Como preámbulo a la ceremonia del Oscar 2024, la redacción purgante se propuso reflexionar desde distintos ángulos sobre algunas de las películas nominadas por la Academia.
Past Lives; Celine Song
Muchos eran los comentarios alrededor de la ópera prima de la directora y dramaturga surcoreana Celine Song, los cuales, en su mayoría, derivaban en una oda a los corazones rotos y sentimientos destruidos por el desamor que parecían enmarcarla en las palabras de aquel príncipe mexicano que nos cantaba que lo que un día fue no será. Cuando por fin fue el turno de esta pluma, mis ojos no se fueron a la dimensión romántica de la película, sino a la forma tan cálida y veraz de retratar que somos el constructo de las personas que pasan por nuestra vida, sea de forma itinerante o permanente, sean yin o yang, y quienes ayudan a marcar pautas definitorias para formar lo que somos, convirtiendo a nuestro pasado en presente y al tiempo presente en un monumento a nuestra vida pasada. Por eso puede doler despedirnos de aquellos que se van, porque una parte de nosotros se va para siempre con ellos y lastima desprendernos de nosotros mismos. Past Lives no nos habla de ningún alpiste que haya cansado a nadie, pero sí de irnos a volar a otro cielo y dejar abierta nuestra jaula a través de una protagonista cuya mayor virtud reside en ser una persona «que se va». No recae en una fotografía farfullera, pero sí cuenta con un trabajo tan preciso como congruente -y hermoso, imposible no reconocerlo- que dota de la nostalgia y melancolía necesarias a una ambientación que por naturaleza tiene que evocar añoranza nutrida por los mensajes subyacentes que nos manda la arquitectura detrás de los personajes en un contexto multicultural. Con un trinomio de actuaciones a tono formado por Teo Yoo, John Magaro y una maravillosa Greta Lee al mando, con dosis justas de cinismo y desenfado cuyo rostro quita el aliento desde su primera aparición en pantalla, Past Lives no es una película de gorriones que se quedan presos en jaulas ni de cortar alas, sino de gorriones que eligen beber agua en el mismo lugar y del trayecto introspectivo de una mujer que no busca encontrarse con aquellos de sus vidas pasadas, sino consigo misma en esta vida.
La sociedad de la nieve; Juan Antonio Bayona
El cineasta español Juan Antonio Bayona encontró el libro de Pablo Vierci, La sociedad de la nieve, mientras investigaba para su drama Lo imposible (2012), decidiendo comprar los derechos para desarrollar una adaptación. La trágica historia del equipo de rugby Old Christians Club de Montevideo, cuyo vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya se desploma en la cordillera de los Andes en 1972, cimbró la sensibilidad de Bayona, quien realizó una preproducción con más de 100 horas de conversaciones con los sobrevivientes. La sociedad de la nieve (2023) resulta entonces un ejercicio apasionante sobre los alcances de la naturaleza humana al verse embestida por un entorno hostil e inaccesible, filmada con elegante estética, presumida del despliegue vasto de recursos técnicos. El director español cuenta con una filmografía plagada de secuencias espectaculares: El orfanato (2007) y sus espectros, Lo imposible y el golpe inicial del tsunami, la fantasía de Un monstruo viene a verme (2016) e incluso, los dinosaurios de Jurassic World: el reino caído (2018); no obstante, es en la secuencia del desastre aéreo de La sociedad de la nieve donde el realismo envolvente alcanza su pináculo, con crujidos de huesos, viento que arrasa y el horror de sentir respirar a la muerte entre la vorágine del caos. La música de Michael Giacchino acompaña los momentos más líricos del filme, aquellos donde, ante la adversidad, las víctimas reflexionan sobre su fragilidad, mientras realizan acciones necesarias para sobrevivir, organizándose como una pequeña sociedad, una nueva familia improvisada, atrapada en medio de la palidez de un entorno que pretende devorarlos. Nominada a dos Oscar (película internacional y maquillaje), el más reciente filme de J.A Bayona arrasó con 13 Premios Goya en las categorías principales, alardeando a su poderoso cast, conformado por jóvenes histriones uruguayos y argentinos. La sociedad de la nieve se convierte en la película definitiva del conocido accidente, haciendo palidecer a las antecesoras Supervivientes de los Andes (1976) de René Cardona y ¡Viven! (1993) de Frank Marshall; con tremendas locaciones que incluyen la Sierra Nevada en España, Montevideo, Uruguay, Chile y Argentina, incluido el lugar real del accidente, la cinta emana desesperación y optimismo a partes iguales, con un discurso que propone al espectador cuestionarse qué haría ante una situación de supervivencia al límite; es la poética reconstrucción de un acontecimiento real, que a la distancia, sigue siendo ejemplo de la entereza del ser humano ante la fatalidad.
La zona de intéres; Jonathan Glazer
Aburrida, monótona y lenta son algunos de los adjetivos con los que, con frecuencia, se ha descrito Zona de interés del director británico Jonathan Glazer. Inspirada en la novela homónima de Martin Amis, el filme narra la cotidianidad ficcionalizada del comandante nazi Rudolf Höss y su familia en las inmediaciones del complejo de Auschwitz, formado por campos de concentración, centros de exterminio y campos de trabajos forzados. El filme presenta la vida apacible y grácil de la familia que disfruta de recibir los víveres en la puerta de su casa, un jardín esplendoroso, así como ropa, maquillaje y otros pequeños lujos. Los días de campo de intercalan con fiestas de cumpleaños y reuniones sociales aparentemente anodinas. Sin embargo, es en los detalles donde se vislumbra el origen de esta vida: el padre es el responsable de dirigir uno de sistemas de exterminio y trabajo forzoso técnicamente más efectivos del régimen nazi. De modo que los juegos y el divertimento de sus hijos está decorado por los gritos provenientes de este complejo, las noches son iluminadas por el resplandor generado por las cámaras de incineración de cuerpos humanos y en las soleadas tardes que ostentan un radiante cielo azul, se eleva una columna de humo, resultante de los cuerpos calcinados. El entorno familiar e idílico de esta casa de campo adquiere entonces un carácter siniestro en tanto se vislumbra que las flores que crecen bellamente en este jardín son abonadas por cenizas humanas. Uno de los logros de Zona de interés radica en mostrar que esta vida cómoda es posible en tanto la muerte de los otros ocurre. Sin embargo, la existencia de aquellos otros (los prisioneros de este complejo) es deliberadamente invisibilizada. A lo largo del filme, observamos diversas escenas en las que esto se representa más destaca aquella en la cual Höss está montando a caballo con su hijo mayor en el campo y es posible escuchar las voces de los guardias acometiendo a los prisioneros. El comandante, sin embargo, está atento al sonido proveniente de una garza que, se insinúa, se encuentra cerca de allí. El dolor y la violencia son entonces ignorados en un ejercicio de deliberada negación. Es notable que el comandante, así como su familia, en particular su esposa Hedwig, conocen la naturaleza del trabajo del primero lo cual, destaca la inquietante indolencia con la que se conducen pues, en el contexto del filme, el rol del comandante es considerado un empleo, un puesto de trabajo deseable y prestigioso que trae consigo una serie de beneficios para él y su familia. Destaca también la escena en la que la madre de Hedwig, quien está de visita en su casa, le menciona a su hija que es reconocida como “La reina de Auschwitz”. Título que está acompañado de distinción y prosperidad. En este entorno cotidiano y resplandeciente se representa uno de los conceptos que Hannah Arendt propuso en su obra Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal. Precisamente es la banalidad del mal la que está representada en el filme, en tanto la maldad se pone de manifiesto de manera ordinaria y por medio de las rutinas de aquellas personas que no cuestionan el orden social y sus normas, incluso cuando éstas son atroces. En Zona de interés este orden es deseable al grado de que Hedwig no sólo lo promueve, sino que lo defiende dado que le otorga estatus y una forma de vida, para ella, ideal, acorde los valores del régimen. Es notable asimismo el valor de sugerencia del filme dado que los actos atroces no son presentados de manera explícita en la pantalla sino por medio de un cuidadoso diseño sonoro, la presencia de los residuos materiales del exterminio y, sobre todo, en el comportamiento de los niños. Pese a que se sugiere que no son testigos activos de todo lo que ocurre en el complejo, la violencia traspasa sus muros para trasminarse en el sonambulismo de una de las niñas, en los actos de despiadada autoridad del hijo mayor, en los juegos y conversaciones a solas del hijo pequeño y en el escandaloso llanto del bebé. En este sentido, el filme apuesta por mostrar que esa vida rutinaria, la limpieza de la casa, la diversidad de los postres y la alberca del jardín son posibles en tanto la muerte y el sufrimiento del otro son trivializados y convertidos en una labor burocrática que anula la condición de sujeto de los prisioneros. Ante la abundancia de narrativas que abordan temas bélicos, Zona de interés se diferencia por su valor de sugerencia, por evocar aquello que por temor, comodidad y falta de sentido crítico se ha preferido ignorar.
Poor Things; Yorgos Lanthimos
Al principio creí que era una broma de tiktokers, un simple chiste de creadores de contenido que quieren likes a partir de polémica barata. Pero después comprobé que, en efecto, son muchas las personas indignadas que consideran como “mala” y “denigrante” a la película porque “promueve los desnudos gratuitos” y fomenta el sexo mediante “una mujer sin pudor”. Para pronto, tengo vecinos que piensan así. Me cuestioné y les pregunté de dónde viene ese sentimiento de ofensa. Una respuesta contundente provino de una conocida: “Porque las películas no son para mostrar sexo y mujeres depravadas, eso es pornográfico”. Aunado a los prejuicios sostenidos en su concepción de lo que son los valores, el cine del siglo en curso ha influido en ese tipo de percepciones para llegar a semejantes quejas e incomodidades, mismas que a su vez apuntaron en mayor medida contra Emma Stone y no tanto contra el director o la obra en sí. Asustan el placer y la sexualidad femenina vistas en pantalla. Conmociona que una actriz identificada como intérprete de personajes juveniles quiera ir más allá en sus objetivos profesionales aunque deba romper el molde. Pero, ¿por qué molesta e impacta en pleno 2024? Durante las últimas dos décadas, Hollywood se ha empecinado en censurar y reprimir la sexualidad gráfica en trabajos cinematográficos, e incluso limita la sugerencia de que los encuentros carnales puedan ocurrir entre personajes de historias con tramas propensas al desfogue del cuerpo. Por ejemplo, la saga de Crepúsculo, una serie de películas con una juventud terrenal y vampírica que en el natural despertar sexual y el deseo es tratada con pinzas al grado de hacer ver que lo normal es anormal y que los jóvenes son seres asexuales, en tanto que los vampiros bien pueden ser la materialización de las canciones más inocentes de Armando Manzanero. Pero hay más títulos, muchos más. El sexo parece una afrenta para la visión actual del cine hollwoodense. En todo caso, si es que concede complacencias, el placer es acartonado, como si se tratara de algo mecánico y no orgánico. He ahí el pétreo tratamiento de la sexualidad que Christopher Nolan le da a la secuencia de los cuerpos desnudos robotizados de Florence Pugh y Cillian Murphy en Oppenheimer, algo que bien puede interpretarse como un efecto sintomático del desprecio y la distancia que la industria comercial actual tiene hacia la naturalidad sexual. Que Emma Stone sacuda a las buenas conciencias que han comprado la propuesta restrictiva impuesta por Hollywood dota a Pobres criaturas de un valor notable fuera de la pantalla, fuera del cuadro. Debatibles y discutibles son las lecturas que desprende esa ficción en su interior, sin embargo, ante la alergia corporal y sexual que ha causado la actriz a través del personaje de Bella, la película cobra notoriedad en el terreno real del conservadurismo que se atemoriza frente a la fisiología y el disfrute. Si así reaccionaron con este trabajo de Lanthimos, imagínense cómo se pondrían si vieran Crash, de David Cronenberg, que es uno de esos filmes que ejemplifican cómo han cambiado los tiempos.
Anatomía de una caída; Justine Triet
Sandra Voyter (Sandra Hüller, que también está inenarrable en The Zone of Interest) es una exitosa novelista alemana. Ella y su marido, Samuel Maleski (Samuel Theis), son padres de Daniel (Milo Machado Graner), que sufrió una lesión de pequeño, que afectó gravemente a su vista. Se mudaron a Grenoble y tratan de llevar una existencia lo más familiar posible dadas las circunstancias: hablan inglés y francés; porque Samuel no habla alemán y Sandra considera que su francés no es muy bueno; su comunicación entonces está fragmentada y además, el matrimonio ha estado en crisis desde el accidente. La película comienza con Sandra siendo entrevistada por una estudiante de posgrado, Zoé Solidor (Camille Rutherford). Samuel hace talacha en el ático con música cada vez más fuerte, lo que acaba con la entrevista. Cuando Zoé se va, Daniel lleva a pasear a su perro, Snoop (p’a su mecha, Marimar, debería existir una categoría para premiar animales actores. Este es increíble). Cuando el chico regresa, descubre al padre muerto por una caída. Sandra afirma que estaba dormida hasta que escuchó el grito de Daniel. Las circunstancias derivan en una investigación. ¿Se cayó? ¿Fue empujado? ¿Saltó? ¿Qué provocó su grave herida en la cabeza? Las autoridades acusan a Sandra de asesinato (esto no es un spoiler) y lo que poco a poco se muestra, es tan irresistible como perturbador. Anatomía de una caída, debe ser una de las películas mejor escritas que haya visto; aún si toma la forma de un drama judicial con gran atención al detalle (Law & Order pero de lujo), en realidad halla su fuerza en el vínculo emocional entre los personajes de la madre, su hijo y, sí señor, su perro (que es nuestros ojos). Cuando el guión profundiza en las complejidades de la descomposición de un matrimonio, lo que acontece es conmovedor, identificable y contundente. Tanto el marido como la mujer tienen competencias y pequeñas victorias que uno puede identificar. La dinámica cambiante de su relación sale a la luz a través de flashbacks magníficamente filmados y la audiencia, al verlos/oírlos, capta por lo que pasa la pareja. Hay un cierto aire melodramático, aunque más cercano a la tragedia griega que a la telenovela por lo que resulta fascinante. Como cineasta, Justine Triet es lo opuesto a Julia DeCorneau, aunque logran el mismo propósito: estrujar emociones del espectador hasta que resulta imposible seguir respirando; la diferencia reside en que Triet es sutil, naturalista y no hace ascos a las demostraciones sentimentales; eso convierte a Anatomía de una caída en uno de los filmes más reveladores y estremecedores del año, sin necesidad de grandes efectos o, ni siquiera, de levantar la voz.
The Holdovers; Alexander Payne
Es inevitable pensar que Pencey, el colegio privado de élite en Pensilvania que retrató Salinger en El guardián entre el centeno, guarda muchos paralelismos con la Academia Barton, ubicada en los bosques de Nueva Inglaterra, donde Alexander Payne, al igual que lo hizo Philip Roth en La visita al maestro, ambienta la historia de The Holdovers. Tampoco es un secreto que Agnus Tully podría ser una versión contemporánea de Holden Caulfied. Y que, de alguna manera, el señor Antolini —el señor Spencer no da la talla— podría reconocerse perfectamente en el personaje que interpreta Paul Giamatti. Pero lo interesante del caso es como a partir de una premisa más o menos similar —un adolescente rebelde y desencantado que se siente incomprendido por su familia y profesores—, las historias transcurren por caminos tan contratantes en términos discursivos. En su más reciente trabajo, nominado al Oscar como mejor película, Alexander Payne no solo demuestra tenerle compasión a los perdedores, sino que también les confiere la suficiente dignidad como para que puedan fantasear con la posibilidad de redención. Todo esto se nos presenta a manera de fábula navideña con aroma clásico y esa estética cargada de nostalgia de la que el mismísimo Frank Capra se sentiría orgulloso. Como bonus track, atención a cómo Giamatti, en otro de esos papeles inolvidables a los que nos tiene acostumbrado, reivindica la misantropía salingeriana de los profesores de historia con una arena que haría palidecer a cualquier líder militar: «No hay nada nuevo en la experiencia humana, Sr. Tully. Cada generación cree haber inventado el libertinaje, el sufrimiento o la rebelión, pero todos los apetitos e impulsos del hombre, desde lo repugnante hasta lo sublime, se exhiben aquí mismo, a su alrededor. Así que antes de descartar algo por aburrido o irrelevante, recuerda que si de verdad quieres entender el presente, o a ti mismo, debes empezar por el pasado».