Un tímido vendedor de almacén, un escritor con delirios autoficcionales y un vagabundo enamorado son algunos de los personajes que abanderan esta nueva entrega de cine propuesta por la redacción de purgante: especial de comedias intemporales.
El hombre mosca; Fred C. Newmeyer y Sam Taylor
El crear situaciones graciosas, especialmente en la época del cine mudo, requería de un indudable talento e ingenio, además de un dominio total del cuerpo, ya que debían privarse de diálogos o música para solo depender de los movimientos, gestos y gags cómicos. En Safety Last (El Hombre mosca, 1923), una de las encumbradas comedias mudas de la historia del cine, se consigue, precisamente, una de las secuencias que sellaron a la figura del cómico Harold Loyd para la posteridad. En ella, el tímido vendedor de un almacén se ve orillado a escalar un rascacielos ante la mirada atónita de los transeúntes, que aguantan la respiración cada que está a punto de soltarse, hasta que de pronto queda colgado de las manecillas del reloj del edificio, logrando una interesante metáfora de lo que simboliza el tiempo para los habitantes de la acelerada ciudad, insertos en un sistema de trabajo sin parar. Tanto él como sus escritores, intentaron sacar el mayor provecho a la escena, por lo que incorporaron un gran número de trucos y slapsticks, aumentando su duración y, por consiguiente, la risa del público. Para él no bastaba sólo hacer reír al espectador, así que intenta a la vez asustarlo, mantenerlo en tensión ante situaciones extremas, aspecto en el que se vuelve innovador. Su personaje se ve envuelto en aventuras, a veces a pesar de sí mismo y de su modestia, en las que tiene que actuar con valor y destreza, convirtiéndose en un héroe y ganando la simpatía del público. Por lo que Lloyd fue uno de los primeros actores en volverse famoso al encontrarse en peligro. Continuamente utilizaba las alturas para crear momentos de gran nerviosismo, algunas veces empleaba dobles, pero normalmente los realizaba él mismo, su intención era dotar de una gran tensión narrativa a sus películas, generando comedias sumamente disfrutables, en especial Safety Last.
Los enredos de Harry; Woody Allen
Harry Block (Woody Allen) es un escritor que acaba de publicar una novela donde ventila muchos detalles indiscretos de su vida privada, por lo que sus exesposas y examantes lo aborrecen. De forma inesperada, la misma universidad que un día lo expulsó decide condecorar a Harry organizando una ceremonia a donde nadie quiere acompañarlo, por lo que decide pagar a una prostituta llamada Cookie (Hazelle Goodman) y convencer a su amigo hipocondriaco Richard (Bob Balaban) para que vayan con él, además de secuestrar a su pequeño hijo en la puerta de la escuela. El peculiar equipo se embarca en un viaje con referencias directas a Fresas salvajes (1957) de Ingmar Bergman, pero desde una perspectiva divertida y reflexiva, que remarca el humor ácido del director neoyorkino. Los enredos de Harry (1997) es quizá una de las películas más corrosivas y arriesgadas de Woody Allen, tanto por los temas donde apunta sus armas (la religión, la infancia, la crítica, la familia, la industria), como por la estética utilizada, rompiendo el eje narrativo en las conversaciones, ejecutando agresivos movimientos de cámara y mostrando una edición con cortes abruptos, que recuerdan al primer Godard de Breathless (1960). Harry Block padece además bloqueo de escritor y ha gastado todo el adelanto del pago; en su desesperada paranoia, motivo de conflictos sentimentales, comienza a cruzarse en la diégesis de la película con los personajes de sus libros, desatando un ocurrente caos. Si ver a Block/Allen llegar al solemne homenaje acompañado de una prostituta, un cadáver (su amigo Richard muere en el trayecto) y su hijo secuestrado no provoca la risa de la audiencia, quizá entonces lo haga ese barroco descenso a las entrañas del infierno, donde el personaje principal descubre no sentirse tan incómodo después de todo. Nominada al premio Oscar como mejor guion original, Los enredos de Harry es un ejercicio cómico, atípico y revelador de los miedos del cineasta, como esa muerte escalofriante que llega para llevarse al personaje equivocado, y que deja un sabor a El séptimo sello (1957) de Bergman, pero con toda la jocosidad e intelecto del humor de Allen.
No soy un hombre fácil; Éléonore Pourriat,
Bajo el disfraz de una comedia romántica y uno de los principios de la narrativa distópica que parte de la suposición, No soy un hombre fácil, de la directora francesa Éléonore Pourriat, expone una sociedad contemporánea en la cual los roles de género están invertidos. Distanciada de la solemnidad y apelando al humor, el filme visibiliza que estos roles son un constructo derivado de una sociedad cuya base está fincada en la estratificación y la división entre lo femenino y lo masculino. A través de la trama, el filme revela que tanto hombres como mujeres actúan en función de un tejido social organizado bajo dicho binomio. Esta inversión de roles y sus implicaciones ya habían sido exploradas previamente por la directora en un cortometraje titulado, en inglés, Oppressed Majority (2010), en el que un hombre enfrenta el abuso sexual de un grupo de mujeres en una sociedad matriarcal. El planteamiento es revisitado en No soy un hombre fácil (2018) cuyo protagonista, Damien, un hombre que disfruta de cortejar mujeres y alardear de ello es, de modo imprevisto, reubicado en un mundo en el que los roles de género están alterados. Tras el inicial desconcierto del personaje por saberse un entorno que contradice su manera de pensar, actuar y sentir, Damien decide, en un principio, asumir el rol que le es asignado para adaptarse a la sociedad donde se encuentra y que funciona bajo el dominio de las mujeres sobre los hombres. En este mundo, son ellas quienes ocupan los puestos de autoridad, las que obtienen el reconocimiento profesional y quienes responden a las convenciones y beneficios que su posición les otorga. Asimismo, en el filme se destaca especialmente la gramática de gestos de los personajes de modo que las mujeres se mueven y expresan en función de lo que, estereotípicamente, se asocia con lo masculino y viceversa. Es de destacarse que incluso la sensibilidad de los personajes está moldeada en función del orden social en el que se encuentran: son ellas quienes se emocionan frente a un partido de futbol o subliman sus frustraciones golpeando un saco de boxeo y son ellos quienes se conmueven, hasta las lágrimas, ante una escena amorosa. Bajo el velo de la ligereza, el filme traza un cuestionamiento sobre estos roles, una estrategia sencilla para una controversia poderosa, en la que se revela que quizá las aspiraciones y necesidades afectivas están también influidas por la sociedad.
Dr. Strangelove; Stanley Kubrick
Un general desquiciado lanza un ataque a la URSS detonando el apocalipsis termonuclear, obligando que los restos de la humanidad se recluyan subterráneamente en un plan ideado por un científico nazi en Estados Unidos. Se trata de la trama de una de las mejores comedias en la historia: Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (Kubrick, 1964). El humor es una de las cualidades mas humanas que existen: implica elementos universales, culturales, idiosincráticos, individuales e incluso animales. ¿Qué es la comedia? En un giro de perfecta ironía, la explicación aristotélica se perdió en la historia, dejando vivas todas las teorías posibles para un mismo resultado: la única regla de la comedia es que de risa. Y eso es increíblemente peligroso y magnífico, porque la comedia hace posible la confrontación con nuestros mayores miedos y con la más intolerable de las burlas: la verdad. Así, en plena guerra fría, una comedia de consecuencias autodestructivas parecería algo inapropiado, y sólo un genio podría lograrlo. Afortunadamente, Dr. Strangelove, contó con al menos tres: Detrás de cámara Kubrick; y frente a ella, dos que en realidad son cuatro: George C. Scott como el General Buck Turgidson, bestia bélica que ejecuta a la perfección la parodia de un General Estadounidense y Peter Sellers en una actuación triple como Lionel Mandrake, oficial británico que vive en primera fila la locura que desata toda la situación, Merkin Muffley, presidente de los Estados Unidos, quien parece ser la única persona que entiende las consecuencias de lo que está pasando; y el Dr. Strangelove, un científico nazi asimilado a la sociedad americana de la época. Es una de las mejores y mas ambiciosas actuaciones en la historia del cine, no de la comedia: del cine. Estrenada casi simultáneamente con una versión dramática de la misma novela que la inspiró, el libro se titula Red Alert y la película Fail Safe —hay que decirlo, no es mala—, no se comparan con el impacto cultural de Dr. Strangelove, la escena del mayor Kong montando la cabeza nuclear hasta la explosión ya es parte de la iconografía cinematográfica mundial,que esuno de esos clásicos que uno conoce sin saber de su existencia. Mientras la seriedad se pierde con los años, la comedia se fortalece, haciéndonos reír y haciéndonos pensar, por qué una de las mejores frases finales de una película nos arranca una carcajada aterradora mientras miles de bombas atómicas destruyen al mundo: “My Fürer, i can walk”.
Luces de ciudad; Charles Chaplin
Luces de ciudad simboliza, de alguna manera, el umbral entre el cine mudo y el sonoro. Por eso me permito interpretarla como una suerte de canto de cisne en reverencia a un mundo que estaba por extinguirse. Pese a la potente irrupción del cine sonoro, Charles Chaplin decidió prescindir de los diálogos —aunque incluyó algunos efectos de sonido— a sabiendas de que le costaría su incursión en las nominaciones al Oscar. El repertorio de gags y rutinas que sacralizaron al genio bien podrían estar condensadas en la famosa escena del ring de boxeo, cuando se juega la vida para ganar algo de dinero fácil y así poder ayudar a la bellísima y dolorosamente ciega florista interpretada por Virgina Cherrill, de quien está profundamente enamorado. En paralelo, el Chaplin creador obliga al vagabundo Charlot a desmontar el mito del boxeo hollywoodense como territorio proclive para el melodrama y nos regala una secuencia de comedia inolvidable y, probablemente, insuperable. Y aunque Orson Welles se haya empeñado en desmitificar la figura de Chaplin en sus sobremesas con Henry Jaglom inmortalizadas por Anagrama, no me avergüenza decir que buena parte de mi educación sentimental se la debo a esta y otras de sus películas. Es más, siempre me ha gustado pensar que cada que se reproduce en algún lugar la escena en la que Cherrill reconoce a su benefactor a partir del contacto con sus manos, el mundo se convierte de facto en un sitio más amable.
La fiesta inolvidable; Blake Edwards
Una fiesta que consiste en sentarse a cenar, brindar e intercambiar anécdotas por unas pocas horas, sencillo, no es fiesta. Es necesario que haya desorden, un poco de caos. Mejor todavía si proviene de alguien que no fue requerido al jolgorio. Si el intruso es Peter Sellers, ¡genial! Con él es imposible aburrirse y pasarla mal. Por el contrario, te dejas llevar por una cualidad que tuvo el actor británico a cuadro: poner todo de cabeza para bien del espectador. Maestro de los gags moldeados en el humor involuntario de sus personajes, Sellers interpreta a Hrundi V. Bakshi, un torpe y mediocre actor indio que es invitado por error a la celebración de un productor hollywoodense. Desde un principio, el director Blake Edwards nos deja claro que toda la película será una tragedia para la seriedad del anfitrión, pero un regocijo de peripecias para el público y resto de invitados. ¿Acaso puede ser gris un festejo en el cual conviven hippies, un elefante bebé, un actor llamado Wyoming Bill Kelso, un mesero ebrio y músicos en el marco de una espumosa piscina que parece lavadora de seres humanos? No, ¿verdad? Hay fiestas que no se olvidan y ésta es una de ellas, no solamente por lo que ocurre en la ficción, sino también por lo que trascendió en la realidad, es decir, la fractura de una larga amistad entre Blake Edwards y Peter Sellers. El actor creía que era un pésimo histrión en pantalla y quiso comprar los negativos para quemarlos. Para el director ahí empezó una insoportable locura de su amigo con la que no iba a poder lidiar años después. Pero lo que la comedia unió, no lo separa el hombre, y su último gran trabajo prolífico juntos fue una fiesta inolvidable.
La gran evasión; John Sturges
Esta película ni siquiera debería estar aquí. En algún momento debí verme capaz de inventarme alguna milonga que pudiera reflejar el porqué de mi elección. Debió de ser en algún punto entre el fin de semana anterior y este, pero ahora mismo ni siquiera recuerdo haber comido hoy —sé que lo he hecho porque no tengo hambre. Estoy cavando un túnel y aquí abajo cuesta llevar las cuentas. Esta humedad del demonio va a acabar con todo lo que llevamos construyendo hasta ahora. No hay suficiente ventilación y las paredes se caen a cachos. No sé si la idea fue mía o de Charles Bronson, pero aquí hay algo que no huele bien. Espero que no sea mierda de rata. No sé si el resto estará haciendo el trabajo acordado, hace un buen rato que no escucho nada en la parte de arriba. La distracción debería estar al caer. Todos los redactores listos para la fuga. Una fuga sublime y perfectamente ensayada. En redacción no se darán ni cuenta. Mientras arriba están pendientes del espectáculo, pienso seguir arrastrándome como una lagartija con la esperanza de que la bóveda resista. Si no resiste, toda la maldita operación, al carajo. Al final del túnel, una moto hasta los topes de provisiones. Si la bóveda resiste y no se va todo al carajo, en muy pocas horas estaremos todos tomando una cerveza en alguna terraza soleada. Si la bóveda no se desprende, van a creer que nos hemos evaporado como un por arte de magia. En un abrir y cerrar de ojos, mientras todos piensan que todo sigue su curso de la normalidad, nosotros estaremos cruzando la frontera con un habano entre los dientes. Lo único que me preocupa, por otro lado, si alguien se habrá llenado el depósito.