El diario de pandemia publicado por Julián Herbert en la Revista de la Universidad de México, durante el punto más álgido del confinamiento, provocó que revalorizara mi libreta de notas. ¿Por qué no pensar que una serie de reflexiones condensadas en pequeños trozos de papel podrían ser el punto de inflexión que mi desamparado oficio de carpintero necesita?
Luego, tras haber dejado atrás el cataclismo, con un poco de suerte y el magnetismo de un alter ego, mi memoria autobiográfica podría desencadenar en algo parecido a Los diarios de Emilio Renzi. Como decía el propio Ricardo Piglia en el libro editado por Anagrama, toda escritura tiene un secreto y es lugar de una venganza, y la mía, aunque ignota y malograda, guarda toda clase de mensajes encriptados.
Pensé en darle cierto orden y concierto a todos esos apuntes que surgen a lo largo de una etapa de confinamiento como esta, donde el delirio y la paranoia suelen confundirse con leyenda. Busqué ansiosamente alguna frase redonda para encausar mi ejercicio de memoria personal. Durante la proyección del biopic sobre Mary Shelley de la célebre directora de cine saudí, Haifaa al-Mansour, me estremecí cuando el personaje que encarnaba a la autora de Frankenstein, aquejada por el insomnio durante su periplo escocés, decía que era imposible conciliar el sueño en medio de un silencio tan ensordecedor.
Pareciéndome una frase absolutamente redonda para el contexto que vivimos, no terminaba por significarse como un analgésico lo suficientemente potente. Buscaba algo más convincente y radical, algo que me reconciliara con la escritura en su sentido más vocacional, que me permitiera sobrellevar el tedio existencial. Entonces, me encontré con una vieja cita de Gustave Flaubert —cuándo no—, en Correspondencia:
«Usted pintará el vino, el amor, las mujeres, la guerra, con la condición, querido amigo, de que usted no sea un borracho, un don Juan, o un soldado de las trincheras, un marido. Si se encuentra inmerso en la vida, no podrá verla con claridad, la sufrirá o la disfrutará demasiado, a costa de su arte».
Aún no logro asimilarla del todo y ya llevo días subyugado por la tiranía de la hoja blanco.