El mito de la hija oscura

Por su origen ambiguo y su carácter simbólico, los mitos poseen distintas versiones y variantes; sin embargo existen narraciones que han determinado los rasgos que distinguen a sus personajes, como es el caso del mito de Leda. Esposa del rey espartano Tindáreo, a Leda se le considera la madre de una serie de hijos: los dioscuros Cástor y Pólux, los míticos gemelos que se convertirían en estrellas; Clitemnestra, esposa del rey Agamenón y una de las figuras más importantes de La Orestíada de Esquilo, y finalmente, madre de Helena, cuyo especial nacimiento originaría una serie de interpretaciones pictóricas, poéticas y escultóricas, a lo largo de varios siglos. 

A partir de las tragedias de Eurípides, comenzó a narrarse la versión más conocida de esta historia. Adoptando la forma de un cisne, Zeus dejaría embarazada a Leda quien pondría un huevo a partir del cual, nacería Helena: una mujer cuya belleza sería motivo de discordia. Entre sus numerosas representaciones artísticas, encontramos la obra Leda y el cisne (1602) del pintor Peter Paul Rubens en la cual, se destaca el encuentro entre el dios, transfigurado en un ave de dimensiones extraordinarias, y a Leda exponiendo la delicada curvatura de sus formas. Con frecuencia, en sus diversas reinterpretaciones visuales, observaremos a Leda, desnuda, exhalando placer, compartiendo el espacio visual con el cisne y revelando la ausencia del huevo, de aquel enorme y mítico huevo.  

Llama la atención que el nombre de la protagonista del film La hija oscura (The lost daughter, 2021), opera prima de Maggie Gyllenhaal, sea precisamente ese: Leda. Inspirada en la novela homónima de Elena Ferrante, el largometraje narra la historia de una mujer en dos líneas temporales que dialogan entre sí. Por un lado, se encuentra la joven Leda, agobiada e invadida por las exigencias de ser madre de dos niñas pequeñas, mientras trata de abrirse un resquicio para sus letras y para sí misma; y por otro, a una Leda, de casi cincuenta años, en una playa griega, en un viaje de esparcimiento y descanso.

Interpretada de manera sugerente por Jessie Buckley, la joven Leda se enfrenta a la experiencia ácida y dulce de cuidar a sus hijas, exponiendo la tensión entre el afecto que siente por ellas y la demandas que exige su crianza. Don’t let it break, peel it like a snake, repiten las niñas, a coro, en una escena emblemática del film mientras ella desprende con un cuchillo la cáscara de una naranja, hasta conseguir una tira serpenteante que fascina por sus ondulantes líneas. Casi puede olerse el aroma cítrico de la fruta y sentir la tensión que Leda le dedica a cada deslizamiento de la afilada hoja, tanto para evitar cortarse como para conseguir una tira larga y serpentina. Esta escena, que se repetirá de diversos modos a lo largo del film, ya sea en la forma de un recuerdo o como un tránsito hacia el pasado, adquirirá una importancia particular, en tanto podría interpretarse como una metáfora de la maternidad: una tarea que implica una incisión, una ruptura y que igualmente, dibuja la curva de una sonrisa. Genuina, aunque no menos cansada.

Décadas más tarde, observaremos a Leda, interpretada por Olivia Colman, cuya expresiva mirada revela la empatía e inquietud que le despierta Nina (Dakota Johnson), una madre, igualmente joven, que atiende a su pequeña hija. El encuentro entre ambas, fortuito en apariencia, se convierte en un espejo, distante en el tiempo, pero cercano en la experiencia, en el que Leda se observa a sí misma, aún bajo el encanto y las demandas de un huevo que ya tiene una voz que grita y un andar que podría terminar en extravío. 

La hija oscura, bajo la dirección de Maggie Gyllenhaal, es una narrativa que adquiere una dimensión ambivalente, por instantes siniestra, puesto que en su apariencia idílica esconde una desesperación silenciosa. Como la cáscara de una naranja a punto de desprenderse, el filme posee un tono acre que genera ardor en las manos y regala asimismo el aroma de una fruta fresca. De tal forma que La hija oscura se atreve a presentar, sin prejuicios morales, la tensión entre las expectativas sociales y culturales en torno a la mujer como madre y el sentir de ésta, desde sus deseos y resistencias, hasta sus afectos y, eventualmente, también, sus renuncias. 

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