El año que el verano decidió no venir

Las Vegas es el mismo basurero solitario donde todos pasan desapercibidos. Donde nadie nota que no hay nada. Donde nadie sabe que estás completamente sola.
Querida Las Vegas, donde vivo la lluvia está sola.

El verano no existe.
No donde yo habito.
En cambio solo hay tardes llenas de lluvia y encierros fríos.
Sin café, sin chimenea.
Sin nadie que te reclame por las tardes de siesta.
Aquí no existe el mar, ni el sol, ni siquiera el cielo.
Adiós, Elio.
Adiós, Oliver.
Piérdanse en el abismo de sus páginas.
Que aquí ya no hay nada para ustedes.
No hay verano, ni amor.
No tengo 21 años. No sé qué edad tengo.
Estoy atrapada en la piel de una viuda
que recuerda a su soldado caído en la cocina
mientras limpia los trastes acompañada de Johnny Cash.
No soy una viuda.
Soy las zapatillas de Lana que miran hacia el océano en memoria de Plath.
Me gustaría escoger en dónde perderme.
Me gustaría esperar en la esquina de California con unos tacones altos
viendo a un Mustang del 67 conducir hacia mí.
«Llévame adonde quieras cariño»,
respondería, agitando mi rizada melena,
mientras la gran H nos observa y se llena de celos
por todos lo que se van.
No sé qué clase de mal chiste es el que estoy viviendo.
No te preocupes L.A.,
Las Vegas es el mismo basurero solitario donde todos pasan desapercibidos.
Donde nadie nota que no hay nada.
Donde nadie sabe que estás completamente sola.
Querida Las Vegas, donde vivo la lluvia está sola.

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