El cine transgresor de Alejandro Jodorowsky: arte y locura para sanar (III)

Durante los más de 20 años entre El ladrón del arcoíris y La danza de la realidad (2013), Alejandro Jodorowsky siguió en la creación de arte espiritual desde su trinchera iniciática, produciendo una vastísima bibliografía. Publicó cinco novelas: El loro de siete lenguas (1991), Las ansias carnívoras de la nada (1995), Donde mejor canta un pájaro (1992), El niño del jueves negro (1999) y Albina y los hombres-perro (1999), traducidas a varios idiomas; presentó los libros de ensayo Psicomagia (1995), Los Evangelios para sanar (1997), La sabiduría de los chistes (1997), La sabiduría de los cuentos (2001), La escalera de los ángeles (2001), El dedo y la luna (2004), Cabaret místico (2006), Correo terapéutico (2008), Manual de Psicomagia (consejos para sanar tu vida) (2009) y Metagenealogía (con Marianne Costa) (2011); compendios de relatos cortos y antologías: Sombras al mediodía (1995), Antología pánica (recopilación de textos por Daniel González-Dueñas) (1996), El paso del ganso (2001), Tres cuentos mágicos (para niños mutantes) (2009) y Cuentos mágicos y del intramundo (2010); los tomos de poesía: No basta decir (2000), Piedras del camino (2004), Solo de amor (2006), Pasos en el vacío (2009), Poesía sin fin (2009) y Ojo de oro (metaforismos, psicoproverbios y poesofía) (2012); volúmenes de tarot: La vía del tarot (con Marianne Costa) (2004) y Yo, el tarot (2004); además de los libros de memorias: El tesoro de la sombra (2003), El maestro y las magas (2005), y por supuesto, La danza de la realidad (2001).

Desde la literatura, el ensayo y la poesía, Jodorowsky bombardeó con ideas e imaginación desbordante un mundo que cambiaba rápido día a día con la llegada y el auge de internet y las trepidantes redes sociales. De forma paralela a la escritura, continuaba trabajando en las series de comics, lecturas de tarot, conferencias y sesiones de sanación espiritual, cuando a principios de la década de los 2010, Jodorowsky convocó a una “colecta sagrada” entre sus seguidores, con la intención de llevar a la pantalla grande su libro de memorias. 

A esa recaudación, se unió un mecenas trascendental y conocido de antaño: el productor francés Michel Seydoux, con quien Jodorowsky había trabajado 38 años antes, tratando de adaptar la novela Dune. Así, en junio de 2012 comenzó el rodaje de los primeros capítulos de La danza de la realidad en la ciudad natal del director, Tocopilla. 

El resultado de este nuevo ejercicio visceral (y principio de una nueva trilogía sanadora), donde se describe la infancia y andares de Jodorowsky (aproximadamente de 1929 a 1939), no podía ser otro: el alucinante viaje al centro de la memoria de un ser humano que reprime igual el dolor que la risa, mientras crece y busca darle sentido a la existencia que lo confronta. 

El pequeño Alejandro (Jeremías Herskovits) camina en las calles de su ciudad y observa a los personajes que lo rodean: artistas de circo, militares, enanos, personas mutiladas y desde luego, sus padres. Jaime (Brontis Jodorowsky, tremendo, enorme) es autoritario y cruel, ejecutor de una educación severa que no da tregua ni a la más leve sonrisa; Sara (Pamela Flores) es dulce y sobreprotectora, alegoría sobre el hogar y el amor al que el protagonista debe aferrarse. 

Dentro de esta dualidad cariño/rabia, también se mueven la vida y la muerte, las dudas y la culpa, mientras el propio Alejandro Jodorowsky aparece en el encuadre consolando a su versión infantil, exhortándolo a seguir y afrontar la adversidad de un mundo que no le entiende: “Todo lo que vas a ser, ya lo eres. Lo que buscas ya está en ti. Alégrate de tus sufrimientos, gracias a ellos llegarás a mí”.

La danza de la realidad hace uso de las nuevas tecnologías (CGI, Steadicam, cine digital) para desplegar el relato fantástico de una infancia complicada, en la que será necesario aprender a reprimir las emociones. Un universo donde se vive constante en la ambivalencia: Si el padre de Jodorowsky con su vileza le enseña a vivir con miedo, su madre en cambio lo cubre de betún negro para fundirse en la oscuridad y perderle el terror al monstruo, convirtiendo las sombras en su reino. 

Si la culpa carcome al niño Jodorowsky por la muerte de su miserable amigo Carlitos, la redención solo llegará al entender la fragilidad de la vida y dar el paso siguiente: convertirse en adulto y dejar Tocopilla. El adiós a la infancia.

Los veinte años que Jodorowsky deja de filmar podrían arrojar a un cineasta fuera de ritmo, pero es todo lo contrario, pues La danza de la realidad es un filme en forma con la voz de un artista al que le urgía reconciliarse con su pasado, llegando a sus 84 años a exponer su arte con un arma imbatible: la imaginación.

 La película es además un compendio de todo lo recabado en esos veinte años lejos de los sets: la psicomagia, la poesía, la literatura, el teatro y el tarot. Si bien se ahonda en el pasado tormentoso y la relación con su padre, Jodorowsky inyecta aquí la energía sanadora para explicar que solo aceptando el pasado, se puede curar el presente. 

Podríamos decir que el auténtico germen de la psicomagia está en ese acto que ejecuta junto a su madre, pintándose de negro ambos para disolverse en lo ominoso y perder el miedo para siempre. Si en un principio el cine de Jodorowsky era pánico, se volvió sanador y después coqueteó con el terror y la fantasía, aquí sin duda se puede hablar de un cine psicomágico.

El desparpajo visual del cinefotógrafo francés Jean-Marie Dreujou, cargado de color y movimiento, ofrece una atmósfera que adentra al mundo del circo, contrastando con el sufrimiento del pequeño protagonista. 

Sin embargo, es la infancia la que suele recordarse de esa forma: colorida, dinámica, eterna. 133 minutos de un pastiche trágico, biográfico, rebosante de humor negro e incluso ligeramente musical, que contó en su cast con la participación de tres hijos de Alejandro Jodorowsky (Brontis, Adán y Cristóbal) y el propio cineasta, por lo que no puede negarse con un trabajo, además, profundamente familiar/catártico/introspectivo.

Estrenada en el Festival de Cannes, el 18 de mayo de 2013 dentro de la Quincena de Realizadores, en una sesión doble junto al documental Jodorowsky’s Dune (2013) de Frank Pavich, La danza de la realidad tuvo un paso glorioso por festivales y presentaciones (SITGES, Festival de Cine de Morelia, Premios Platino, Premios Fénix), llegando el 31 de agosto a su estreno en Tocopilla, ante más de 8 mil personas que aplaudieron el filme. 

El The New York Times publicó en su momento que la película mostraba “una mezcla de elegancia visual y perversidad que recuerda la obra de Luis Buñuel, y también a su compatriota Raúl Ruiz, algo muy cercano a una obra maestra”, mientras Le Figaro profundizaba en las pocas diferencias que el chileno encontraba entre el cine y la poesía, imprimiendo a ocho columnas: “Jodorowsky, un poeta en Cannes”. 

El 23 de octubre de 2013, en el marco del Festival Internacional de Cine de Morelia, Alejandro Jodorowsky presentó La danza de la realidad y ofreció una masterclass ante casi 3 mil personas que provocaron tumultos a las afueras del Teatro Morelos. 

Ahí, habló sobre su preocupación de encontrar al cine pervertido por el dinero, un triste rehén entre millones de dólares. Dijo: “Vi Avatar (2009), que costó millones de dólares y no me acuerdo de nada, pero vi Perro andaluz (1929) y la imagen que me ha quedado para toda la vida es la de la navaja cortando un ojo; fue cuando dije que quería hacer cine, hacer imágenes que las personas las vean una sola vez y no las olviden nunca”.

El arte cinematográfico sanador e iniciático de Jodorowsky regresaba tras 23 años de pausa para encontrar un mundo distinto, plagado de tecnología, redes sociales, consumismo desmedido y calentamiento global al límite. 

El maestro seguía pensando que lo único capaz de salvar a la humanidad de la catástrofe era el propio ser humano, por medio del arte que despierta la conciencia y liquida el egoísmo de la especie. Sin embargo, La danza de la realidad es ante todo un ejercicio fílmico fantástico/autobiográfico que invita al espectador a despertar del letargo, cierto, pero sin dejar de ser una cinta elegante y amena. 

Quizá las atípicas palabras del cineasta surcoreano Park Chan-Wook definan mejor que nadie al séptimo largometraje de Jodorowsky: “Esta hermosa y divertida película es ‘la danza’ desde el principio hasta el final. No sólo los actores sino también los movimientos de cámara, los colores de objetos e incluso los rayos del sol, todos danzan […] Todos los diálogos son canciones y música. Hasta los gritos se han cambiado en canciones, los disparos son música”.

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Afirmando que por momentos se pierde de vista al ser único que somos cada uno, inscrito para siempre en el punto de memoria formado por el cruce del espacio infinito y el tiempo eterno, Alejandro Jodorowsky ofrece en Poesía sin fin (2016) una fábula surrealista sobre el perdón, la irreverencia juvenil y la aceptación de la muerte como un nuevo comienzo, además de ser la primera secuela oficial en la extravagante filmografía, continuación directa de La danza de la realidad

Con una fuerte influencia del cine de Federico Fellini, Poesía sin fin es también un homenaje a la poesía de Federico García Lorca, donde se expone la adolescencia y juventud de Jodorowsky, poniendo énfasis en las vivencias del bohemio barrio Matucana de Santiago de Chile, entre las décadas de los 40´s y 50’s.

Tras partir de Tocopilla, Alejandro (Jeremias Herskovits) es un adolescente que ama el arte y experimenta a escondidas con la poesía y la música, ante la severidad de su padre (Brontis Jodorowsky), quien desea que su hijo se convierta en doctor. Un día descubre una máquina de escribir y revienta contra sus parientes, a los que grita a todo pulmón “familia de mierda”, formando con ese enojo un acto psicomágico de rebeldía, que provocará el nacimiento de un poeta. 

Ya como adulto joven, Jodorowsky (Adan Jodorowsky) cambia a su aburrida familia de sangre por otra mucho más exótica: la juventud artística contemporánea de Chile, con nombres como Enrique Lihn, Stella Diaz Varin, Hugo Marín, Gustavo Becerr y Nicanor Parra. El mítico café Iris, con sus referencias estéticas a la pintura del belga René Magritte, se convierte en la nueva casa del protagonista, donde entre pláticas, actos subversivos, carencias económicas, bohemia nocturna y sobre todo, imaginación explosiva, se establecen las bases del arte que llegará progresivamente.

Poesía sin fin no solo busca dar respuesta a quién es Alejandro Jodorowsky, también se esfuerza en plasmar la importancia de la poesía como un arte que inseparablemente se vive y se goza. Una vez liberado como poeta, Jodorowsky avanza en los siempre presentes payasos de circo, los deformes, la lírica infinita y la intensidad del color: el rojo entusiasmado del cabello de la escritora Stella Diaz Varin, se encadena al granate del carnaval onírico/catártico donde cientos de diablos y calaveras levantan a un Jodorowsky ataviado como ángel, en impoluto blanco. 

Esa secuencia, la más bella y ambiciosa del filme, no sirve únicamente como alegoría sobre la vejez y el paso a convertirse en un ser de luz, también funciona como la síntesis del arte sanador que profesa Jodorowsky. Estamos ante uno de los planos cenitales más exquisitos no solo en la filmografía del director, sino también de la historia del cine, con una belleza estética y consideración psicológica inigualables. 

Este segundo capítulo, que adapta las memorias de Jodorowsky, culmina con la partida del protagonista a la ciudad de París, para “salvar el surrealismo”. Pero también hay tiempo para curar el pasado: enfrentar al padre para poder perdonar y avanzar, con un fundido a blancos, metáfora sobre la esperanza y la paz ante la muerte inevitable. 

Porque a Jodorowsky le urge reconciliarse con el ayer; si en La danza de la realidad abraza a su versión infantil, en Poesía sin fin aparece el propio director a un lado de su versión adulta, aconsejándolo y guiándolo contra la incertidumbre de la vida.

Alejandro Jodorowsky se muestra al interior del encuadre orgulloso de su vejez, con una mirada contemplativa, en la que se descubre la importancia de evitar cargar heridas que nunca cierran: la enseñanza es averiguar qué abrió la llaga, para entender y perdonar. Dice: “Y así, de bien en mal, de mal en bien, se establece una cadena en la que las causas y los efectos no pueden definirse como positivos ni como negativos. La mirada que solo ve el presente es limitada. El sabio observa las cosas desde un tiempo eterno”. 

En 123 minutos, Jodorowsky se libera de su familia, confiesa sus acelerados años de juventud, habla del amor, perdona a su padre (bello momento psicomágico) y se muestra expedito al encuentro con la muerte, el arranque de una nueva existencia. Con un guion del propio Jodorowsky, Poesía sin fin se estrenó en el Festival de Cannes en 2016, con nominaciones en los festivales de Locarno International Film Festival, Munich Film Festival, Minneapolis St. Paul International Film Festival y resultando ganador del premio de la audiencia en el San Francisco International Film Festival. 

Un cast y crew que nuevamente se plaga de talento familiar con la música original de Adan Jodorowsky; el diseño de vestuario de Pascale Montandon-Jodorowsky, esposa del director; un diseño de producción del propio Alejandro y los estelares protagónicos de sus hijos Brontis y Adán. 

En el montaje se contó con Maryline Monthieux, la editora francesa de Los ríos de color púrpura (2000) con quien Jodorowsky ya había trabajado en La danza de la realidad, mientras que la fotografía quedó a cargo del gran Christopher Doyle, colaborador habitual de Wong Kar-Wai. 

La fusión de un guion preciso, la edición clásica y una cinefotografía fastuosa, hacen de Poesía sin fin el filme más accesible del universo Jodorowsky, además de, estéticamente, su cinta más depurada. Un proyecto además financiado por medio del crowdfunding, siguiendo la estela del trabajo anterior, que se consiguió gracias a la “limosna sagrada” de los seguidores. 

Existen ecos aquí a todo el arte previo del chileno, ya a estas alturas repleto de poesía, literatura, teatro y psicomagia. Acusado en múltiples ocasiones de explotar un ego desmedido, Jodorowsky apunta que sus motivaciones artísticas no tienen que ver con el narcisismo, sino con una necesidad imperante de sanación: “Después de haber experimentado varias muertes en mi familia y un terrible dolor, me pregunté cuál es el objetivo de este arte; si es un simple entretenimiento, un mundo imaginario en el que puedes escapar por un momento y relajarte. Para mí, un arte que no sirva a un propósito sanador no es arte”.

Aplaudida en su presentación en Cannes en la Quincena de Realizadores, Poesía sin fin es un eslabón más en una filmografía de culto, y la promesa de una tercera parte, donde Jodorowsky describa sus años en París y el posterior traslado a México para la creación de teatro y cine. Se siente también como el testamento fílmico de una imaginación artística rebosante, que no busca encontrarle sentido a la vida, sino exhortar a su audiencia a disfrutarla. 

La invitación de Alejandro Jodorowsky es a extraer perlas de los rincones oscuros, pero no solo del universo, también del espíritu. En su libro Cabaret Místico desglosa los niveles de conciencia: “En el trayecto que va desde la conciencia social-planetaria, pasando por la conciencia cósmica, hasta la conciencia divina, el individuo comienza a desarrollar sus sentidos, su mente y la percepción de sí mismo de forma diferente. Se le rebela el milagro cotidiano de la vida”.

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La psicomagia se dirige directamente al inconsciente, por medio de una terapia performance, que no es otra cosa más que la representación lírica y teatral de los traumas que atormentan. El uso de la imaginación simbólica para sanar ha llevado a Alejandro Jodorowsky a acceder a las profundidades de la herencia genética, el legado transmitido de generación en generación, que no siempre es positivo. 

De problemas familiares a conflictos sociales y culturales, los seres humanos viven atormentados cargando con traumas del pasado. Si Salvador Dalí decía que lo que a él le interesaba era traer los sueños a la realidad, Jodorowsky toma el camino anti surreal en su trinchera iniciática: él busca educar a la razón para hablar el lenguaje de lo onírico.

Psicomagia, un arte que sana (2019) es un documental episódico y exorcizante. 104 minutos donde Jodorowsky expone 13 casos de las atípicas técnicas psicoterapéuticas que ha desarrollado a lo largo de su vida artística y sanadora. 

Una terapia de actos que en algún momento nació como masaje iniciático, luego de que Jodorowsky, después de múltiples lecturas de Tarot, se dio cuenta que los problemas familiares y las enfermedades se repetían en varias generaciones, por lo que ideó una serie de actos simbólicos para descender al inconsciente de cada persona, provocando una catarsis que buscaría sanar conflictos físicos y psicológicos muy arraigados.

El documental va yuxtaponiendo diversos casos reales atendidos por Jodorowsky, mientras hilvana escenas de las películas del director, ilustrando los dilemas, las disyuntivas y resoluciones de cada asunto en particular. Así tenemos dos hermanos que rivalizan por el amor de su madre; el miedo a la oscuridad (expuesto en La danza de la realidad, con el pequeño Jodorowsky y su madre embadurnados de pintura negra); un hombre que sufrió abuso al borde del suicidio; parejas en crisis (visto en Fando y Lis, donde se arrastran cadenas antes de la despedida inevitable); una mujer que hace arte con su sangre menstrual y otra que ante la muerte de su prometido, debe acudir vestida de novia al panteón y saltar en paracaídas; un tartamudo de 47 años que camina vestido de niño en un parque de diversiones y la anciana de 88 años deprimida profundamente, ansiando la muerte.

Los últimos tres apartados son más extensos: un evento de psicomagia social donde ante un auditorio atiborrado, Jodorowsky invita a la audiencia a ayudarlo a curar, con las palmas de sus manos, a mujer desahuciada con cáncer (un flashforward, 10 años después, nos avisa que la enfermedad fue superada); una pareja gay sale del clóset en un evento multitudinario, donde literalmente las ropas se hacen trizas y el ropero se quema, celebrando el amor; finalmente, otro acto público durante 2011, en el centro histórico de la Ciudad de México, creado para que la población pudiera exorcizar el dolor de la guerra contra el narcotráfico, con más de 70 mil muertos. Con una bufanda morada y una máscara de calavera, Alejandro Jodorowsky camina entre la gente para proponerles cantar La llorona, justo como si fueran la madre de todos los desaparecidos en la vorágine violenta.

Psicomagia, un arte que sana cuenta con la cinefotografía de Pascale Montandon-Jodorowsky, la producción de Xavier Guerrero Yamamoto y la música de Adán Jodorowsky, además de que en esta ocasión, la película fue montada por el propio Alejandro Jodorowsky, con la ayuda siempre puntual de Maryline Monthieux, Giuseppe Lupoi y Amanda Holmes. 

Un filme que se financió de nueva cuenta mediante crowdfunding, en una campaña que logró reunir más de 162, 000 euros, con la participación de cerca de 2,500 personas, mismas que aparecen en los créditos finales de este documental políglota, con momentos en francés, español e inglés. 

No debe pasarse por alto también que Jodorowsky filma y monta este trabajo a los 90 años, exhortando a su audiencia a confrontar los problemas y traumas del pasado para poder sanar y evitar vivir con el dolor a cuestas: “Nuestro espíritu debe penetrar en los laberintos de la memoria para demoler al juez interior (suma de todos los prejuicios familiares y sociales) y valientemente, reconociendo las pulsiones de muerte y las desviaciones de la personalidad, rechazarlas diciendo ‘esto no soy yo’, hasta llegar al luminoso centro del tenebroso inconsciente”.

Con un paso discreto por festivales internacionales durante 2019, Psicomagia, un arte que sana es más que un simple desfile de gente atribulada y un cineasta que busca curarlos, se trata del ejemplo vivo de la delgada línea entre la creación artística y la sanación, apenas distinguible en el universo del cineasta, quien despliega todos los recursos a su alcance para sanar sanando. 

Dice Jodorowsky: “Guiado por los tres principales consejos de la Bhagavad-Gita (‘Piensa en la obra y no en el futuro’, ‘Identifícate con el Yo esencial, tu Dios interior’ y ‘Realiza siempre lo que debe ser hecho como un sacrifico sagrado, liberándote de cualquier atadura’), analicé hexagramas del I Ching, poemas del Tao te king, algunos Upanishad, el Génesis y los Evangelios, textos sufíes, budistas, alquímicos, koans, haikus, fábulas, cuentos de hadas, semánticas no-aristotélicas, teorías psicoanalíticas, etc. Cierta vez, desentrañando pensamientos del filósofo Ludwig Wittgenstein, encontré uno que me pareció de suma importancia: ‘El saber y la risa se confunden’. Decidí entonces incluir chistes en mis conferencias, a las que denominé Cabaret místico, junto a la interpretación de textos sagrados e historias iniciáticas“.

El cúmulo de todas esas lecturas de Tarot, las conferencias, el chamanismo, el psicoanálisis, los efectos del teatro y el cine, la filosofía y la etnología, la poesía y, sobre todo, la imaginación simbólica sin límites arrojan en Psicomagia un arte que sana la experiencia artística de lograda evolución en la obra creativa y terapéutica de Jodorowsky. 

Si bien la cinta puede tener algunos momentos que caen en el tedio, el documental resulta necesario para los seguidores más férreos del cineasta, un ejercicio fílmico que responde a la necesidad de desembrollar (e ilustrar) el arte que sana. Jodorowsky solía contar un breve cuento tibetano que resume la esencia del arte y la sanación del alma: “Una gota de agua que no quiere evaporarse: lucha contra el calor, las corrientes del aire y otros obstáculos para llegar finalmente al océano original, donde se sumerge feliz”.

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The Jodorowsky Constellation (1994), de Louis Mouchet, y Jodorowsky’s Dune (2013), de Frank Pavich, son dos documentales fascinantes sobre la vida y obra del chileno. Mientras el primero se dedica a rascar entre el ego desmedido, las influencias de Marcel Marceau y Antonin Artaud, el movimiento pánico y la explosión de la razón, el segundo disecciona la preproducción de la mejor película de ciencia ficción que nunca sucedió, ahogada en su propia locura: Dune

Ambas cintas, sin embargo, convergen en una misma idea: aquella en que el fracaso del majestuoso proyecto resultó en un hijo inesperado, el comic El Incal, también conocido como La Saga de los Incales o Las Aventuras de John Difool. 

Su adaptación al cine sigue siendo un sueño al que se unen varios proyectos frustrados del director: Mr. Blood and Miss Bones, una película de piratas para niños; Viaje a Tulum, la adaptación de un cómic de Milo Manara con guion de Federico Fellini; Los hijos del Topo, la secuela directa de su filme de culto, trabado por falta de financiamiento; King shot, protagonizada por el cantante Marilyn Manson, donde un Papa de 300 años se enfrenta a unos bizarros gánsteres y Triptyque, la posible adaptación de las tres sagas de ciencia ficción presentadas en El Incal

Lo relevante es que en pleno 2023, con 94 años de edad, Jodorowsky sigue explotando su asombrosa imaginación: es un usuario activo en Twitter (ahora, X) e Instagram, desde donde bombardea con ideas y pensamientos; presentó el libro De la psicomagia al psicotrance (2022) y su influencia está vigente en el cine de cineastas como David Lynch, Kiril Serébrennikov, Darren Aronofsky, ​Jan Kounen, Nicolas Winding Refn y Taika Waititi. 

“La realidad es una danza. Si deseamos fracasar, el mundo convertido en enemigo, nos ayuda a fracasar. Si deseamos tener éxito, el mundo se convierte en nuestro aliado”, dice un Alejandro Jodorowsky positivo, convencido en aquel proverbio que reza: “lo que das, te lo das; y lo que no das, te lo quitas”. 

La realidad, desafortunadamente, también suele ser cruel y despiadada: el 15 de septiembre de 2022, murió Cristóbal Jodorowsky en la Ciudad de México, a los 57 años de edad, producto de un paro cardíaco, según su hermano Brontis, debido a la dependencia del alcohol. A esta pena, se suma aquella de 1995, cuando Alejandro Jodorowsky perdió a su hijo Teo, víctima de una sobredosis. 

¿Cómo se procesa entonces la muerte de un hijo? ¿Cómo se supera la pérdida? Habla Jodorowsky: “No hay consuelo. Cuando mi primer hijo murió, tomé un avión y fui a ver a mi maestro zen, Ejo Takata, en México. Llegué arrastrándome. Me miró y me dijo: Duele. Todo en una palabra. Y yo comprendí: no hay consolación, no la hay. Se continúa con la vida. Hay que aceptarlo. Con el tiempo, el dolor va disminuyendo, pero el amor va creciendo. Ayer empecé a tratar de hacer crecer el amor que tenía por él, la piedad que tenía por él, ver mis errores, sus errores. Estás pensando y es como una nube negra, tú la aceptas, la vives y sigues viviendo. Porque nuestra labor no es llorar a los muertos, sino vivir la vida, porque el muerto no lo sufre. El que sufre es uno. Quién sabe lo que hay después de la muerte. El muerto llegó al terreno del que todos los millones de habitantes del planeta somos ignorantes. No sabemos el gran misterio: qué es la vida y a dónde va la vida. No lo sabemos”.

Aceptar la muerte como un nuevo comienzo, la exaltación de lo irracional, la imaginación simbólica sin límites, introspección de personajes y búsqueda de catarsis se convierten en los ejes centrales de una filmografía insólita, transgresora y admirable. 

Diez películas que proponen un arte sagrado, irrumpiendo la mente para provocar cambios que trasciendan; filmes que buscan dar cauce a las cuatro energías que manan desde el centro vital de los seres humanos: pensamientos, emociones, deseos y necesidades. 

El legado de Alejandro Jodorowsky apunta a convertirse en un tremendo arsenal de arte terapéutico e ideas espirituales; su trabajo fílmico resulta como caminar entre sueños (o bajo el efecto del LSD), un mundo onírico desde el que es posible convertir el caos en esperanza. 

Dentro de aquel Cabaret místico, Jodorowsky contaba un chiste zen que describe, puntual, la sabiduría que solo la experiencia de una larga vida (más de nueve décadas, para Jodorowsky) puede otorgar: “Te viene persiguiendo un león. Por escapar de él, caes por un barranco. Pero logras agarrarte a un manzano que crece en su abrupta pared. No puedes trepar porque al borde del abismo te espera el feroz animal. Tampoco puedes descender porque en el fondo te espera otro hambriento león. ¿Qué haces? La respuesta que dan los maestros es: tomas una manzana y te la comes con placer”.

En lo oscuro de mi carne danza un esqueleto de luz.

-Alejandro Jodorowsky-
(Tweet publicado el 13 de agosto de 2013)

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