De taxis y taxistas (XIII)

Ciudad de México.
Trayecto: Av. Universidad

  • Dr. Vértiz (Narvarte)
    07.05 horas

Por supuesto que la paz es el respeto al derecho ajeno,
en eso todos estamos de acuerdo.
En lo que nadie está de acuerdo es
en cuál es el derecho ajeno.
Jorge Ibargüengoitia

—Estaba en Acapulco, esperando con mi familia en dar una vuelta a la costera en el yate ese que te pasea. De repente, del otro lado de la bahía, llegaron unos tipos en moto y ‘¡pum, pum!’ -imitando la forma de una pistola con la mano -, mataron a un señor. Don Carlos, de unos 65 años de edad, lo dice con una mezcla de sorpresa y pesar. Así, nada más.

Son las ocho y veintisiete de la mañana. Hoy inicia el año laboral después de las fiestas. El Tsuru de Nissan en el que circulamos se mueve iluminado por la luz amarilla de los rayos del sol. El clima es frío y a pesar de eso, llevo la ventana abierta, por aquello del COVID. Sigo aprendiendo a respirar después de tantos años de hacerlo mecánicamente. Ahora no sólo es supervivencia, es ansiolítico.

—Apenas, ¿hace menos de un mes? -dudo al decirlo-, el presidente señalo que habían ‘controlado’ la violencia, ¿no?

Los temas políticos en este país se han convertido en lucha encarnizada de egos, por lo que sacarlo a la palestra no es tan sencillo, no sabes cómo puede reaccionar tu interlocutor. No sabemos dialogar. Conmigo o contra mí, un país cada vez más polarizado, dirigido por nadie hacia la nada.

—Sí. No sé en qué país vive el señor. No sé qué le dicen los que lo asesoran. El ambiente aquí en la calle no es para nada sencillo. Uno no sabe qué esperar cuando sales a trabajar, te encomiendas a Dios o a la suerte.

O a las dos, o a tu camisa favorita o una pata de conejo. Cada noche en la que uno llega a casa sano y salvo es una bendición. La violencia como compañera de vida. Camarada incómoda, sin duda.

La conversación gira entorno a historias de horror que suceden en esta ciudad, en este país todos los días de todas las semanas del año. Cada vez nos sorprende un poco menos el grado de violencia a nuestro alrededor. Ignoro si es por insensibilidad o por protección a nuestra alma, posiblemente una combinación de ambos factores; sin embargo, cualquiera que sea la causa, nos ha llevado a la indiferencia.

Escribe Andrés Neuman: “Una especie de cualidad eléctrica, de alerta permanente, como si sus calles hubieran sido diseñadas para ciertos animales de vista periférica. Una esgrima cotidiana en la que cada gesto parecía drástico y en realidad no importaba, porque la supervivencia tenía algo de deporte colectivo”. Y esta ciudad, este país, se está convirtiendo (se convirtió) en una tragedia eterna.

—Hay muchas personas que han tenido malas experiencias en taxis. Las han maltratado, asaltado o incluso secuestrado. Es una chingadera. Lo que no se dan cuenta los compañeros es el daño que nos hacen a los demás, perdemos pasaje, perdemos la confianza de la gente y tienen miedo de subirse y viajar en taxi, comenta con una sensación de duelo.

Don Carlos tiene razón y no sólo pierde el gremio, perdemos todos. Cada día que pasa, es un día más sobreviviendo a este país. Sobreviviendo a pesar de todo y de todos, lo preocupante es que la espiral de violencia no parece tener un final. Al menos no en los próximos años.

—No sé si la aparición de las redes sociales haya hecho que esto creciera. El anonimato detrás de un teléfono o computadora permite decir o agredir sin repercusión, ni responsabilidad alguna, comento.

Avanzamos, los cláxones se escuchan de forma agresiva alrededor, manejar se convierte en deporte extremo en las horas pico, nadie cede un centímetro para avanzar otro centímetro y la secuencia temporal de los semáforos no ayuda. Un automóvil se queda a mitad de un crucero, provoca el caos y el sonido de la desesperación sube varios decibeles. Un camión se detiene a media cuadra a subir pasaje, tapa el único carril de flujo. De nuevo el ruido, una prueba (diaria) de paciencia para quien trabaja recorriendo calles. Supongo que el nivel de estrés con el que viven las y los conductores debe ser un problema severo.

La convivencia cotidiana con el maltrato del ser humano. La agresividad que sale por los poros, es la violencia que respiramos, escuchamos y vemos. No debe sorprender el estado de descomposición social en el que nos encontramos ni lo que pueda suceder respecto.

El auto se ve desgastado, por dentro y por fuera, reflejo del estado anímico de don Carlos, el mío y, creo, de la mayoría de un país que sobrevive cada veinticuatro horas. Al descender y despedirme, dejé un gramo de optimismo en el asiento de pasajeros, un asiento que muestra fatiga en el fondo y en la forma. La incertidumbre que nos provoca el recorrido de la vida sólo puede contenerse en el aquí y ahora. Ojalá, pronto, pueda existir el aquí, un ahora; y sobre todo, el futuro que tanto anhelamos.

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