A propósito de la publicación del tercer cuaderno de Andar y ver (Taurus, 2023), que abarca el período de 2011 a 2023, hablé con el ensayista y articulista Jesús Silva Herzog-Márquez sobre el asombro como género literario, el tono y el estilo, la curiosidad como motor creativo y la erudición revestida de remembranza.
Andar y ver como concepto de unidad es un guiño a Ortega y Gasset, ¿no?
El título, en efecto, hace referencia a una columna que tenía el filósofo español, que era básicamente una libreta de apuntes viajeros. Pero, más allá de eso, es una expresión común del paseante. Ese es, creo yo, el sentido de esta recopilación, en donde hay aproximaciones a distintas materiales: literatura, pintura, arquitectura. Es un itinerario de descubrimientos.
En este tercer cuaderno hablas fundamentalmente de dos cosas: hacer más ancho y más habitable el mundo.
La idea es hacer recomendaciones para depositar la vista en ciertas cosas que a mí me parecen disfrutables. Acercarse a creadores que nos dan pistas para entender lo que sucede. En estas piezas de la creatividad humana uno puede encontrarse en casa, sentirse en un lugar más allá de la política, del tiempo, del presente. Y todo eso nos conecta con otras experiencias, con otras sensibilidades.
Eres un devoto entusiasta del asombro como género literario.
Esa es la experiencia esencial: sentirse sobrecogido por algo que llega inesperadamente. Hay un reconocimiento de lo que esa experiencia significa para mantenerse vivos y estar alerta.
A lo largo de tu trabajo como columnista has demostrado que no le eres indiferente a ninguna expresión artística. ¿Qué tanto es curiosidad y qué tanto es sensibilidad?
No los vería yo como impulsos opuestos. La curiosidad es la fuente de cada una de estas piezas. El querer entender, el querer ampliar el conocimiento de las cosas, del mundo. Y eso se hace dando lugar, diría yo, a dos formas de expresar esa curiosidad: la razón y la sensibilidad. Por una parte hay un estímulo de la idea, del pensamiento. Por otro, el reconocimiento de esta fibra que toca que va más allá de lo lógico.
Camus hablaba del tono como el santo grial del columnismo.
Es fundamental cómo se dice lo que se está comunicando, en qué clave se está haciendo. El gran comunicador sabe encontrar esas modulaciones: puede haber un tono terriblemente venenoso, en otro puede ser muy cordial. Puede haber un tono que implique una provocación y genere una reacción inmediata. Hay que ser conscientes de que ahí está el secreto de la expresión.
¿El estilo marca el tono o es más bien el estilo es una consecuencia del tono?
El estilo encuentra el tono. Yo diría que en la tradición que yo admiro de los grandes ensayistas, se busca esta combinación de la idea con el estilo, del argumento con la forma. Algo que creo que es muy necesario defender en este momento, ahora que nos estamos debatiendo entre la sequedad de los académicos, el lugar común de la prensa, las trampas del lenguaje comercial. Ahí el estilo es crucial. El escritor debe estar en guardia y en guerra contra el cliché.
Defiendes la idea de la erudición no como un alarde, sino como una remembranza.
La gente que admiro es aquella que ha incorporado su cultura enciclopédica a su respiración, a la manera de acercarse al mundo y que, a partir de eso, abandona la pretensión casi profesoral de dictarnos cátedra. Eso es algo que podemos ver en los apuntes finales de Steiner, un hombre de una cultura extraordinaria que tuvo una época un poco densa, pero que al final de su vida tuvo esa capacidad de decantar sus lecturas hacia una expresión más personal e íntima.
¿Que sí y que no es columnismo?
Yo veo al columnismo más vinculado al periodismo político, a la reacción inmediata. No lo asociaría tanto al periodismo cultural. Creo que el periodismo cultural tiene otro rango, otro pulso. No tiene o no debería tener ese aire chismoso y el carácter estrictamente desechable del periodismo político.
¿Sigue existiendo cierta resistencia en algunos articulistas a la hora de abordar los fenómenos culturales contemporáneos?
Yo tiendo a pensar que esa frontera se ha roto bastante. Esa es, precisamente, una de las grandes contribuciones de Carlos Monsiváis: el cronista de la vida cotidiana, crítico literario y observador de las expresiones de cultura popular. A mí lo que me parece un poco absurdo es pensar que hay aduanas. Lo que impulsa buena parte de estos textos es la perplejidad de sentirse, de pronto, involuntariamente atrapado por algo. Escudriñar las razones por las cuales uno está poniéndole play infinitamente a una canción de Rosalía me parece muy estimulante.