Foto: MUBI

Entre el sexo polifacético, las velas y la emancipación femenina

Spike Lee nos habla del control, de la obsesión que llevamos los seres humanos y que materializamos en nuestras relaciones amorosas con el fin de fagocitar al otro.

“…El sueño es la verdad. Luego actúan y hacen cosas como corresponde”

Zora Neale Hurston

La cita es la misma, el párrafo inicial de She´s Gonna Have It (EEUU, Spike Lee, 1986) es bastante claro, totalmente revelador y la adecuada premonición de lo que vamos a vislumbrar al final de la película: un crudo, real, adecuado, explícito y necesario testimonio de feminismo emancipador. Es, entonces, con este fragmento de Sus ojos miraban a Dios, producto de la pluma de la antropóloga afroamericana Zora Neale Hurston (1891-1960), que el largometraje se declara poéticamente iniciado.

La ópera prima del director que estuvo al frente del jurado de la septuagésima cuarta edición del Festival de Cannes, nos relata la historia de Nola Darling, una joven afroamericana de Brooklyn que solo desea encontrar el amor y un poco de compañía, pero que vive bajo una constante confusión proveniente de los ruegos y reclamos de una triada de personajes masculinos caricaturescos que pretenden adueñarse de ella y de su modo de vivir.

Después de esta porción del texto de Neale, algunas imágenes en blanco y negro surgen ante los ojos de los espectadores y dan el golpe final de entendimiento que se necesita: esto va a tratarse de un filme que puede sentirse verídico, de un largometraje con una buena dosis de moraleja, que no lo convierte en moralino. Estos momentos, estos instantes son solo el preámbulo, pues dan paso a la descripción de Nola, una exposición de generalidades bastante atípica, pues está hecha por el personaje mismo; en una interesante ruptura de la cuarta pared, es la protagonista quien relata cómo se siente, es ella la que nos cuenta con lujo de detalle cómo está surcando las mareas que inundan y convulsionan su vida.

Y aquí es donde aplaudo al director, pues siento orgánico y sincero su acercamiento, ese tratamiento con toques periodísticos y testimoniales de la historia de esta mujer que se siente encerrada, desesperada, que acepta los defectos de tres barbajanes que constantemente buscan hacerla suya, que pretenden dominarle, acoplarle, adaptarle y amasarle a su gusto, a su conveniencia, a sus necesidades personales.

Dentro de esta trinidad machista, tenemos a las siguientes peculiaridades: Jamie, un esposo en potencia, un hombre conservador, monógamo por religión, paternalista, mojigato, domestico y domesticable, metódico a más no poder y homofóbicamente celoso; Greer, un narcisista incontrolable, semental, soberbio incorregible, macho hasta la médula y engreído como el más y finalmente Mars, n pseudoadulto con alma de niño, un tipo inmaduro en exceso, infantil, cómico e indiferente. Además, aparece en escena Opal, una mujer que ansía que Nola pruebe “algo diferente” y que nunca tiene oportunidad con ella (la película no sufriría si se suprimieran sus diálogos).

De esta manera, Spike Lee nos habla del control, de la obsesión que llevamos los seres humanos y que materializamos en nuestras relaciones amorosas con el fin de fagocitar al otro, y más cuando ese otro es alguien tan particularmente disruptivo, una persona imantada, un cetro de atracción que pretende vivir en la libertad de la poligamia en un planeta subyugado ante el poder masculino. Lee se apodera de las calles, se apropia de la historia, tanto, que termina interpretando al personaje de Mars (un aporte fenomenal para el metraje, pues añade pilares cómicos revitalizadores al asunto).

Pero no solo consume espacios y contextos, el interés por narrar correctamente la historia llega hasta las relaciones sexuales de Nola con esta terna de piezas que juntas forman un todo, ejemplo de ello es que cuando se encuentra con Jamie, la situación se dirige hacia el campo de lo estereotípicamente romántico, las cosas se encaminan a un ambiente tierno, lleno de velas, cuidadoso de cada detalle y desperfecto que se pueda presentar. Por otro lado, cuando es el turno de relatar las experiencias de recámara con Greer las cosas se vuelven salvajes, animales, alocadas, dejan de seguir un orden lógico y una cronología del orgasmo y se centran en el placer más burdo, en la pasión descontrolada y sin sentimientos. Finalmente, los elementos mutan cuando hablamos de las experiencias carnales con Mars, pues se nota un sexo adolescente, imberbe, un acto amorfo, sin protocolos, sin animalidad, inocente y en esta ocasión, mientras que con Jamie se comporta como hija y con Greer como amante insaciable, Nola asume el rol de madre protectora, de guardiana y de guía de vida del que ya no es un doncel, pero sí un inconsciente y despreocupado zagal.

Aunado a todo lo anterior, realmente valoro que Lee dejara que los personajes hablen por sí mismos, que hagan parecer que están en una especie de entrevista que recopila los eventos más importantes de la vida de Nola y, además, las opiniones que tienen de ella, los puntos de vista que poseen sobre su vida, sobre su modo “indecente” de vivir, mismos que solo externan la intolerancia de un puñado de hombres ante la libertad sexual de una mujer. Y además de dar voz, Lee obsequia grandes escenas, enormes fotogramas, secuencias gigantescas, como aquella en la que Nola está encendiendo algunas velas y su cara se ve insípida, misteriosa y enigmáticamente iluminada, o ese otro instante, en el que el cuerpo de Nola se convierte en un órgano artístico, en una plataforma de expresión, con esas tomas a sus caderas, a su vientre, a su ombligo y a su pecho, mismos que integran los sueños y fantasías de sus pretendientes, que le ven como mercancía, como masa a mejorar.

Traspasando el velo de la agresión, Lee nos permite entender el contexto afroamericano, no tiene que ser combativo, no tiene un ápice de hostilidad. Por el contrario, los personajes nos tienden la mano para enseñarnos su proceder, su argot, sus modos y maneras, sus costumbres en torno al amor, su vestimenta e inclusive su manera de sobrevivir ante los cambios en su vivir. Y así, los elementos humanos no son suposiciones, son cuestiones sólidas, Lee no se atreve a pensar por el público, no osa traspasar la barrera de la explicación, no viola el compromiso con el receptor de su trabajo.

Entonces, nuestra protagonista (con esa personalidad aplastante y atrayente que la llevan hasta el centro de la vida de sus amantes), sufre los matices y las personalidades extremistas de los que le rodean, padece los nexos con un mundo masculino que le asfixia, se aflige con las decisiones que toman por ella, resiste a los que quieren una parte de ella, a los que anhelan un espacio en su vida.

Mientras despunto mis ideas sobre esta película, recuerdo los minutos en los que se homenajea a El mago de Oz (EEUU, Víctor Fleming, 1939) con un cambio de filtro: los colores inundan la pantalla, el baile, la música (que es una oferta tenaz durante toda la película, llena de rasgos jazzísticos), incluso las expresiones de nuestros personajes cambian drásticamente; estos minutos de espectáculo son un oasis, un breve rincón que parece ser un sueño, pero que es simple y llanamente un fugaz recoveco de esos que vemos en la cotidianidad y que, a ojos de Lee, son verdaderamente raros y necesariamente escasos.

Así, Lee crea un ecosistema, un hábitat en el que todos se saben acompañados, en el que Nola y sus concubinos juguetean y corren para ser el mejor postor, en el que coquetean y en el que intentan cazar a Nola solo para meterle en una jaula dorada. Y si esto no es obvio ya en diálogos y acciones, podemos verlo en Greer, que, literalmente, manda a Nola al médico para examinar su “adicción al sexo” y, además, no confía en las aseveraciones de una mujer con título en medicina o en Mars, que intenta decidir sobre Nola a base de lances de moneda y, por supuesto, en la violación por parte de Jamie, que en un arranque de celos, desesperación e impotencia por no poder “tener” a Nola a su merced termina por lastimarla.

Los hilos de la película se salen de mis manos y terminan por llegar a lo que nos detallan los personajes en la parte final, en esos minutos en los que Nola se queda sin un alma que ponga su casa a vibrar, que cocine en la estufa que da a la puerta, que le vea trabajar en su arte, que se acurruque a su lado. La gente que inunda con pensamientos y emociones su vida, en realidad, nunca comulgó con su modo de pensar, nunca gustó de su proceder, pero les parecía atractiva su libertad, sus ideas progresistas.

El filme culmina, así, con Nola agotada, cansada, feliz porque se conoce y sabe lo que realmente quiere y, sin duda alguna, plena, pues ha terminado en su vida una etapa caótica, con visos de diversión y libertad, pero sinceramente desgastante, semejante a una batalla enardecida, similar a una guerra y al bombardeo de una ciudad en llamas.

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