sabe cuándo ponerse seria y cuándo reírse de sí misma. Si Sean Baker se había acostumbrado a ubicar a las superestrellas de la industria en televisiones, espectaculares y revistas, lanzándolos como astros inaccesibles para los mundanos protagonistas de sus películas, en Anora la cúspide del sistema está, tal cual, frente al personaje principal. Los personajes se mueven en unas Vegas sórdidas: uno no sabe si es peor perderse en los callejones oscuros de la periferia o esperar al día, ahogado en alcohol, para descubrir que la ciudad nunca fue lo que las luces de neón aparentaron. Algo tiene Sean Baker que consigue quitarle el velo de fantasía a Estados Unidos: el que Hollywood tanto se ha preocupado por tejer. Qué ganas de ver la próxima película de Sean Baker. Y la siguiente. Y la siguiente.
La chica de la aguja; Magnus von Horn
En el Copenhague de 1921, vapuleado por la Primera Guerra Mundial, Karoline (Vic Carmen Sonne) es una joven que lucha por trabajar y sobrevivir; tras perder su empleo y quedar embarazada de un hombre cobarde, el destino hace que la protagonista se encuentre con Dagmar (Trine Dyrholm), la anciana que administra una casa de adopción clandestina, bajo la fachada de tienda de dulces. Pero la realidad es mucho más siniestra; Karoline descubrirá que en esa Europa pesadillesca, la esperanza se quiebra y la muerte lo cunde todo. Basada en la historia real de Dagmar Overbye, una mujer danesa acusada de ahogar y estrangular a cerca de 26 bebés (uno era hijo suyo) entre 1915 y 1921, La chica de la aguja (Pigen med nålen, 2024) es la apuesta de Dinamarca como mejor película internacional en los premios Oscar, un estilizado ejercicio del director Magnus von Horn, conocido por las cintas previas The Here After (2015) y Sweat (2020), estudios sobre perdón, redención y la excentricidad influencer en la era Instagram. El estilo y fuerza del cineasta sueco evolucionan en esta, su propuesta más reciente, además de provocar un contraste singular: mientras las imágenes deslumbran con su poderosa fotografía (del polaco Michał Dymek) y el manejo del encuadre, los tétricos acontecimientos que se describen perturban demasiado, exhibiendo el lado oscuro de la naturaleza humana, los estragos de una guerra que dejó de librarse en las trincheras y se quedó en las calles lodosas. La chica de la aguja tuvo estreno mundial el pasado 15 de mayo en el 77º Festival de Cannes, donde compitió por la Palma de Oro; la National Board of Review la nombró como una de las cinco mejores películas de 2024, además de recibir sendas nominaciones en los Golden Globes, los Premios del Cine Europeo EFA y el Festival de Sevilla, recibiendo preseas ahí por Mejor fotografía, Mejor dirección artística y Mejor actriz para Trine Dyrholm (imposible olvidarla en La celebración (1998) de Thomas Vinterberg), como la inquietante asesina de recién nacidos. Con ecos a la Europa (1991) llena de angustia de Lars von Trier, en La chica de la aguja se rompe la ilusión de un futuro optimista tras las hostilidades bélicas; Karoline ha perdido la inocencia para siempre en este sórdido cuento de hadas que provoca delirios, una realidad cruel que cobra factura. No obstante, el brío del ser humano ante la adversidad será el único escudo para evitar que la oscuridad lo engulla todo. Un suspiro, una sonrisa, un abrazo, y el mundo se convierte en un lugar seguro, lejos del temor.
The Substance; Coralie Fargeat
Elisabeth Sparkle (Demi Moore, nominada y próxima ganadora del Oscar a Mejor Actriz) es una mujer rozando la tercera edad a la que todo su entorno, voluntaria e involuntariamente, se encarga de recordarle a cada momento que su nombre es una estrella que ya fue. Sue (Margaret Qualley, cargando a cuestas una grosera omisión a Mejor Actriz de Reparto) es una joven y bella mujer rozando la perfección que es todo lo que Elisabeth anhela seguir siendo y hasta más. Ambas son una misma persona funcionando como una acertada alegoría de autosabotaje y de cómo nosotros mismos podemos ser nuestro peor enemigo. Se habla mucho de la cruel fecha de caducidad impuesta por terceros al personaje de Elisabeth como un despiadado reflejo de la realidad que efectivamente es así, pero ¿qué hay de su otra dimensión? La veinteañera y su autoexigencia para cumplir sus propios estándares a contrarreloj. Esa carrera que tiene contra sí misma para llegar a metas que muchas veces son para satisfacer los ojos ajenos más que los deseos propios y que muchas mujeres vivimos durante nuestra adultez temprana; ‘‘antes de los 25 ya tienes que…’’, ‘‘antes de los 30 ya deberías de haber…’’, ‘‘después de los 35 ya no se puede…’’, etc. Coralie Fargeat se mueve sin disculpas ni reservas desde su guion hasta su estilo directorial (ambas nominadas) al momento de presentar todo este embrollo de forma divertida y explosiva; lúdica y frenética pero ríspida, oscura y tremendamente incómoda. A la francesa no le importa en lo absoluto pisar callos entre simbolismos que nos recuerdan esa incomodidad paranoica al sentirnos hipervigiladas durante los periodos menstruales en forma de una pierna de pollo saliendo de una nalga, o la rabia que nos provoca nuestro reflejo en un espejo distorsionado por nuestra propia mente, complejos en los que la mirada masculina del sistema patriarcal en el que todavía nadamos a contracorriente juega un papel sumamente importante en el arraigo inconsciente de los mismos. The Substance, nominada a Mejor Película, ha estado rompiendo esa burda ley no escrita en la que parece obligatorio pasar de largo del horror en la premiaciones por no considerarlo un género lo suficientemente digno y que seguramente le costó increíbles omisiones —cobardes, me atrevo a decir— en las categorías de Montaje, Fotografía y Score, ya que si las dos actrices son el rostro de la película, estos otros elementos son los que las respaldan dándole esa personalidad meticulosamente caótica que es lo que la mantiene en la conversación hasta el día de hoy y que, estoy segura, la mantendrá vigente por muchos años más.+
Aún estoy aquí; Walter Salles
Qué buen director es Walter Salles. Hasta sus panfletos odiosos (Los diarios de la motocicleta, On the road) le quedan bonitos. Su incursión en el horror sucedáneo japonés (Dark Water con una monumental Jennifer Connelly) es de lo mejor del sub-género, y ahora, con Aún estoy aquí, con delicadeza, nos sumerge en la desgarradora historia de Eunice Paiva, una madre que, tras la desaparición forzada de su esposo durante la dictadura militar brasileña, se ve obligada a reinventarse y luchar incansablemente por la justicia. Fernanda Torres ofrece una interpretación magistral de Eunice, encarnando con sutileza y profundidad el dolor y la determinación de una madre que se niega a rendirse y captura con maestría la resiliencia y fortaleza de una mujer enfrentada a la opresión estatal. Su actuación ha sido merecidamente reconocida con una nominación al Óscar como Mejor Actriz, un logro que resuena con especial significado al considerar que, veintiséis años atrás, su madre, Fernanda Montenegro, fue nominada en la misma categoría por Estación Central, también dirigida por Salles. Esta coincidencia no solo destaca el talento heredado, sino también la capacidad de Salles para dirigir a actrices excepcionales en relatos profundamente humanos. La presencia de Montenegro en el elenco, interpretando una versión mayor de Eunice, añade una capa adicional de emotividad y simbolismo a la narrativa. Ver a madre e hija compartir un personaje en diferentes etapas de la vida es un deleite cinematográfico que enriquece la experiencia del espectador. Es digno de mención que el filme haya logrado una nominación al Óscar como Mejor Película, siendo la primera producción brasileña en alcanzar tal distinción. Este reconocimiento no solo celebra la calidad cinematográfica de la obra, sino que también pone de relieve la relevancia de su temática en el contexto actual. A pesar de estas polémicas, la cinta se erige como una obra cinematográfica de gran valor, que invita a la reflexión sobre la memoria, la justicia y la resistencia frente a la opresión. La colaboración entre Salles y las dos Fernandas ha dado como resultado una película que, sin duda, deja una huella indeleble en la historia del cine latinoamericano.