El ruido y silencio de la pureza

Uno tiene la sensación de estar constantemente, e inconscientemente, buscando esa pureza. Como si las ciudades tuvieran la facultad de irnos marcando el camino.

“Lo contrario de la pureza es la gloria. La gloria puede alcanzarse por la belleza o por la fuerza. Yo elijo la pureza”.

La pureza es el valor de la hermosura. Un estado en el que todo parece pulcro. Lleno de motivos para ser admirado. En este caso, La pureza (Ediciones Menguantes, 2021) es un libro que habla sobre la dimensión más humana del viaje. En él, la poeta y escritora Ruth Miguel Franco (León, 1979) nos traslada, a través de una mirada histórica, cultural y sentimental, a un invierno en la ciudad de Innsbruk, una localidad austriaca donde la pureza parece presentarse en forma de cuestiones identitarias: “El viaje es la aniquilación de la costumbre y la inauguración de un estupor que debe volvernos pequeños, callados y blancos”.

La autora nos muestra el recorrido por ese nuevo hogar, donde busca su papel dentro de una ciudad conocida por su arquitectura imperial: “En las ciudades que han sido gloriosas todo lo tiñe el pasado, y el lamento por el pasado toma formas puntiagudas y brillantes”. Pero lo hace “alejándose de la mística del viaje como transformación”. Del desplazamiento no le importa tanto el cambio, sino el recorrido en sí, la propia experiencia: “No quiero cambiar, no quiero haber cambiado. Vine aquí para deshacerlo, para recorrer el camino hacia atrás. Hay quien lo llama pureza, no es tan absurdo. Si la piedra de Sísifo comenzase a rodar hacia atrás y subiese sola la montaña, él sin duda echaría a correr y la perseguiría gritando”.

Para Ruth, gran parte de su estancia en Innsbruk, a la que se aproxima contando sus datos históricos y culturales, consiste en residir. Simplemente. Sin adjetivos o adornos. Como la pureza del día a día: “Pasar meses en una ciudad es moverse y quedarse, es estar parado y estar yendo. Visto desde arriba, mi viaje sería un plano arrugado en el que pequeñas huellas oscuras se suman y, poco a poco, trazan una parte del espacio y dejan vacías otras partes”. Y moviéndose acaba descubriendo que el viaje no es más que un refuerzo de lo que somos y proyectamos, “que pone en práctica lo sabido y que es como un apoyarse en la memoria del cuerpo”.

Sin embargo, en esa trayectoria es inevitable preguntarse qué es el concepto de “casa”, algo que tiene un valor mucho más complejo del que pensamos normalmente y sobre el que también se suele reflexionar más en los viajes: “Casa: el que viaja huye de una y la busca en todo. Hay quien llama casa a un plato con sabores familiares o a un té caliente, o a una misión o a la belleza encontrada. Los que buscamos la pureza, en cambio, guardamos silencio y apretamos los dientes”.

Después de leer este trabajo, uno tiene la sensación de estar constantemente, e inconscientemente, buscando esa pureza. Como si las ciudades tuvieran la facultad de irnos marcando el camino. Como si las rodeara una especie de halo que acaba configurando nuestra manera de entender el exterior y el interior. “Prefiero imaginar que puede haber voz sin palabra, grito o armonía sin desesperación, sin querencia de contar. Todo tiene que ver con la pureza”.

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