Dulce compañía

La calle era larga y la luna brillaba como sol nocturno. Hacía frío. El cielo estaba despoblado. El viento lloraba los árboles de El Sur. Temprana madrugada. Nada que no hubiera sido. El rocío bañaba las huertas y el silencio era conforme. Escuchó, de pronto, los pasos de una sombra. ¿Quién vive?, preguntó al aire. Nadie, dijo el otro. ¿Cómo que nadie?, recriminó. “Nadie, de veras”, dijo la voz. Nadie, insistió. Debes ser alguien o algo, puesto que respondes, camarada de las horas. ¿Alguien o algo?, dijo la sombra. Boca tienes, y la escucho. Nadie, te digo. Nadie. ¿Y a qué viene el saludo? Nada más; saludo. ¿Qué eres? -nunca dejó de andar la larga calle. “Nadie, andemos. Me gustan las caminatas a estas horas”. No me gusta las compañías, prefiero la soledad. “Anda, caminemos, la noche es bellísima”. Dudó. Se quejó en silencio. Bah, dijo penas. Unos pasos después solamente escuchó sus pasos. Nadie -lo que era Nadie- exigió: “Cuéntame tu soledad”. Sintió escalofríos; le temblaba el brazo que lleva el portafolios y El Libro. Nada te debe importar, respondió. Le temblaban los dedos. “Todas las soledades son iguales; déjate de tonterías”. Nadie no dijo nada. Nadie escuchó el silencio y el ruido de los pasos. Callaba la calle. “Espera”, dijo Nadie. “¿A dónde vas?”. A casa, respondió como si fueran hechos, la calle, los árboles y las casas de El Sur. Magnolia -la calle- era un columpio. Corta bajada; larga subida. Jadeaba. “No, ya no hay casa”, avisó Nadie. “No cuando menos no aquella del chalet; ya no está tu gato Jazz. Tampoco la biblioteca. Fue un abuso, lo sé, debieron decirte que,”. Abrió los ojos, sintió miedo. Se colocó los anteojos y buscó a la sombra. Gritó: “¿En dónde estás, qué sucede? Nadie no respondió. Intentó respirar con calma el aire hiriente de enero. ¿Qué ha sucedido?, se preguntó, sin alarma. Ya ni Nadie estaba allí. Al doblar la esquina se desplomó. Nunca miró a Nadie y nadie reportó el deceso.

A la noche siguiente se acercó al que andaba la larga calle bajo la luna bella. Y escuchó: ¿Quién vive? Y él respondió: Nadie. De veras, nadie.

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