Ciudad de México
Trayecto: Luis Echeverria (sí, existe) – Cerro Negro
Alc. Tlalpan
17.10 horas.
Todos, absolutamente todos, de alguna manera u otra, somos sobrevivientes.
Día tras día tras día, hasta que, de pronto, dejamos de serlo.
Josemaría Camacho; Después de matar al oso pardo.
La tarde se desplazaba cargando el letargo de la siesta. En los últimos meses del año, los días son más cortos, por lo que tratan de moverse con pasividad para no irse tan pronto. El Chevrolet Onix que manejaba Jorge, en cambio, circulaba sin dificultad, el trayecto no requería atravesar grandes avenidas que suelen complicarse en época decembrina. Me dirigía a casa después de dejar mi auto en un taller mecánico.
—Se acaba el año, otro más – afirmo pensando (en voz alta) en muchas cosas y en ninguna.
—Sí, joven. Se pasó de volada. Ya en menos de un mes se nos termina el año.
Y sí, se está terminado (se terminó) el año 2021, o el número que cada quien lleve en esta esfera de agua salada y algo de tierra.
—¿Sabe? El año anterior (2020) se me fue muy lento. Y este demasiado rápido –afirma Jorge-, será porque este año ya sabíamos todo el rollo del virus. No lo sé… De junio para acá, ni me enteré. Fue día del padre y un par de semanas después siento que ya celebrábamos la «Revolución».
Ni yo. Simplemente tengo la sensación que los meses de abril, mayo y junio de 2020 duraron aproximadamente noventa y tres días cada uno de ellos. Entre el encierro, la depresión y la ansiedad se encargaron de estirar los días a horas infinitas. Sensación parecida a la que vivía al esperar el sonido de la campana de salida los viernes escolares. No llegaba nunca. El tiempo transcurre de diferentes formas para cada uno y para cada situación. Es una sensación cambiante ante algo que se mueve a una misma velocidad siempre. Un día estás en el colegio; otro, vas a recoger a alguien al colegio; otro ya no estás para recoger a nadie y finalmente ya no estás. La vida se va a cada minuto justo frente a nuestra cara.
—La verdad es que en diciembre nos va muy bien (a los taxistas). La gente sale mucho; que si la compra, que si el regalo; al mercado por lo que cocinará en la cena, al súper por la bebida. Luego llevamos piñatas para las posadas, juguetes, ¿sabe? He subido de todo al taxi. Comales, canastas de dulces, ollas de tamales, costales de naranja, familias, parejas, otras no se veían tan “emparejados”.
Eso tiene el oficio del volante, tiene tiempo para todos, para todas las necesidades, para acercarnos de un punto y alejarnos de otro; para buscar un nuevo destino; para encontrar un momento de felicidad o para reunirnos con la tristeza.
—A veces, uno no sabe qué decir, pero luego les ves la cara de entusiasmo y pues ni modo de decirles que no -comenta Jorge con orgullo.
Pensaba en momentos puntuales en los que me he desplazado a través de la ciudad. Buenos y malos. En el tiempo que ha pasado desde entonces. Miles de años, un par de días. Depende de lo ojos que llevemos para ver cada uno de estas estaciones de la vida misma. Recordamos de diferente forma, un mismo hecho nos puede producir alegría y después dolernos en cantidades inmensurables. En todos y cada uno de ellos, por alguna circunstancia (y sí, por una cantidad de dinero por el servicio) las personas que conducían los automóviles pasan a ser actores secundarios de nuestras vidas. A veces, quien se haya encargado del guion, les concede líneas para expresarse, y a veces esas conversaciones se convierten en aderezos de nuestros recuerdos. Es complicado retener tantos detalles, pero cada memoria es semejante al golpe de una tecla, se quedará grabado, aunque después pase desapercibido o desechado en un papel.
—Lo mejor –dice don Jorge mirando de reojo el retrovisor- es ver la cara de alegría y esperanza de la gente. Nos hace sentir bien de poder ayudar en algo. Lo mismo cuando alguien llora. Te sientes mal por esa persona, aunque ni la conozcas.
Al descender del auto y despedirme para poder ingresar a casa, pensé en los «viajes» que hice en el año. Cada uno de ellos (los 365 del año) te conduce a diversos lugares, a estados de ánimo distintos, a gente que quieres (o no tanto) y todos te van marcando la vida, esa que camina y se va con un ritmo distinto, pero para que se vaya de nosotros, no significa que no vaya adonde vamos. La vida nos acompaña. Siempre.