Concediendo que los premios ni legitiman ni envilecen, proponemos un recuento minuciosamente configurado por la redacción purgante sobre algunas de las películas nominadas al Oscar 2023 con más cosas por decir.
Tár; Todd Field
Lydia Tár (La Blanchett, en su vigésimo quinto año de interpretaciones magistrales) es el epítome de lo que en este tiempo se conoce como “genio”, pero como ya se ha visto, ser un genio no está exento de la exposición a una opinión pública brutalista, ni a los más básicos embates de la mezquindad y la envidia. Si a eso agregamos que la personalidad del genio en cuestión — la mejor conductora de orquesta del mundo, ícono de la moda y reconocida lesbiana con una proclividad para manipular su entorno en propio beneficio- tiende a la pedantería, la petulancia y la búsqueda de una conveniencia transaccional, el resultado es explosivo. En su tercer largometraje, Todd Field (In The Bedroom y la extraordinaria Little Children con Kate Winslet y Jennifer Connelly) explora el ragnarok de esta figura casi mítica, desde todos los aspectos: profesional, público, doméstico y emocional, de una manera calculada, devastadora y cruel. No que Tár sea una inocente (en esta clase de historias nadie lo es), pero el verse confrontada con sus aspectos humanos luego de un largo tiempo en que se creía diosa, es algo que resulta escalofriante. Tár es una película difícil de clasificar. No pertenece a un género específico. Lo mismo es una telenovela para intelectuales (sí, he ahí el melodrama balzaquiano), que una denuncia de la ligereza y frivolidad de la tan de moda cultura de cancelación; un estudio acerca de las circunstancias que nos mueven en los distintos aspectos que adoptamos en la realidad. La música es un elemento importante y uno puede sentir que ha tenido una master-class acerca de Mahler y Elgar, así como una vista privilegiada, más allá de las intrigas, de la entraña de un animal tan hermoso y complejo como lo es una orquesta sinfónica. Field no es ambiguo ni compasivo con sus personajes ni con sus ideas; el resultado es tan bello como perturbador y Blanchett se disuelve en esta piel, para tomarla como lienzo y crear otra de sus mujeres memorables, aún si su dolor y narcisismo a veces es demasiado para pensar en volver a verla.
Everything Everywhere All at Once; Dan Kwan & Daniel Scheinert
Scorsese hablaba de los parques de diversiones para definir al cine firmado por Marvel en los últimos años, principalmente para referirse a su carencia de riesgo emocional y revelaciones confrontativas. Pues bien, el año pasado llegó a la calle frente a ese parque una nueva atracción: una montaña rusa entretenidísima que nos hizo subir y bajar frenéticamente por el yin y el yang desencadenado por algo tan simple y a la vez tan complejo como lo son las relaciones transgeneracionales, entre un espectáculo de luces y pirotecnia de la que bajamos mareados, pero con ganas de volvernos a subir. A pesar de dividir las aguas más que Moisés en fechas recientes por la inminente popularidad que cobró gracias al ‘‘boca en boca’’, factor que resulta inaceptable para muchos defensores puristas del arte, Everything Everywhere All at Once, escrita y dirigida por Dan Kwan & Daniel Scheinert, no sólo le ha conseguido a los también llamados ‘‘Daniels’’ las nominaciones al Oscar en dichas categorías, sino que también ha logrado una suerte de justicia poética para el trabajo de intérpretes como Michelle Yeoh, quien carga casi a una sola mano el peso de esta montaña rusa y que, sin estrellismos innecesarios, tiene el tino de tomar a cada uno de sus universos con la seriedad merecida por más extravagantes que resulten todas sus versiones. No se puede dejar de lado a la maravillosa Reina del Grito, la eterna Jamie Lee Curtis, quien por fin ha sido nominada a un Oscar compartiendo categoría con la joven y brillante Stephanie Hsu, y a quien ya tiene la estatuilla con su nombre grabado: Ke Huy Quan, como actor de reparto. Sustentada en un conjunto de departamentos maravillosamente engranados, especialmente un tremendo trabajo de edición, montaje y efectos visuales cuya pericia brilla aún más al saber que se pulió gracias a tutoriales escolares, la película descansa en los hombros de un preciso ensamble interpretativo liderados extraordinariamente por Yeoh, y en el que cada uno de los actores creyó en la veracidad de cada uno de los universos de sus personajes, incluso cuando se interconectaban en cuestión de segundos, logrando el plausible desconcierto del público que, lejos de perder el hilo, alimentó el interés hasta el día de hoy.
Aftersun; Charlotte Wells
Aftersun es una película en apariencia simple, que narra la felicidad desencajada en la vacación veraniega de Callum, en sus treintas, y Sophie, su hija de once en la frontera de la infancia y la pubertad, interpretada por Frankie Corio. El tono de la película surge desde la sensibilidad femenina de la directora en una experiencia confesional, al construir un ciclo simétrico entre Sophie y Callum. La trama se mueve intercalando su niñez con el presente donde ella es madre. El guión oscila entre la cotidianidad del sol mediterráneo, la añoranza de la felicidad irrecuperable de la niñez y una historia de fantasmas. La fotografía plasma a la perfección la máxima que construye al buen cine: Show don’t tell. Ningún diálogo expositivo o tomas explicativas: todo es imagen y movimiento en ritmo sutil dentro del cuadro. Con una delicadeza que maravilla, el secreto a través del cual funciona la película tiene como fulcro a Mescal. Todo se equilibra en la mirada de Callum: la nostalgia por el futuro del que solo será un recuerdo. Su sonrisa contradictoria. La valentía con la que un padre se traga el miedo que lo destruye en soledad. La depresión de un hombre condenado, donde la tragedia se cierne sobre los espectadores desde él, pasando del dolor insoportable, al llanto, a la insensibilidad total del nihilismo. Y es el amor de su hija la esperanza con la cual se aferra a soportar la tortura de la alegría efímera. Sonriendo, sí; pero sus ojos se asoman detrás de la escafandra, mientras se desvanece descendiendo poco a poco hacia el fin de la noche. Afortunadamente su actuación carece de las pirotecnias estilísticas, correcciones políticas, cuotas minoritarias o metamorfosis corporales que tanto gustan a la academia. Así, en un año donde la categoría de mejor actor parece muy disputada, mi apuesta, perdedora, es con Mescal. Porque contrario a las modas, su actuación se basa apenas en la causa y propósito del arte: conectar con esa parte de nosotros a la que llamamos alma.
To Leslie; Michael Morris
Luego de ganar 190 mil dólares en la lotería local de un pueblo de Texas, Leslie (Andrea Riseborough) despilfarra hasta el último centavo en nutrir una adicción al alcohol que la deja viviendo en las calles. Ella es una madre soltera que, debido a sus excesos, ve trastocada la relación con su hijo James (Owen Teague); el trabajo como mucama en un hotel de carretera y el sueño de administrar su propio merendero, podrían ser la llave para que Leslie recupere las riendas de su vida y de paso, el vínculo con su retoño. La ópera prima del director Michael Morris es una pequeña joya independiente que transpira un mensaje de redención y esperanza, mostrando esa Norteamérica áspera, de personajes que colapsan entre infancias traumáticas y adicciones que devoran. El alma del filme es la gran Andrea Riseborough, quien dota a su anémica Leslie de un conmovedor carisma: un personaje que irrita y enternece por igual. La actriz británica que ya había demostrado su capacidad histriónica en Birdman (2014), Animales nocturnos (2014) y Possessor (2020), bajo la mirada de Iñárritu, Tom Ford y Brandon Cronenberg respectivamente, con una visceralidad interpretativa sin concesiones, irradiando la fuerza necesaria para hacer despegar personajes alterados de forma física y emocional. Su reciente nominación al Premio Oscar, no es más que el reconocimiento a un trabajo excelso, donde Riseborough despliega todo un arsenal como actriz, con raíces en el teatro y la televisión de Inglaterra. Leslie tiene la ilusión de algún día manejar su propio restaurante; se sabe alcohólica, acostumbrada a recaer y a que los seres que en otro momento la apoyaban, ahora no crean en ella. El prólogo del filme, con una Leslie joven brincando de emoción por ganar la lotería, se vuelve perturbador cuando se le descubre tiempo después, hundida en los infiernos del alcohol y la soledad. Un pequeño local de helados abandonado y hecho pedazos (reflejo de la propia existencia de Leslie), será el elemento que de esperanza a una historia que de principio, pareciera no tenerla. Atención a la enorme Allison Janney en un papel secundario pero trascendental en la historia, implacable inquisidor capaz de transformarse en benevolente ángel.
Los Fabelman; Steven Spielberg
¿Por qué tarda tanto tiempo un hombre en contar y compartir uno de los momentos más dolorosos y definitorios de su vida? Esa es una pregunta que surge luego de ver la película. Sin que esa haya sido su intención, Spielberg nos invita a encontrar esa respuesta en nuestros padres o abuelos. Nos empuja para aproximarnos a los pasados de nuestra sangre e indagar el porqué es tan difícil para las masculinidades procesar y trascender viejas heridas. ¿Cuánto cuesta perdonar para sanar el rencor acumulado y narrarlo como una anécdota? Al salir de la sala, me acordé de mi padre. Fue un hombre que a sus 65 años de edad se animó a platicarme por primera vez del maltrato que recibió a manos de mis abuelos y el coraje que les tuvo por haberlo abandonado a su suerte siendo un niño. Tuvieron que pasar casi seis décadas para que se atreviera a platicar su historia con calma, sin enojo, y especialmente con un profundo amor por sus padres, a quienes procuró y mantuvo cuando ellos envejecieron. Sobre la marcha, a su edad adulta, aprendió a perdonar. No sé si comprendiendo a mi padre comprendo a Spielberg, o al revés. Lo cierto es que en Los Fabelman vi algo más allá que un relato autobiográfico. Percibí un sano pretexto para acercarnos incluso a nuestras propias voces internas con relación a las experiencias que tenemos con nuestros papás, más aún a sabiendas de que cada vez falta menos para que continúen en este mundo (en caso de tenerlos vivos). De igual manera, si se le quiere ver así, es un obsequio de Spielberg para gente de su edad, o incluso más jóvenes, y puedan encontrar el estímulo para expresarse respecto a lo que duele de las figuras paterna y materna. Claro, el señor Steven lo hace con lo mejor que sabe hacer: el cine.
Argentina, 1985; Santiago Mitre
Argentina, 1985 puede sintetizarse como una película basada en hechos reales sobre el histórico juicio a las juntas militares por los crímenes perpetrados durante la dictadura de Jorge Videla. Es más, si lo pensamos detenidamente, la cinta de Santiago Mitre nunca se propone dejar de ser un drama judicial clásico y, por consecuencia, tampoco le interesa demasiado eludir las convenciones del género. Sin embargo, la cinta funciona. Y funciona bastante bien. Funciona porque duele, conmueve y resulta entrañable. Quizá el secreto de su éxito resida en que la historia se construye a partir de un guion que promueve una elegante sucesión de ramalazos de emoción, tensión y denuncia. Nunca insuficientes. Nunca exagerados. Es verdad que Ricardo Darín borda otra actuación para el recuerdo y que sin su fuerza interpretativa la película habría tenido peor suerte a ojos de la crítica. Para muestra el alegato final de Darín, inspirado en el del fiscal Julio Strassera, cuyo colofón simboliza uno de los momentos más sublimes de la historia del cine latinoamericano contemporáneo, con el emblemático, inapelable y unánime «nunca más». Y para los devotos del rock argentino de aquella época, en la que componer versos y llevar el pelo largo era visto como algo subversivo, se asoma el testigo de Miguel Abuelo interpretando «Lunes por la Madrugada» y el del genio incomparable de Charly García, arquitecto de la banda sonora del inconsciente colectivo: «Mama, la libertad siempre la llevarás / Dentro del corazón / Te pueden corromper, te puedes olvidar / Pero ella siempre está».