De San Valentín y otras listas

¿Por qué busco ser autoindulgente a través de la música? Buscarlo de forma consciente; querer problemas gratis. Acelerar para sentir, sentirse.

Can you imagine no first dance freeze
dried romance, five hour phone conversation
The best soy latte that you ever had
And me?

Drops of Jupiter, Train

Era sábado en la mañana, aunque durante este tiempo de pandemia no se distinga el color entre un día y otro, todos huelen igual. A veces, salgo a correr un poco para despejar la mente, para escucharme, para pensar. A veces me escapo dentro de mí mismo. No es tan difícil, empiezo con un pensamiento y termino con las oportunidades que desperdició la Real (Sociedad) en el partido del fin de semana. En ocasiones tengo periodos productivos. Solo en ocasiones. A veces tomo alguna idea, de esas que surgen mientras escucho música en el recorrido y la mantengo fija durante un par de minutos. Luego canto lo que vengo escuchando; a veces, repito la canción y al finalizar regreso a la idea. O no.

A veces imagino bailar por la calle, en una escena semejante a la que aparece en el largometraje de Marc Webb, 500 Days of Summer (2009), esa en el que protagonista Tom (Joseph Gordon-Levitt), esa en la que sale feliz después de pasar la noche con Summer (Zoey Deschanel). Bueno, no lo culpo, yo también haría el ridículo de tal forma por el mismo motivo.

A lo que iba (no tanto por el baile que, a decir verdad, no lo hago especialmente bien pero soy entusiasta), el punto al que busco llegar, es cómo la música nos hace compañía. A veces inicia durante el embarazo (habitando la placenta) si tienes la suerte de que te pongan algún estímulo. No tendrás registro real, pero supongo (mera hipótesis basada en nada) que debe ayudar. Continúa en los brazos de tus padres, cuando ya desesperados porque no llores, te empiezan a cantar algo. Yo lo hice cuando cargaba a mis hijas, inventaba la composición en el momento. A veces resultaba, otras no. (Uno hace lo que sea necesario para regresar a dormir). 

Sigo escapando del tema. Retomo. Y por alguna razón (¿Hollywood mediante?) esos momentos musicales se fusionan con momentos puntuales en el que nuestro corazón es el plato fuerte (por llamarlos de alguna forma). En aquel sábado -el del primer párrafo- pensé en un montón de canciones, temas y frases que me han sido familiares durante enamoramientos, desenamoramientos, decepciones y roturas de corazón (propias y ajenas). Al regresar a casa, hice un pequeño muestreo (con el equipo editorial de #RevistaPurgante) de las canciones que formarían la Banda Sonora Original (Soundtrack) de una (la mía o la de uno de ustedes) vida amorosa.

Hacer una lista tiene siempre sus desventajas. Puede ser eterna (como la de las vacunas) o muy pequeña. ¿Han intentado hacer una fiesta? Bueno, semejante. Hay alguno que no podrás invitar. O canciones que no volverías a escuchar -porque el sonido puede llegar a doler-.

El ejercicio de memoria (nostalgia) o sensorial al que te enfrentas es grande. Música que te hace recorrer lugares, tiempos y situaciones que guardas de forma especial. No residen todos juntos, pertenecen a distintas ‘cajas’. Aunque tu disco duro sea el mismo con el que te entregaron de fábrica, los archiveros donde guardas cada experiencia van separados unos de otros (o no).

Entonces, ¿a quiénes invitamos?, ¿cómo decidirlo?, ¿por qué exacerba el sentimiento? ¿por qué busco ser autoindulgente a través de la música? Buscarlo de forma consciente (¿?) es similar a darle un chocolate a un niño por la noche. Querer problemas gratis. Acelerar para sentir, sentirse. Pero también se busca la música para sentir el efecto contrario. Para saberse vivo y hablar, hacerlo a través de alguien más, de letras o frases que imaginamos, que discutimos, que sentimos de lo que (no) podemos -o no queremos- decir(nos). Tomamos, como en la literatura, ambientes que nos son familiares o situaciones específicas y las magnificamos a través de los sentidos. 

El autor inglés, Nick Hornby, habla en su novela Alta fidelidad, la relación entre la infelicidad y la música pop: “Las personas más desgraciadas que yo he conocido, románticamente hablando, son las que tienen un desarrollado gusto por la música pop. Y no sé si la música pop es la causante de esta infelicidad, pero sí tengo muy claro que han escuchado esas canciones infelices desde hace más tiempo del que llevan viviendo una vida más o menos infeliz. Así de claro”.

No lo comparto, aunque debo aceptar que ignoro si el trash-metal (o algún equivalente) pueda ser tan sensible en ese aspecto. Ahora, la misma música pop puede hacernos sentir igual de dichoso en la misma proporción que Hornby asegura nos hace infelices. Hay una humanidad de por medio que puede atestiguar al respecto. Además, ¿dónde termina el pop?

En fin, sigo escribiendo sin decidir o sin decirles qué canciones son las que me llevan a toda esa miel o hiel que he derramado durante mi vida. Porque, ¿saben qué?, no lo haré. No por superioridad moral o el creerme el “muy-muy”. Lo hermoso de este ejercicio es que es personal. Nadie jamás podrá sentir lo que cada uno de nosotros ha pasado para sentirnos como lo hacemos el día de hoy, al momento de leer estas líneas. Y está bien. 

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