Danke, Franz

La muerte de Hitler el 30 de abril de 1945 precipitó el fin de la segunda guerra mundial. El 2 de mayo las tropas del general Heinrich von Vietinghoff deponían las armas en el norte de Italia y en el sur de Austria. Dos días más tarde Alemania capitularía parcialmente a través del almirante Hans Georg von Friedburg, y tres después llegaría la rendición incondicional, la que firmó en la ciudad francesa de Reims el general Alfred Jodl. Luego de los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki, la última en rendirse de las tres naciones del Eje, Japón, lo hacía el 2 de septiembre. Y una semana después, el 11, en una Alemania destruida, nacía Franz Beckenbauer. 

Si Pelé era una pantera —símil con el que lo describe su amigo César Luis Menotti, que jugó con O’Rei en el Santos— Beckenbauer era un cisne por su elegancia para jugar, pero también tenía la sabiduría del búho y el ojo del águila. Habría sido el perfecto One-Club-Man del Bayern Múnich, al que se incorporó con trece años, pero previamente tuvo un breve paso por el Múnich 1906, uno de los dos rivales citadinos del equipo más ganador del futbol alemán. El otro es el 1860 Múnich, actualmente en tercera división, del que Beckenbauer era seguidor en su niñez. 

Tardó menos de cinco años en llegar al primer equipo del Bayern. Su garbo singular, esa prestancia que tanto imponía a los rivales al tiempo que motivaba a sus coequiperos, no le pasó inadvertido al entrenador Wilhelm Neudecker, quien lo hizo debutar con 18 años. A los 20 era convocado por primera vez a un partido oficial de la selección mayor de Alemania Federal y con 21 disputó en 1966 su primer Mundial, en el que el representativo teutón obtuvo el subcampeonato luego de que en la final el gol más discutido de la historia de las Copas del Mundo inclinara la balanza a favor de la anfitriona Inglaterra.  

Beckenbauer llegó al Mundial inglés con un precontrato firmado con el Inter de Milán sujeto a materializarse en traspaso efectivo una vez finalizada la competencia. Pero al haber sido eliminada la selección de Italia por Corea del Norte, los directivos de la federación italiana decidieron prohibir a los clubes de la Liga nacional la importación de jugadores extranjeros, con miras a fomentar el surgimiento y proteger el desarrollo de futbolistas peninsulares que pudieran devolverle esplendor a la squadra azzura. La prohibición duró catorce años. Por eso Beckenbauer no tuvo oportunidad de brillar en il calcio.  

Vino a México 70, donde legó una imagen icónica de su determinación. A pesar de que en aquel certamen se estrenó la reforma reglamentaria que posibilitó los cambios de jugadores durante el transcurso de los partidos (entonces sólo se podían hacer dos) el nacido en Giesing se resistió a ser sustituido y continuó jugando con un omóplato dislocado. En la cancha del estadio Azteca Beckenbauer jugó buena parte del llamado Partido del Siglo —la semifinal contra Italia— con un vendaje a modo de cabestrillo, que le sirvió para sostener inmovilizado su brazo derecho, luxado como consecuencia de una mala caída tras un golpe en el tobillo propinado por Sandro Mazzola, el sempiterno atacante del Inter de Milán. Aquella tarde Alemania Federal no pudo pasar a la final porque a falta de diez minutos para que concluyera el segundo tiempo extra Gianni Rivera marcó el gol del triunfo italiano, pero desde ese instante Franz empezó a alimentar su sed de revancha.

La conquista de la Copa FIFA por fin se le dio a Franz en la cita mundialista que siguió a la de México. Y lo consiguió en casa. No obstante que la revolucionaria Naranja Mecánica de Johan Cruyff irrumpió en aquel Mundial de 1974 con su futbol total, fueron los organizadores, con Beckenbauer como capitán, los que se impusieron en el partido final. Franz levantó el máximo trofeo del futbol en el Olímpico de Múnich.

Un coterráneo de Franz, el también bávaro Henry Kisssinger, seguidor del Bayern y a la sazón secretario de Estado norteamericano, se propuso a mediados de los años 70 del siglo XX inocular en el público estadounidense el gusto por el futbol. El azote del Cono Sur, la inteligencia gris a la que se atribuyen las estrategias de desestabilización de regímenes democráticos en América Latina y el consecuente respaldo de su jefe Richard Nixon a la entronización de dictaduras cívico-militares en esa región del continente, llevó a Pelé a jugar a la Unión Americana enrolándolo en el equipo de la Warner Communications, dueña del Cosmos de Nueva York. Para la última temporada que contó con Pelé, el Cosmos incorporó a Beckenbauer. Dos maneras de interpretar la belleza futbolística puestas a jugar juntas. Ya retirado Pelé —pero todavía junto  a Carlos Alberto, el capitán de la selección con la que el astro amazónico ganó su tercer Mundial en México 70—, en el Coliseo de los Ángeles, vistiendo la camiseta albiverde del conjunto neoyorquino, Beckenbauer enfrentó en un amistoso a los Pumas de la UNAM. Estoy seguro de que el “Káiser” tuvo aquel partido en California por uno de los picos de su carrera.

Luego de que en la Euro de 1984 Alemania Federal perdiera por primera vez un partido oficial ante la selección de España y no pudiera siquiera llegar a la final para defender el título que había ganado cuatro años antes en Italia, el entrenador nacional Jupp Derwall fue cesado. Fue entonces que a Beckenbauer le fueron confiados los destinos de Die Mannschaft rumbo al segundo mundial en suelo mexicano. En México 86 los dirigidos por Franz eliminaron al anfitrión bajo la canícula de Monterrey en serie de penaltis. Pasaron sobre Francia en la semifinal de Guadalajara y en la final del Azteca, luego de ir 2-0 abajo en el marcador, lograron dar alcance a falta de siete minutos para el término del encuentro. Pero a Franz y a los suyos se les apareció Maradona, que con un toque magistral puso en la ruta del gol que valió esa Copa del Mundo a su compañero Jorge Burruchaga. Tendría Franz que esperar cuatro años para cobrarse una nueva revancha.

El gol anotado por Andreas Brehme mediante un controversial penalti sancionado por el árbitro uruguayo-mexicano Edgardo Codesal en la final de Italia 90, convirtió a Beckenbauer en el segundo personaje del futbol en ser campeón mundial como jugador y también como entrenador. Antes que él, sólo lo había conseguido el brasileño Mario “Lobo” Zagallo —que falleció recién el pasado 5 de enero, dos días antes que Franz— y después sólo lo ha logrado el francés Didier Deschamps.

Uno de los jugadores que estuvo bajo las órdenes de Franz y con el que tuvo públicos diferendos, el histórico portero del Colonia Harald “Toni” Schumacher, custodio del arco alemán en México 86 convocado por Beckenbauer, afirma que éste es “el jugador más brillante de la posguerra”. Nacido en las postrimerías de la conflagración que partió en dos a su país, Beckenbauer se erigiría en el estandarte de un futbol que al igual que una nación tuvo que rehacerse.

Si Durero es el máximo exponente del arte renacentista en Alemania, Beckenbauer es el padre del renacimiento del futbol alemán.

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