Mariposas de mal augurio
entran de nuevo en mi habitación,
con la herencia de alas rotas
viajan dignas de la herencia de Ícaro;
escapan de la prisión
que imponen las ventanas
y huyo con ellas,
siendo apenas la sombra
de un ser alado,
me dispongo a escapar
de la invernal tradición de voltear a ver
mis pies;
me voy con sus males,
dejándome caer en picada a la presa,
por sentir el viento contra el rostro
y encaminarme al sol.