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El corazón del daño de María Negroni; o la escritura como un anfibio desbordado

¿Vienen daños de este cielo ambiguo?
Del balcón a los libros, el miedo y el encantamiento conducen a unos aposentos donde rige el pasado pero también son recién las cosas, se están haciendo ahora en blanco y negro, sobre la página.
Esa caída en la noche, díscola y turbia, es la literatura.
Lo tiré todo al naufragio.
Bebí sus aguas negras.
El corazón se me llenaba de piedras.

El corazón del daño; María Negroni

El libro-objeto es una criatura que se deglute, que hay que masticar con cautela. En este caso, es la madre quien tiene que dar el bocado. La exploración devino menú de degustación. El acercamiento al núcleo materno-principal no tiene un principio ni un final, pero sí límites que se difuminan, circularidad. La relación madre-hija-tupadre-hermana-yomisma que no omite particularidades. Lo anterior, acaso pretexto para avocarse por completo en esa relación con la madre, la huida emprendida de la casa [de la madre], las conversaciones [con la madre] nebulosas y entrecortadas conducidas, desde antes, al vacío y el desencanto. El miedo a la contestación. El miedo al silencio. Asirse con el miedo, con el ego, las memorias y la ambigüedad de los pensamientos revulsivos del pasado. La convención de un significado desde un silencio que ensordece.

La sofisticación de la escritura en su poética como un terreno fértil. Un pasillo repleto de posibilidades. La palabra. La escritura no consuela, no compensa nada, apenas cuesta cada vez más. Una pequeña caja-archivo donde se recopilan todos los testimonios propios para –intentar–hacer justicia y atrapar eso que puede ser la identidad. ¿Es necesario escribir estas cosas? La duda perpetua. La persistencia del miedo. Por qué insisto en contarme historias, por qué pretendo algo imposible. Hace falta tanto por aprender todavía.

Pero antes de este dibujo curioso y reflexivo, aventar la advertencia como quien se libra de culpas. Es decir, anticipar al lector sobre el posible advenimiento. Anunciar que a lo lejos se mirará la hecatombe, donde probablemente nada sea suficiente. Será ahí donde la complejidad, aunque absoluta e indudable, no se percibe indisoluble porque tiene fracturas. La vida misma quebrándose a pasos agigantados por consecuencia de nuestros actos. Y de los actos de los otros – a quienes no podemos culpar. Todo puede, sin embargo, desmembrarse, pasarse las páginas, recoger las piezas para intentar unirlas. Y tropezar en ese andar. Fracasar como mandato divino de la maternidad o como parte de un consenso natural del destino. Bienvenidos a la salvación y perdición simultánea del poema, de este libro inclasificable.

La escritura como un réquiem. Destronar: poética = obra =/= poética negra. Hecho consumado. O eso creemos en primera instancia. Se percibe como como una metamorfosis. Porque aquí se va de la redondez al ajuste. Sólo entonces, dice María Negroni, será un libro. Desde la economía (poética) del lenguaje se vislumbra un juego que tiene como principio-final no una firmeza del encuentro y la proporción adecuada sino la duda perpetua. Será entonces momento de construirse un camino para desinhibirse, separarse levemente para columbrar ese pequeño halo de luz que aun en la oscuridad puede encontrarse. La desgracia se pone el disfraz de la esperanza.

Tardé en saber, en cambio, que escribir es penoso, que no es un tema ligero o que se sostenga con firmeza sólo por decirlo con seguridad. Entonces se presenta ambiguo, hay que gestarlo después, hurgar hasta dar con la carta infectada que, expuesta a la vista de todos, se oculta en él, hay que asirse al estímulo primario, a los años de inicio, a la infancia misma que es, a fin de cuentas, toda la vida misma. Como un sacrificio antiguo traído al presente vivo de la historia propia. Sin reproches. O casi. Es una falsedad. Un escenario, lo que se dice, escalofriante. Conservar cadáveres: conservar la escritura. La única verdad no es la realidad. Escribir para no morir.

Observar que la obediencia no es una virtud, aunque siempre nos haya hubo sido dada como si lo fuera No comprendemos sino después, quizás tarde y tras la huida con el corazón lleno de piedras. Sólo más tarde, no saber quién eres. Y comenzar de cero. No, empezar, más bien, con eso dado anteriormente: la pedacería, la duda, el duelo, el movimiento, el dolor. Un juego de facciones inconclusas e incongruentes, que más tarde han de otorgar algo parecido a la reconciliación. O será sólo la calma del silencio que se le parece.

En el rompimiento del cascarón inefable, el corazón es estos pormenores. Descubrir el fantasma que persigue los pasos que se dieron con el alma revolucionaria y desobediente, justo en el germen de las contestaciones turbias y la rebeldía que era capaz de dar la vida por una causa común, empero, nunca es tarde para intentar comprender que, aunque las cosas no mejoren (y sepamos de buenas a primeras que nunca van a mejorar), casi siempre vale la pena intentarlo. La creación, pareciera, no es un destino envidiable. Y sin embargo lo es (o no, pero funciona) para la gente sin suerte, las personas sin respiro y en ahogo, quienes piensan la relación estrecha entre el amor y el odio y no se deslumbran con la facilidad de los gestos, para quienes eluden el caos, pero desearían, en realidad, sujetarse. No hay como salvarse de este estruendo de la realidad misma y los embates roídos de esta calle privada. La salvación será un golpe de astucia. Sólo entonces, el poema encontrará su unión con el vacío. Habrá que vivir para averiguar quiénes somos. Quizá descubrir, finalmente, que la muerte es la casa de estos corazones del daño. Este libro es la prueba.

El corazón del daño, María Negroni, Literatura Random House, Ciudad de México, 2022, pp. 144

Por Demian García

Lector permanente. Devoto de la poesía y el fútbol. Escribo, hablo y habito en Revista Purgante, Interferencia IMER y Diario 24 Horas.

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