Tú, mi cómplice

No hubo más remedio que empezar a escribir otra vez y esperar que ahora sí puedas tener en tus manos una nueva historia.

Tú que me lees, me llevas una ventaja, puedes hacer a un lado esta lectura; yo no te puedo gritar, aún si quisiera tu auxilio, me siento atrapado en una historia sin salida. Pon atención a mi relato y espero que entiendas qué me pasa y me ayudes.

Esta mujer a la que llamaré G. y que podría ser tu vecina, tu pasajera, tu amiga, me pidió escribir sobre su muerte, una muerte que ella tal vez haya planeado, un hecho que nos convierte a ti y a mí en cómplices, en testigos. Hace unos días yo no acepté sus condiciones y ahora me atrapó en su juego; te platico.

Estaba yo sin dinero en los bolsillos; ya sabes, los pagos de colegiaturas, de sistemas de comunicación, combustibles, etc., merman poco a poco el presupuesto calculado previamente. Tenía escritas algunas páginas de un cuento y desesperado por tener que pagar unas facturas, tomé la decisión de visitar una editorial.

Una mañana separé la sección de anuncios del matutino que diariamente mi adorada esposa coloca sobre la mesa del comedor; es una mesa fría con cubierta de mármol de Carrara, bonita, pero que contrasta con las pláticas amenas de las mañanas y tardes soleadas. Allí frente a mis ojos, leo fácilmente:

Importante editorial ofrece comprar tu cuento.

Pago de inmediato.
Concertar cita.

Bajo el cuerpo de esta publicación, un número telefónico me invitó a hacer la llamada; al otro extremo, una voz femenina un poco melosa, que no quiso darme más informes sobre el anuncio, me pidió anotar la dirección del establecimiento.

Después de desayunar y comentar a mi mujer la oportunidad para olvidarnos para siempre de algunas deudas, me preparé para salir de casa ataviado con el mejor de mis trajes y rociado con una loción de aromas cítricos que a ella le gustan.

Llego a un barrio céntrico; en el domicilio que corresponde a mi anotación, no hay letrero. Toco una campanilla y casi enseguida un hombre con un paquete de tamaño mediano me abre la puerta; mientras él sigue su camino a la calle, desde una ventana en el primer piso, la misma voz que escuché al teléfono me invita a subir las escaleras a mi izquierda; son unas escaleras con forro de madera que provocan al subir, una agradable sensación de estar en un bosque; aún tengo en la memoria esos olores a pino y cedro mezclándose con un perfume de gardenias muy acentuado.

–Pase por acá, por favor, tome asiento, llega en un buen momento para compartir un delicioso café turco y unas ricas galletas recién horneadas.

Es una bella mujer de unos 45 años, con unos ojos verdiazules y un esmerado cuidado en su vestir.

–Le acepto el ofrecimiento. –le respondo, pensando que pueda ser la oportunidad para mostrarle, sin prisas, mi trabajo.

–Permítame su borrador,por favor, quiero echarle una mirada –me dice con un tono que denota cierta alegría.

Le extiendo la copia que mi esposa me había hecho favor de revisar e imprimir. El ejemplar, encuadernado y forrado con piel sin entintar, se ve muy elegante. Empieza a hojear algunas páginas con cierta rapidez y de pronto dice, mirándome con mucho interés:

–Una narración muy interesante; veo que inicia haciendo sentir a su lector que tiene el control de su lectura y luego, inesperadamente, cambia la posición y lo convierte en víctima. A medida que se desarrollan los hechos, usted y el lector son solidarios. Me interesa el texto. Le ofrezco, para poder editarlo y ponerlo en circulación, la cantidad de… –mencionó una jugosa suma de dinero que me serviría para los pagos pendientes y para realizar un viaje a unas islas en Norteamérica que le he prometido a quien me ha acompañado en los años más recientes, pero que por el exceso de trabajo, lo hemos pospuesto.

–Necesito que me firme el contrato, por favor –me dijo con una sonrisa.

–Claro, con gusto. ¿En cuántos días tendría el pago, considerando que en una semana termino mi narración? –pregunto ansioso.

Se dirige hacia mí y dice:

-Una vez que haya firmado y anotado sus datos personales, le voy a pedir que me los lleve a mi casa; hoy mismo va a ir allá la persona que se encargará de elaborar la portada además de gestionar los derechos de la obra. Nos vemos allí y le doy un 80 porciento del monto que mencioné ¿le parece?

-Perfecto, muchas gracias, le llamo en cuanto salga de casa.

Son los momentos más importantes de los últimos meses. Mis sueños se iban a realizar por fin.

Después de darle a mi dulce May la excelente noticia, tomo una buena ducha, me pongo vestimenta propia para la tarde lluviosa que en la mañana habían pronosticado, anoto los datos que pide registrar el contrato de la editorial, me despido de May y salí rumbo a mi cita. En el camino, llamé por teléfono a la señora G. y recibo confirmación de que me esperaba en un domicilio indicado previamente.

Cuando llego a una zona lujosa al sur de la ciudad, un letrero con letras bastante grandes me indica que a unos cuantos metros se encuentra una torre de departamentos adonde debía acudir.

Al llegar al piso correcto, el elevador abre para entrar a una estancia bellamente decorada. Una voz conocida me ofrece pasar y tomar asiento. A mi derecha, un sillón acojinado en color fucsia, muy cómodo, es mi elección.

Después de unos pocos minutos, la señora G. salió a recibirme, con una botella de champagne dentro de una cubeta rebosada con hielo y al lado un par de copas igualmente frías.

-Esto debemos celebrarlo bien, cariño, los dos ganaremos mucho dinero. -me pareció muy extraña la frase, por las circunstancias, pero no debía prestar mayor importancia y le hice entrega del contrato firmado.

Charlamos cerca de media hora sobre su origen, mi antigüedad como escritor, mi familia y me comenta la oportunidad de continuar entregándole material en forma periódica.

Con la amenidad de la plática, no me percato de que se ha acabado la bebida y ya estoy sintiéndome mareado. De pronto G. se acercó a mí y empieza a besarme; son besos que hacen estremecer, primero uno, luego el siguiente. Me siento de pronto como un traidor, una víctima; pierdo el sentido.

Despierto en la cama, desnudo y una carta de G.; había pasado ella una velada emocionante y muy agradable. Al pie de la carta, una posdata indica que mi cuento pasaría a ser parte del cuento de un joven escritor, quien en su primer trabajo se ha quedado a la mitad de la narrativa, yo sólo recibiré el dinero y los créditos serán de otro; me amenaza con que May sabrá lo sucedido si yo no acepto sus condiciones. Sobre la mesita de noche, varias fotos de G. conmigo, muy comprometedoras, me dan el tiro de gracia.

Necesito el dinero y no puedo denunciar a G. ¿Quién tomó las fotos? Ella había mencionado que una persona prepararía la portada del cuento. ¿Serían éstas para el objetivo?

Me levanto pronto de la cama y leo la carta por completo. En uno de los párrafos menciona que el 20 % restante se pagará al presentar al notario de los asuntos de la editorial, una narración de las circunstancias en que ha muerto. Asombrado, no entiendo bien la carta.

Decidido a investigar, me dirijo al baño pues necesito ducharme; tengo un aspecto por demás desaliñado. En el momento de abrir las puertas corredizas de la regadera, G. yace inmóvil. Un frasco que en algún momento contuvo un ansiolítico, ya vacío, sumergido en la tina junto al cuerpo. ¿Suicidio? ¿La han asesinado y le robaron mi parte del pago?

Después de vestirme, salí rumbo a mi casa, estaba muy asustado y el sentimiento de culpa me seguía los pasos; no pude decirle a May toda la verdad.

Varios meses después, habiendo demostrado mi inocencia, por fin pude realizar el viaje tan esperado y llegamos a la capital del estado con mayor interés turístico en mi país.

Una tarde, después de la comida, aprovechando que May quería descansar, le dije que iría a una librería cercana.

Al llegar al pasillo donde se exponen los libros de reciente aparición, me llamó la atención un título “Después del crimen”, cuyo autor, Mario Zama, publicaba su primera narrativa; lo llevé al hotel para iniciar la lectura.

Cuál no sería mi sorpresa cuando, en las primeras hojas, identificaba aquél cuento que había entregado a la señora G. Busqué el final y mis ojos no podían creer lo que leían; allí, en una especie de epílogo, una nota terminaba el último capítulo:

“A ti, lector:

Te pido perdón por haber dado muerte a la señora G., sin ello no habría razón para poner en tus manos este material. Me has ganado en este segundo encuentro y por ahora mi vida ya no tiene sentido; esta será en verdad mi primera y última narración que salga de mi pluma”.

Después de leer esto, no hubo más remedio que empezar a escribir otra vez y esperar que ahora sí puedas tener en tus manos una nueva historia.

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