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El tríptico del apartamento: el terror psicológico de Roman Polanski

Casi al final del documental Roman Polanski: A Film Memoir (2011) de Laurent Bouzereau, el controvertido cineasta polaco/francés afirma que si una de sus películas merecería ser presentada en su tumba, esa tendría que ser El pianista (2002), filme favorito de su extensa filmografía. También cuenta que su felicidad máxima es llegar al set y filmar, mientras reflexiona sobre una vida repleta de altibajos, una existencia tan cruel como robusta de experiencias artísticas. Se trata de un Polanski sincerándose ante la llegada inminente de la vejez, un hombre con una intensa nostalgia que ha llegado a decir: “cuando me siento feliz noto una sensación horrible”.

Siempre ante la adversidad, Polanski ha convertido vivencias siniestras en obras valiosas. Desde su turbulenta infancia de hambre y soledad durante la Segunda Guerra Mundial, hasta el lamentable asesinato de su esposa Sharon Tate y la acusación de abuso sobre la entonces menor de edad Samantha Geimer, el director ha transformado en catarsis fílmica la fatalidad. Desde los primeros cortometrajes, Polanski ha revelado sus obsesiones y miedos en las movedizas tramas de sus películas, siendo El tríptico del apartamento uno de los más inquietantes. 

Repulsión (1965), El bebé de Rosemary (1968) y El inquilino (1976) son una triada que profundiza en el estudio del ser humano contra sí mismo: la traición de la psique. Por medio de tres películas independientes en trama, ambientadas en grandes urbes (Londres, Nueva York y París), Roman Polanski escudriña también los resultados de la perversión del hogar, la mirada punzante de una sociedad opresiva y los estragos de la atmósfera paranoica, donde nadie está seguro. El sexo y la muerte se convierten también en elementos que detonarán la acción, rumbo a los apoteósicos desenlaces que se han vuelto objeto de culto. Porque Polanski es un cineasta de culto, un artista que ha conseguido como ningún otro retratar las pesadillas provocadas por el terror psicológico.

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Un guion original de Gérard Brach y Roman Polanski se convirtió en Repulsión, la historia de Carol Ledoux (Catherine Deneuve), la hermosa joven que vive en un pequeño apartamento en Londres junto a su hermana Helen (Yvonne Furneaux). Carol trabaja en un centro de belleza como manicurista y es cortejada por Colin (John Fraser), un apuesto hombre que ella rechaza. La rutina cotidiana de la protagonista se ve amenazada ante la presencia del Michael (Ian Hendry), el amante casado de su hermana; Carol es atormentada por la presencia de los objetos personales del tipo, sábanas arrugadas y sonidos sexuales que rebotan en su pared. Cuando la pareja decida viajar unos días fuera de la ciudad, Carol descenderá a la locura debido a una serie de acontecimientos aderezados con su profunda soledad y aversión al contacto físico. Alucinando y matando. Los demonios internos de la psique humana resultan más atemorizantes que cualquier monstruo o ser del más allá.

Polanski venía de filmar su ópera prima, El cuchillo en el agua (1962), cuando ideó junto a Brach una pequeña historia de terror psicológico que le permitiera financiar un proyecto más ambicioso, la turbadora Callejón sin salida (1966). Repulsión costó solamente 300, 000 dólares y se terminó convirtiendo en uno de los trabajos más celebrados del director, comenzando con ese espeluznante arranque con un zoom back desde el ojo de Catherine Deneuve. Una cámara al hombro y ángulos inesperados van llevando al espectador al centro de la demencia; una fotografía da información sobre el trastorno de Carol: la niña de mirada perdida observa hacia otro lado, distante. 

El frágil mundo de la joven se resquebraja en la medida que elementos extraños van invadiendo su mundo. Se trata de una atmósfera opresiva donde los personajes deambulan encerrados en apretados encuadres; afuera hay monjas que se pasean y al interior del apartamento los reflejos se deforman, mostrando la debilidad mental de la protagonista, anticipando su quiebre psicológico. Las grietas en las paredes aparecen y el conejo que cenaría se pudre. La verdadera pesadilla comienza cuando Carol se queda sola en un espacio lleno de rincones oscuros desde donde acecha el horror.

La paranoia se vuelve tangible para Carol cuando es violentada sexualmente en repetidas ocasiones; Roman Polanski suprime el sonido de gritos por un incisivo tic tac que taladra los oídos. Teléfono y timbre se convierten en siniestros recordatorios del mundo exterior, el mismo que amenaza con irrumpir en la realidad alterada de la joven. La liberación de Carol a la demencia se dará con la muerte del gentil Colin y más tarde, con el asesinato del casero (Patrick Wymark), que también intenta aprovecharse de ella. Hay un tétrico pasillo que se convierte en un auténtico portal al infierno, con manos que salen de las paredes y una oscuridad que todo lo devora.

Repulsión (Roman Polanski, 1965).

Una vez pervertido el hogar y la mente hasta la médula, Helen y Michael llegan al apartamento para encontrarse con la barbarie, el desastre ocasionado por los demonios que atormentan a Carol, quien se esconde debajo la cama y permanece pasmada. La hermosa secuencia final da un paseo por una serie de objetos que siguen dando información sobre el turbulento pasado de Carol, además de exhibir flores secas y el desorden que deja el paso del tiempo. Un zoom in sobre los ojos de la pequeña Carol en la fotografía familiar pone fin de forma cíclica a la historia, con la intranquilidad de la conciencia que destruye todo. La traición de la mente. El horror del ser humano derrotado por sí mismo. 

Recuerda Polanski: “Cuando se trabaja regularmente con el mismo guionista, como yo he hecho con Gérard Brach, todo es mucho más sencillo. Gérard y yo empezamos prácticamente juntos. Evidentemente, yo tenía la experiencia de una escuela de cine, de muchos cortometrajes y un largo, y por lo tanto sabía cómo habérmelas con un guionista principiante, pero al cabo de una o dos películas estábamos al mismo nivel. Trabajábamos de manera estrafalaria. Hablábamos, bebíamos un poco, nos poníamos a trabajar, él escribía algunas páginas, me las leía, yo escuchaba, interpretaba un poco a los personajes, volvíamos a trabajar, a veces el reescribía el texto diez o veinte veces. Éste era nuestro método; ¡no teníamos método!”.

Repulsión fue la primera película rodada en inglés para el director, quien contó con el cinefotógrafo británico Gilbert Taylor, culpable de los versátiles planos secuencia y el casi expresionista blanco y negro, desde donde acechan el horror y la locura. Con un estrenó en el Festival de Cannes de 1965, llegó a salas del Reino Unido el 11 de junio y a los Estados Unidos el 3 de octubre del mismo año, ganando el Oso de Plata y el premio FIPRESCI en el Festival Internacional de Cine de Berlín, además de conseguir nominaciones en los BAFTA como mejor fotografía y en el Círculo de Críticos de Nueva York para mejor director y actriz.

Porque la actuación de la hermosa Catherine Deneuve, entonces con 22 años de edad, es un elemento clave en el triunfo de Repulsión. La inocente mirada de la actriz francesa se va deteriorando hasta el espeluznante clímax lleno de violencia, con la catártica liberación de la locura. Deneuve resulta efectiva interpretando a una mujer atormentada por un pasado sórdido, emergiendo de su interior un terror que no proviene de elementos exteriores sino de ella misma, siendo puntual histriónicamente en su viaje paranoico. Aunque la parisina ya había rodado con Jacques Demy Los paraguas de Cherburgo (1964) un año antes, es en Repulsión donde Deneuve se vuelve actriz de culto, una leyenda que seguiría en las inolvidables Belle de jour (1967) de Luis Buñuel e Indochina (1992) (nominación al Oscar incluida) de Régis Wargnier, por mencionar dos ejemplos de una prolífica carrera artística.

Si bien estamos ante un turbador terror psicológico, Repulsión también coquetea de cerca con el género erótico: Carol es asediada todo el tiempo por miradas incisivas, creando una tensión in crescendo que explota con la tortura de escuchar a su hermana tener sexo con su amante y llega a lo máximo en las alucinaciones sexuales, llenas de violencia. Un dato interesante es que este, el segundo filme de Polanski, se convirtió en la primera película de la historia en la que puede escucharse el orgasmo real de una mujer, siendo aprobada en aquellos años por la British Board of Film Censors

La música de Chico Hamilton refleja la decadencia del estado mental de Carol, que al principio es tranquilo para irse degradando hasta la vorágine de muerte y caos, al tiempo que el montaje de Alastair McIntyre hilvana los rápidos movimientos de la cámara y los ángulos inquietantes, provocando incomodidad en los poco más de 105 minutos de metraje. Repulsión sería el primer capítulo de El tríptico del apartamento de Roman Polanski, un vórtice de sexo, muerte y locura, donde la protagonista sufre la corrupción de su propio universo, ante una sociedad opresiva que no la entiende y al final, pierde la batalla contra ella misma, con un triste tufo desesperanzador.

En algún momento de Repulsión, Carol tararea una siniestra canción de cuna que no puede dejar de sentirse como una conexión inaudita con el siguiente episodio de la triada. Serán ese tipo de vínculos, los que exhiban la capacidad de su director para crear obras tan entretenidas como complejas, con personajes encerrados en mundos aterradores. Repulsión es una pequeña obra maestra de horror con tintes psicológicos, pretexto para que Polanski despliegue algunos de sus miedos más primitivos: la pérdida total de seguridad en el entorno y la angustia del ser humano como su propio verdugo. 

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Rosemary Woodhouse (Mia Farrow) y su esposo Guy Woodhouse (John Cassavetes) son una joven pareja que llega a instalarse en un apartamento de la Casa Bramford, edificio antiguo ubicado en el West Side de Manhattan, Nueva York. El lugar tiene siniestras historias acontecidas al interior de sus paredes, pero al matrimonio parece no importarle; Rosemary se dedica con emoción a las tareas del hogar mientras Guy batalla en su carrera como actor. Una amistad se trabará con Roman Castevet (Sidney Blackmer) y Minnie Castevet (Ruth Gordon), pareja de la tercera edad que funciona como consejera de los recién llegados.

El desafortunado suicidio de una joven en el edificio desatará una serie de acontecimientos en los que Rosemary y su esposo se verán envueltos, explotando el horror con una violación perpetrada por el mismísimo Satanás. La protagonista piensa que todo fue una pesadilla y, al quedar embarazada, todo parece ir mejor, sobre todo para Guy, quien consigue los papeles que tanto anhelaba. De forma gradual, Rosemary empezará un descenso a la paranoia, incapaz de confiar en nadie, degradándose físicamente. Ella está convencida que ha sido utilizada por una secta diabólica y que su hijo será el fruto de una especie de pacto entre su esposo y los inquietantes vecinos. La apoteosis será cuando Rosemary, carcomida por la duda, camine por un oscuro pasillo (portal al infierno en la tierra, igual que en Repulsión) para conocer a su bebé y revelar de una vez por todas la verdad. 

Basada en la novela de Ira Levin, El bebé de Rosemary se convertiría en la primera producción para el cine estadounidense de Roman Polanski, quien recibió de manos del productor Robert Evans una burda versión del primer tratamiento del guion para adaptar la novela. El cineasta no sólo aceptó la invitación para dirigir, sino también terminó apropiándose del guion; reclutó al cinefotógrafo William A. Fraker, al diseñador de producción Richard Sylbert, al compositor Krzysztof Komeda y a Mia Farrow, John Cassavetes y Ruth Gordon en los papeles principales. El resultado es un terror gótico que trasmite la sensación de paranoia desde su inicio, donde la alegría de Rosemary se irá apagando paulatinamente, atormentada por oscuros rincones, cánticos extraños, el barroquismo de sus vecinos y secuencias oníricas donde los sueños se irán trastocando, hasta fundirse con la realidad.

La maestría de Polanski se asoma al conseguir que el punto de vista de Rosemary sea el del espectador, quien duda y sospecha igual que la protagonista, empatizando al final con el tétrico descubrimiento en la cuna: puede ser el hijo del diablo, pero no deja de ser hijo de Rosemary. Esa tierna mirada de una madre a su hijo encierra una curiosa esperanza, después de 130 minutos de terror puro, siempre sugiriendo, nunca mostrando de más. Una violación es nuevamente el detonante del horror (como en Repulsión), involucrando a la secta en una atmósfera siniestra, con un plano subjetivo que no pierde detalle. Rosemary queda embarazada, se corta el pelo y empieza su descenso a la locura; nuevamente hay reflejos deformados que muestran un personaje distinto, que ha cambiado para siempre. Entre brebajes asquerosos, anagramas y una fiesta que altera el orden del aquelarre, la atribulada mujer desconfiará de todos y perderá el sentido de la seguridad.

Derrotada por una pseudo sociedad que la oprime, Rosemary es informada que su hijo murió en el parto. Sin embargo, ella muy dentro de su angustia sabe que algo anda mal y un llanto la despierta de la aflicción. Decide permanecer lúcida evitando los medicamentos y se levanta para tomar un cuchillo y atravesar el pasadizo donde cuelgan algunas de las pinturas negras de Goya. En la icónica secuencia todo cobra sentido, Rosemary se enfrenta al aquelarre y a su blandengue esposo; se acerca despacio a la cuna negra y mece con delicadeza. El hijo del demonio ha llegado a la tierra. De forma cíclica, suena la misma canción de cuna del inicio, cerrando la historia, mientras vemos un plano general del siniestro Edificio Bramford.

La precisa dirección y puesta en escena de Roman Polanski se ve enriquecida con la actuación de Mia Farrow y John Cassavetes. Mientras Farrow atravesaba dificultades en su matrimonio con Frank Sinatra (tensión que es evidente), la leyenda del cine independiente Cassavetes llegó al papel después de los descalabros en las negociaciones con Robert Redford y Jack Nicholson. Mia Farrow buscaba una nominación al Oscar que no sucedió, pero encontró una de sus interpretaciones más memorables, con una Rosemary en angustiante evolución hacia la demencia, en un arco dramático inolvidable. John Cassavetes convence como un tipo del que se debe desconfiar, consumido por la ambición. Su triste final, escondido en un rincón, apenado con su esposa, es el reflejo mismo de un ser incapaz de luchar por sus sueños y su familia. Ruth Gordon como la vecina entrometida Minnie Castevet, sí consiguió ganar el Oscar como mejor actriz de reparto, gracias a una interpretación aguda e incómoda. 

El bebé de Rosemary (Roman Polanski, 1968).

La segunda parada en El tríptico del apartamento de Roman Polanski no solo es la más conocida de las tres películas, también aparece en el lugar 9 en la lista AFI’s 100 años… 100 películas de suspense, además de ser considerada “cultural, histórica y estéticamente significativa” por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, siendo seleccionada para su preservación en el National Film Registry. El bebé de Rosemary consiguió el ya mencionado Oscar para Ruth Gordon y una nominación como mejor guion adaptado para Roman Polanski. En los Globos de Oro de 1969 tuvo presencia en las categorías de Mejor banda sonora original, mejor actriz principal, mejor guion y actriz de reparto, ganando este último. También hubo nominación en los BAFTA, el Sindicato de Guionistas (WGA), el Directors Guild of America (DGA) y reconocimientos para Farrow y Polanski en los Premios David di Donatello.

El aire satánico de El bebé de Rosemary influenciará más adelante a obras como El exorcista (1973) y El legado del diablo (2018), donde el terror viene de elementos sobrenaturales que el ser humano no puede controlar. Estamos ante el mejor momento artístico y personal de Roman Polanski, que con este film consiguió éxito internacional y repercusión positiva entre público y crítica. Un auténtico tour de force en el que vuelven a sobresalir las obsesiones centrales del director: el ser humano que se destruye a sí mismo, la putrefacción del entorno familiar, la sociedad opresiva que engulle, violencia sexual, paranoia y muerte inevitable. En El bebé de Rosemary el horror lo plaga todo y a los seres más cercanos, dejando una profunda sensación ominosa. 

En abril de 1969, muere un colaborador habitual de Polanski, el compositor musical Krzysztof Komeda, a causa de un fatal accidente. Sería la primera de una serie de desgracias con las que el cineasta polaco tendrá que lidiar en los próximos años. 

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Pasaría algún tiempo entre la segunda y tercera entrega de El tríptico del apartamento. La entonces esposa de Roman Polanski, la actriz Sharon Tate, fue salvajemente asesinada el 9 de agosto de 1969 en su residencia de Los Ángeles, California. El crimen fue perpetrado por el séquito de Charles Manson; Tate tenía entonces 26 años y poco más de ocho meses de embarazo. Devastado, Polanski se tomó un tiempo para asimilar el suceso y regresó adaptando a Shakespeare en Macbeth (1971), un sonado fracaso comercial; luego vendrían ¿Qué? (1973), una comedia surrealista con guiños a la literatura de Lewis Carroll y Chinatown (1974), obra maestra del cine negro que conseguiría once nominaciones a los premios Oscar.

Tras el desplome de su proyecto Piratas en 1975 (se estrenaría hasta 1986), Roman Polanski viajaría a Francia donde recibiría apoyo para la filmación de El inquilino, el tercer disparo de El tríptico del apartamento. Si en Repulsión la palabra clave es demencia y en El bebé de Rosemary es paranoia, en El inquilino es soledad. Trelkovsky (Roman Polanski) es el desolado hombre, con pasado misterioso, que alquila un apretujado apartamento en París. En ese lugar, los vecinos le informan que una mujer, Simone Choule, intentó suicidarse lanzándose por la ventana del departamento que pretende rentar. Trelkovsky se obsesiona con la historia y visita en el hospital a la desdichada, que se encuentra envuelta en infinitos vendajes. Pronto, el protagonista conoce ahí a la bella Stella (Isabelle Adjani), una amiga de Simone con la que comienza una truculenta relación. 

Trelkovsky encuentra en el apartamento objetos de Simone e, inexplicablemente, va tomando hábitos de la mujer hasta convertirse en ella. Las miradas incisivas de los vecinos lo convencen de que está al centro de un complot para llevarlo a la locura. Y es que desde el inicio de El inquilino la sensación de verse observado perturba, en un plano secuencia que se pasea por las ventanas mientras corren los créditos. Polanski despliega un discurso sobre los riesgos de la soledad extrema en las grandes ciudades, donde el egoísmo y la crueldad llevan al aislamiento. Trelkovsky desciende a la locura entre reflejos que lo deforman, sombras y miradas que lo acosan, al tiempo que la dualidad entre luz y oscuridad se va perdiendo para el protagonista, como su propia psique quebrada, en la que ya no puede confiar.

La transformación es lenta, casi imperceptible. Trelkovsky se pinta las uñas y se maquilla, mientras hace hallazgos siniestros en el departamento, como dientes incrustados en la pared. El insomnio y la desconfianza lo consumen. La locura absoluta llega en esa tremenda alucinación donde todos los personajes animan y aplauden desde sus ventanas al inevitable suicidio de Trelkovsky, quien vestido ya como Simone, salta por la ventana. La secuencia es de un horror auténtico, con un hombre convencido de que ha sido parte de un diabólico complot para acercarlo a la muerte, dentro de una ópera o teatro siniestro. 

Fracasando en su primer intento, Trelkovsky/Simone vuelve a saltar. En la siguiente escena se repite como en un bucle maldito un momento que ya conocía el espectador, aquel donde Trelkovsky y Stella visitan a Simone en el hospital. El grito que sale de la boca de la momia con la que se funde a negros es el horror angustiante del desconcierto y la traición de la psique. No hay palabra fin. Nada acaba, todo se repite. Al contrario de lo propuesto por Hitchcock en La ventana indiscreta (1954), aquí el observador se vuelve el observado, en un delirante desgaje mental y pérdida de la identidad, además de resultar un interesante estudio sobre la feminidad, vista de forma ambivalente, entre debilidad y deseo. El pesimismo de Roman Polanski deja en claro que no hay forma de escapar de uno mismo dentro de las grandes urbes, nadie evade el horror de la mente rota y el egoísmo de la sociedad contemporánea.

El inquilino (1976, Roman Polanski).

Basada en la novela Le Locataire chimérique (1964) del escritor francés Roland Topor, El inquilino se estrenó en el Festival de Cannes de 1976, donde compitió por la Palma de Oro, recibiendo críticas adversas y siendo más tarde un fracaso comercial. El tiempo ha puesto la película en un altar de culto, gracias al humor retorcido, la sórdida trama y al propio Polanski actuando. El director se encontró apurado preparando El inquilino, con tan solo ocho meses entre la escritura del guion y el estreno de la cinta, ante la presión de los franceses para que el proyecto fuera estrenado en Cannes. Mención aparte merece la fotografía del gran Sven Nykvist (colaborador habitual de Ingmar Bergman), quien lleva aquí su conocido naturalismo al extremo de la angustia, en un apretado apartamento donde la paranoia va in crescendo, atrapado al centro de un París de atmósfera kafkiana.

Si bien en El inquilino hay una diferencia importante respecto a Repulsión y El bebe de Rosemary, con un protagonista masculino, no debe olvidarse que en la trama, o bien Trelkovsky se vuelve Simone, o en esa extraña vorágine delirante la verdadera protagonista siempre ha sido la mujer desde el inicio. Lo ominoso inunda el hogar. No hay sitio seguro y lo peor: la condición humana no puede confiar en sí misma. El discurso de Polanski y su sui géneris Tríptico del apartamento escarba en aquello donde el yo se desvanece y la demencia emerge. 

El hombre/mujer como ejecutor de su propia desgracia y la inevitable descomposición del hogar, además de la afilada sociedad que juzga y arremete contra el individuo, se salpican de la paranoia de angustiados personajes que deambulan en apartamentos que se caen a pedazos, reflejo inevitable de sus propias psicologías corruptas. Solo queda un elemento más en común entre Repulsión, El bebe de Rosemary y El inquilino: la ventana como una grieta que se abre primero para descubrir un entorno amenazante, después para pedir ayuda ante el horror y finalmente, para saltar al vacío y escapar de un mundo demasiado abrumador. Roman Polanski encierra a Carol, Rosemary y Trelkovsky en espacios lúgubres, cargados de desesperanza, mientras el espectador queda inmovilizado al centro puntual del terror psicológico.

Por Armando Navarro Rodríguez

Periodista. Cinéfilo y lector empedernido. Escribe sobre cine, arte y literatura.

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