De infarto en infarto

México, como si por fin alguien le hubiera encendido una bengala, fue todo lo que casi jamás fue durante el Martinato tras las secuelas de Raúl Jiménez y la incomparecencia de Corona: Un tormento que llevando la iniciativa condena al rival a la silla del dentista. Arabia Saudí entró al juego, pero el juego jamás le correspondió. Una exhibición de Luis Chávez, con un diamante a la escuadra incluido, sentenció las posibilidades del cuadro de Medio Oriente en esta Copa Del Mundo. Un concierto de ocasiones y llegadas mexicanas al que ayudaba una Argentina que, en algún punto de Doha, tenía sometido a una sesión de gota malaya a los polacos, que ya imploraban al mito Lewandowski y a quien se pusiera enfrente con medio ojo puesto en otra pantalla, a ver si así Lozano fallaba la suya u Ochoa se vencía como casi nunca en los Mundiales. 

Aguantó tremenda tortura psicológica por dos costados el cuadro centro europeo, como si lo hubieran puesto a parir becerros, y México se despidió del Mundial en fase de grupos. Jugando lo que muchos, no sé bien con qué argumentos, pensaban que debía jugarse contra Argentina o Polonia. Con una despedida mucho más digna de la hecatombe esperada, sobre todo porque uno sabe apreciar que los de Lewandowski llegaron a la orilla entre arrastres y rascando la línea de meta como quien se aferra con las uñas a la pared. Es claro que Martino jamás pudo reconfigurar a la selección una vez su jugador-sistema Jiménez se convirtió en baja obligada, y ya no se diga la estrella particular que es Tecatito Corona, pero es muy dudoso que hubiese sido el entrenador para seguir con la nave una vez el ambiente se ha enrarecido y la falta de respuestas tácticas y estímulos competitivos se hizo patente. La pena es que el punto de mira de la ira social se concentre en un técnico desahuciado antes incluso de poner un pie en Qatar y no fundamentalmente en los encargados de que el fútbol mexicano se haya atascado en un elevador averiado. En permanente estado de negación y status quo, como si algún ente enemigo les hubiera detenido el tiempo. 

El desenlace del grupo fue propio de sala de urgencia. Pero habría un punto de dramatismo aún mayor 24 horas después, cuando la España eléctrica de Luis Enrique fue obligada a ver estrellitas como si fuera caricatura ante las voladuras japonesas de Asano, Tanaka y Dōan, que con la ráfaga de fútbol que ya había sentenciado a Alemania, puso de vuelta y media al grupo E. Con una España semiknoqueada y pendiente de que Alemania no repitiera el cataclismo de la primera jornada, ahora contra una Costa Rica que ya no parecía el cuadro inerme con el que la Roja jugueteó de izquierda a derecha, como si hubieran juntado algunos turistas ticos esa misma tarde. Nada más lejos. Neuer, que no ha estado fino, dejó un balón muerto en el área que fue colándose entre rebotes ante la mirada tétrica de españoles a kilómetros de distancia. Como si la esperanza se escapara a caballo de una pelota que más que entrar, se infiltraba por la puerta de atrás. Dos minutos que el fútbol hizo bueno eso tan manido de que el Mundial detiene el planeta. Por detener, casi detuvo la moral intacta de un país que soñó con la Copa una vez atropelló a la selección centroamericana y descarriló todos los planes de una Alemania que sale por el despeñadero por segundo Mundial consecutivo. Ya extrañamos a Musiala.

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