Socio: cómplice: infrarrealista hermanito nuestro

El resultado, como puede verse, dista mucho de ser una reseña (aunque, en parte lo es) y, francamente, no me detendré a definirlo. Es un texto infra y eso basta.

  1. La camada

Una a uno las muchachas y los muchachos se fueron muriendo, y sus nombres dejaron de ser pronunciados, y sus libros fueron embalados por sus familias o por sus caseros, y las cajas de cartón mal atadas y llenas de todo aquello a lo que consagraron sus vidas fueron dejadas en la esquina como basura, y sus gatos y sus perros fueron echados a la calle, al desamparo, al horror, y sus plantas se marchitaron y su ropa fue repartida entre los suyos bajo los puentes, en las cloacas, en los callejones sin salida de la vida. Muchachas y muchachos tristes, ignorados, silenciados por la institución, por sus padres, por sus contemporáneos. Nadie les quería. Nadie les publicaba. Nadie les admitía. Sarnosos, apestados, léperos, leprosos y prosaicos, nómadas poetas aullando en frecuencias infra.

2. Pan y poesía

Me puse a buscar a un par de carnales que son poetas. No recuerdo cómo me enteré que eran oriundos de mi ciudad ni que, a su regreso del largo exilio en la ciudad de México, habían establecido una panadería en algún lugar de Morelia (posiblemente lo supe por alguna nota de un periódico local). Durante semanas visité panaderías y pregunté a los locatarios si algo sabían del par de hermanos poetas. Ni rastro de nada. Comencé a estar lleno de pan y de frustración. Me dije: “estás buscando gente que a lo mejor no quiere ser encontrada”.

Una noche estuve leyendo poesía infra en el comedor hasta que me quedé dormido recargado en la mesa. Vi o escuché en duermevela a alguien: “Estoy muerto”, dijo la imagen o la voz, “fui devorado por los zopilotes. Mi nombre: Ramón Méndez”. Le pregunté algo y comenzó a recitar unos versos que yo había leído antes de quedarme dormido: “Por este camino voy perdido, por este silencio, transcurso de lengua atada, de manos atadas, de brazos impotentes. La ciudad, mis miserias, nuestras inconsecuencias”. Me puse a sollozar. “Busca a mi cuate Rubén”; dijo Ramón, “él, que es a todo dar y que sigue vivo, te explicará lo que andas queriendo entender. Y ya no busques mi panadería. La ciudad se la comió, junto con todo lo demás”.

3. Entrevista con un infra

Juan Urueta: ¿Qué puede decirme, así a bote pronto, sobre el movimiento del que usted forma parte y al que ahora le ha preparado esta antología, en colaboración con Editorial Matadero y con la Universidad Autónoma de Nuevo León?

Rubén Medina: El infrarrealismo es vigente. Eso es lo primero. Hasta donde supe la última vez que eché un vistazo el desierto sigue allí, la ciudad sigue allí; sigue allí la juventud y la deriva; las y los poetas siguen naciendo y haciendo el amor apenas se les presenta la oportunidad. La consigna sigue allí. Vive.

JU: ¿Cómo explicaría usted la consigna del infrarrealismo?

RM: Es una consigna primordialmente ética: no hacer del arte un mero oficio, una profesión como cualquiera (una forma de movilidad social, de adquirir privilegios, trepar a la luna, y desentenderse en el nivel de la representación del mundo material y social), ni buscar la respetabilidad que puede venir con la escritura o el arte; pero sobre todo no buscar la pertenencia a un gremio que se considera superior, exclusivo.

JU: ¿Y qué pasa cuando un infrarrealista — que es, por ética, un sujeto limítrofe— tiene un reconocimiento o un éxito ya sea en la institución literaria o en el mercado?

RM: La respuesta está en las opciones que el escritor asume como miembro del infrarrealismo y en lo que individualmente produce desde su diáspora y desde su, digamos, itinerante marginalidad. Todo está claro si está clara la ética del infrarrealismo, esto es: escribir y existir fuera del poder literario, pero acechando siempre.

JU: Mario Santiago no publicó ningún libro sino hasta el 95, ¿cierto?

RM: Y había un plan allí. Todas y todos tenemos claro el plan. Lo importante era y sigue siendo unir poesía y vida. Nuestro asalto al cielito de las revistas literarias en 1976, por ejemplo, fue esporádico y estratégico. Somos unos guerrilleros. Poesía infra inflitrada en los pulcros pasillos de las oficinas editoriales madrileñas, catalanas, gringas, tenochas. Poesía saboteur, poesía de La Resistance.

JU: Un movimiento de ruptura significa justamente eso: estar rompiéndose la madre, en Kiev, en Alepo, en Tapachula. Una lucha sin límite de tiempo.

RM: Y no es sólo luchar en contra de una tradición envolvente, autocomplaciente y hasta antropofágica. El infrarrealismo es una opción permanente para los huérfanos que la cultura oficial no sólo maltrata, sino que desprecia y aniquila. Un infra es una herida en la muela para los caudillitos laureados del Estado y también para toda la gente que está empeñada en escalar por los peldaños de la pirámide literaria. Atención a esto: el éxito editorial de Roberto no cambia su ética infrarrealista. Yo doy clases en una universidad. Así podríamos irnos miembro por miembro. Proponemos lanzarse a los caminos.

JU: Finalmente, deseo que me hable un poco sobre el poeta infrarrealista.

RM: Un naco, un sudaca, un chicano, un cholo. Un indio loco y tímido, dice nuestro Manifiesto. Está entre nosotros, es un develador de la heroicidad cotidiana. Y aún algo más: el poeta puede identificar a esos héroes por estar metido allí en las trabas humanas, en las catástrofes, manifestaciones, dilemas y cerca de los tiroteos. No importa si la experiencia es auténtica o verdadera. Importa que el poeta asuma que esa experiencia individual forma parte de la materia prima del arte.

JU: Le agradezco mucho este tiempo, Rubén.

RM: Un gusto, pero todavía no te vayas. Yo te voy a preguntar algo ahora.

JU: A ver…

RM: ¿Vas a publicar esta plática?

JU: En calidad de infrarrealista.

RM: Arrieros somos, ¿Qué no? Salucita.

JU: ¡Eso!

RM: Salúdame mucho a Ramón ahora que vuelvas a soñarlo.

4. Reviéntenlo todo, over and over again

Del infrarrealismo se podrá decir lo que se ocupe decir, según se esté de un lado o del otro o de, supuestamente, ningún lado (la crítica se ufana de estar en este privilegiado lugar. ¡Les estoy hablando a ustedes, Volpis y Domínguez-Michaels de pacotilla!). El asunto se resuelve con algo que, con otras palabras, Roberto le dijo a Raquel Olea, una crítica literaria, en una entrevista en el programa radiofónico de Pedro Lemebel.

Exasperado ante la actitud (sobradamente pedante) de Olea, Bolaño soltó una granada de fragmentación en el reducido estudio de radio: “¡Pero, ¿cómo vas tú a pensar la literatura si tú no haces literatura?!”, exclamó iracundo. De fondo, en sordina, se escuchó la traviesa risa de Pedro disfrutando la carnicería. Al final de la discusión, una herida e impotente —y por ello aún más arrogante— Raquel declaró: “Si la crítica no habla de ti, tú no existes”.

Menuda afirmación de cara a las cosas que Rubén me dijo en nuestra charla, ¿no? Hablando de pirámides, hablando de gremios autocomplacientes, hablando de caudillitos institucionales, hablando de reducir la poesía a un oficio de siete de la mañana a cinco de la tarde.

¡Pero, ¿cómo vas tú a pensar el infrarrealismo si tú no haces infrarrealismo?!

Me echo encima de la explosiva pregunta que me espeta el infra Bolaño (aunque a Carolina López no le guste que lo llamen así). Me despido de los respetables, de los alineados, de los correctos, de los elegidos, de los competentes, de los preparados, de lo estudiados, de los coloreados. Me despido de la inflamada alucinación llamada Yo, del día de ayer y de mañana.  Que la explosión me reviente y que haga volar mis vísceras por todo el departamento.

5. Callejón eterno sin fin

La memoria recoge sin saberlo en su espacio
lo que más tarde será algo inextinguible
y más tarde aún
un dejo de tristeza para siempre en el cuerpo
— Claudia Kerik

Daphne estaba sentada en el asiento del copiloto, apocada, nerviosa, mirando la mano de Ildefonso acariciando la suya, iluminadas por la luz pálida del foco de la fachada de la casa paterna que, a esa hora de la madrugada, no lograba contener tanta oscuridad y aún menos tanta melancolía. Como tantas veces en su pasado, estaban a punto de separarse para siempre. El avión que la llevaría de vuelta a Sonora salía en un par de horas.

           — Entre esta caricia y la nada —dijo Ildefonso con un hilo de voz—, siempre elegiré esta caricia.

           — ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué estamos haciendo? Todo esto, ¿para qué? —se lamentó Daphne.

           — Resistimos —respondió Ildefonso, seguro de su palabra.

           — Soportamos la vergüenza de no poder ser libres —dijo ella.

Durante un rato ninguno dijo nada. Daphne miraba por la ventanilla. Ildefonso seguía acariciando su mano y mirando su cabello, su cuello, su perfecta tristeza. De momentos, ella respondía a la caricia, pasando su dedo pulgar por el dorso de la mano de su amado.

           — ¿Qué estamos haciendo? —insistió Daphne.

           — Hoy estoy amándote en un callejón eterno sin fin.

           — Ya tengo que entrar a casa.

           — Entiendo.

Daphne abrió la puerta del auto. Estaba a punto de romper en llanto.

           — ¿Qué va a pasar con nosotros? —preguntó.

           — Nunca se sabe —respondió Ildefonso mientras buscaba algo debajo de su asiento —. Toma. Tengo algo para ti.

           Ildefonso estiró la mano y ofreció a Daphne un libro.

           — Una poeta —dijo él.

           Dahpne regresó al auto y recibió con ternura el pequeño objeto.

           — Te quiero mucho —dijo, porque el “Te amo” se le quedó atascado en la garganta.

Abrazó a Ildefonso lo más que pudo, como queriendo meterse en él para siempre, después suspiró y con la voz quebrada declaró “Ya”. Entonces se apartó abruptamente. Bajó del auto buscando las llaves en su bolso. Abrió la puerta de casa y entró silenciosa como un gato. Él la vio hundirse inadvertida en la oscuridad del pasillo.

No vio la puerta cerrarse; en cambio, imaginaba a Daphne siendo devorada por la luz amarilla de un ocaso sonorense, y luego la vio sumergiéndose entre las olas calmas de la playa de bahía de Kino, y luego arrostrando el olvido.

Daphne: el poema que ella siempre quiso ser.

6. La jauría

Mi primer acercamiento al infrarrealismo fue motivado por una curiosidad que tiraba a morbo. El responsable: Roberto. ¿Quienes chingados eran estos muchachos descarriados, incendiarios, contestatarios, brabucones, bronqueros, patasdeperro que nunca dormían o que nunca se sabe cuándo dormían, que se engarzaban con princesitas de la Condesa y con putas descarriadas y niquilistas de la Balbuena, que tomaban café con leche en el Sanborns, que vendían marihuana en fiestas de fin de semana de pequeños burgueses e intelectuales capitalinos, que robaban libros a la más mínima oportunidad, que invitaban a Monsi y a Paz a tomar malteadas en Parque Hundido y que un día, de buenas a primeras, se metieron de bruces en una diáspora a la Rimbaud o a la Urquiza? Poetas rabiosos cogiendo con una muchacha en la parte trasera de un Chevrolet Impala a la orilla de una carretera federal en Sonora.

Después de Los detectives salvajes vino el escarceo y después una clase de búsqueda a la Belano/Lima que me tomó tres años. La novela de Roberto pasó de ser una revolución/revelación a ser el capítulo de otra historia mayor: un grupo de jóvenes artistas me estaban proponiendo dejarlo todo, diariamente, nuevamente. La búsqueda no había hecho otra cosa que comenzar. Los nombres fueron presentándose poco a poco, de boca en boca. Mario Santiago dijo:

Mariana Larrosa aparece / ya lo dije: lo digo: está dicho /
con este movimiento este sudor este gesto
que tiembla se emociona sonríe / cada que sé que la veo

Y Mara dijo:

Las uñas de José Peguero suavizan mi vista de araña / las noches brillantes en que un muchacho compra en el almacén un vaso, para que al llegar, yo beba su íntimo universo

Y José dijo:

Todo está lleno de cigarros chupados y rechupados
El mismo café calentado 4/5 veces tiene colillas
Edgar rompe el papel en forma de bisteces con ayuda de unas tijeras
Estamos así prendiendo & apagando la luz
De la abundancia cualquiera que se entera se ríe
En la estufita vive un ratón
Cucarachas enormes invaden la cocina
No hay nada qué defender

Y Edgar dijo:

Mario siempre fue mi maestro
Ramón, un compañero
Pedro, un hermano
Jesús Luis, un mito viviente
Roberto, una estatua griega
José, mi mejor amigo
Rubén, el aplicado de la clase
Juan, un dios de la belleza
Pita, siempre alegre
Óscar, un terco valiente
Mara, un shock en la vida
Piel Divina, el más bello
Geles, la vida en éxtasis
Kyra, la poeta snob
Tulio, aire fresco
Zanabria, una obra de arte
Rebeca, la que viene y va
Antonieta, la que quiere y no quiere
Elmer, el mejor
Y yo,
un imbécil.

Una a uno las muchachas y los muchachos fueron emergiendo desde la memoria común, y sus voces se hicieron presentes en la encrucijada entre la vida cotidiana y el arte (y en el departamento de un inesperado socio: cómplice: infrarrealista hermanito suyo). Y, de pronto, Victor Monjarás gritó:

El olvido se posará en el hombro de lo que ya sucedió.

Los otros, como lo hiciste tú, inventarán su ser en su propia negligencia.

Sólo el tiempo irá abriendo con su fino escalpelo los auténticos sentidos.

Muchachas y muchachos enamorados, hilvanados en la poesía y en la juventud, heroicamente develados por el poeta, que es el amigo, que es el amante. Entre ellos se querían. No necesitaban que los mafiosos de la literatura mexicana los publicaran ni que los admitiera la lucrativa institución cultural. Parricidas, salvajes, combativos, desmadrosos y valientes, inagotablemente valientes, perros habitados por las voces del desierto.

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Notas del autor

El capítulo La camanda (el primero en escribir) comenzó como una reflexión extraviada y más bien sombría sobre los infrarrealistas. Por esos días estaba leyendo poesía infra como un demente. El texto había crecido por su cuenta en silencio durante no sé cuánto tiempo. Entendí que un aforismo o un párrafo no iban a ser suficientes. El escenario se ajustó, el panorama se aclaró. Yo ya traía planes de escribir una reseña de la antología Perros habitados por las voces del desierto. Poesía infrarrealista entre dos siglos, elaborada por Rubén Medina y coeditada por Matadero y la Universidad Autónoma de Nuevo León, pero todo se desbordó. El resultado, como puede verse, dista mucho de ser una reseña (aunque, en parte lo es) y, francamente, no me detendré a definirlo. Es un texto infra y eso basta.

El sueño que tuve con Ramón Méndez fue auténtico y auténticos fueron todos los panes que me zampé por esos días. A la fecha no sé nada de la panadería de los hermanos Méndez.

La entrevista con Rubén Medina es algo que construí mientras leía la introducción de la antología. Las palabras de Rubén entrecruzaban los comentarios y explicaciones que él hacía allí con una forma de ficción que se desarrollaba en mi cabeza. Si quieren saber qué dijo él y qué dije yo, lean la introducción y las notas del libro.

El relato Callejón eterno sin fin es no sólo un texto que tenía pendiente por realizar (de cara a la memoria y a una amargura muy específica) sino una respuesta personal al tema que aborda el capítulo Reviéntenlo todo, over and over again, que es, a su vez, una interpretación más o menos libre, más o menos respetuosa, de la ética y de la actitud infrarrealista frente a una realidad concreta. Con Callejón eterno sin fin me puse a prueba a mi mismo. ¡Pinche Roberto! Si quieren escuchar el tiro completo que se echaron él y Raquel, el audio está incluido en el documental La batalla futura.

Los fragmentos de los poemas del capítulo La jauría fueron tomados de la antología antes mencionada. Si la encuentran por ahí, cómprenla o róbensela.

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